sábado, 27 de enero de 2024

Ascender la cumbre del sexo

Dice reiteradamente el profesor de teoría literaria y literatura comparada Jesús G. Maestro, de la Universidad de Vigo y elocuente youtuber, que a los textos literarios hay que llegar vivido. Y no puede tener más razón, pues la construcción novelesca, poética, dramatúrgica nos exige conocimientos y competencias en el lenguaje y en la tradición tanto como en la propia existencia. De tal modo que, por necesidad, con independencia de saber cómo encarar cualquier ficción hecha con palabras, y entender cómo interpretarla, será diferente tener o no cierto bagaje detrás en el vivir si uno se adentra en novelas como Estatura, de Daniel Díez Carpintero (Madrid, 1979), autor de un par de libros de cuentos.

Decimos esto por la dimensión generacional que subyace en esta obra, al remitirnos a una época con un paisaje social y humano característico de la España más bien gris de los que nacimos en los años setenta. Está aquí el personaje del padre fanfarrón, heredero de la posguerra y del machismo más integrado en la médula poblacional, y que no puede controlar sus caprichos agresivos, como si fuera más que nadie y al que se tuviera que obedecer sin rechistar; también, la esposa sumisa; y el hijo atemorizado en un clima cutre que se capta a la perfección si se ha conocido en propia carne.

Si se es otro tipo de lector, cualquier lector, se verá cómo un niño se hace hombre, en lo que podríamos llamar una novela de formación, desde que empieza teniendo una altura de 120 centímetros hasta casi el metro setenta; y cómo tal detalle, lejos de resultar secundario –“Era más bajo que cualquiera de las niñas de mi clase”, empieza diciendo la narración– marca el crecimiento también en los diferentes ámbitos del protagonista: el escolar, el familiar, el de las relaciones interpersonales.

Dividida en seis capítulos que corresponden a sendas estaturas, el relato tiene su porqué, su objetivo obsesivo, desde los doce años, en el sexo, mejor dicho, en la meta de acostarse con una mujer como logro y desencadenante de una nueva fase en la vida: “Incluso antes de averiguar los detalles médicos sabía que el coito era lo que justificaba la vida entera. Graduarse y casarse y tener hijos. Comprar una casa, trabar amistad con personas afines a uno, convertirse en un jubilado agradable”. Todo, de algún modo, empezaba con un sexo reparador, que apartaba el mundo infantil y eliminaba o cuando menos paliaba “la conciencia asustada de la propia pequeñez”.

Díez Carpintero, en este sentido, se arriesga al presentar determinados tópicos muy explotados por la narrativa, tanto adulta como juvenil, y la ficción audiovisual: el chaval que es tímido en demasía, torpe y angustiado, y que ve a su alrededor compañeros que, inevitablemente, son lo opuesto. Aparece, así, el adolescente pasivo ante los abusos psicológicos del padre; el joven que recuerda con nostálgico dolor su andadura previa. Lo hace con buen ritmo narrativo, atrevimiento temático y con una sinceridad, en la voz del protagonista, que desgarra y genera simpatía a partes iguales.

Asimismo, una lectura como Estatura puede, por otra parte, conducirnos a otra reflexión, que tiene que ver con la contemporánea poética del fracaso. ¿Por qué no darle el reverso y narrativizar la adolescencia heroica, la que se impone a padres maltratadores y convierte la falta de autoestima congénita en valentía hacia el futuro? En el caso de Díez Carpintero, puede resultar demasiado anecdótica la serie de trances o pensamientos del personaje en torno a la masturbación, por ejemplo, u otros asuntos libidinosos, pero la intención muchas veces es humorística, y sirve de eficaz cebo para el lector.

“Me había corrido, yo era un tipo que se corría. De acuerdo. Mi pene podía estar subdesarrollado, quizá, pero era perfectamente útil y podía contribuir perfectamente a la conservación de la especie”, leemos, en esa línea de reírse de uno mismo y de lo que se fue, en contraste con los asuntos más dramáticos o psicológicos; en este orden de cosas es donde se desarrolla una transición de la infancia hacia la adultez bien perfilada, alrededor de la amistad o lo que supone salir del entorno conocido para residir en el extranjero, o a la busca del amor, más allá de la pulsión sexual siempre latente.

(núm. 881, enero 2024)