lunes, 5 de febrero de 2024

Entrevista capotiana a José Vidal Valicourt

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José Vidal Valicourt.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? El útero materno, aunque esto es una aberración. Entonces, el útero de una mujer a la que amo, aunque tampoco, pues la claustrofobia acecha. Si se trata de no salir jamás, entonces una casa en una llanura despejada, con porche y un árbol solitario que dé la suficiente sombra para ir dejándome morir más o menos en paz.     

¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero tratar a los seres humanos sin animales de por medio y a los animales sin sus dueños. Tengo debilidad por los gatos, por su forma de estar en el mundo. La gente, ni hablar. Prefiero el reino mineral.    

¿Es usted cruel? De entrada, no. Aunque, en todo caso,  mi crueldad sería de baja intensidad.

¿Tiene muchos amigos? No, pero fundamentalmente por pereza. Tener muchos amigos tiene que ser muy cansado y trabajoso.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? No busco cualidades en los amigos. De mis amigos me gustan hasta sus defectos, sus manías, sus rarezas, y sé que a ellos también les “gustan” mis rarezas, mis manías, mis defectos. Hay que respetar las rarezas de los amigos, incluso celebrarlas.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No, jamás. Soy yo quien temo decepcionarlos.

¿Es usted una persona sincera? La sinceridad absoluta me parece una falta de tacto y de gusto descomunal, sinceramente.  

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Practicando el haraganismo más o menos ilustrado.

¿Qué le da más miedo? Volverme un viejo triste. O un imbécil.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Estoy pensándolo y no, no encuentro nada. Y lo digo con cierta preocupación. 

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Caer en una suerte de parálisis permanente y cantar o, mejor dicho, berrear:  “me miro en el espejo y soy feliz.”

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Caminar e ir en bicicleta.  Caminar es una necesidad. Y en verano, practico son solvencia el crawl y la espalda. 

¿Sabe cocinar? Me defiendo con dignidad. Si la materia prima es de calidad, el trabajo está medio hecho.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Hay muchos, pero hay que acotar: Harpo Marx. 

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Farmacia, pues en ella uno dispone de remedios.

¿Y la más peligrosa? Farmacia, pues en ella uno dispone de venenos.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sí, me he visto estrangulando a alguien, sobre todo por nimiedades que dan mucha rabia. Luego, se me pasa.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Puedo acostarme dulcemente socialdemócrata a la escandinava, desayunar en falangista o enfebrecido por un comunismo libertario para ir atardeciendo en jocoso conservador. Todo, eso sí, con un saludable escepticismo. Ahora bien, entre tanto bárbaro, me apunto a la línea de Chaves Nogales. Su sensatez siempre alivia entre tanto gañán diestro y siniestro. No me gustan quienes se acantonan en sus respectivos packs ideológicos como si obedecieran a los mandatos de un supuesto líder o fieles cualquier catecismo. La política no puede ser una religión.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Director de cine, arquitecto, contrabajista de jazz.

¿Cuáles son sus vicios principales? La pereza, a la que a veces elogio con argumentos irrebatibles y encendidos para justificar  a la madre de todos los vicios. 

¿Y sus virtudes? Cierto sentido del humor, tanto blanco como negro, que me ha salvado de situaciones peliagudas. El temple ante los momentos más delicados y críticos. 

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Sin duda, imágenes insospechadas, incluso absurdas, que moverían a risa si la situación no fuese tan desesperada. Lo digo porque en situaciones agónicas me han venido imágenes que no esperaba. Por ejemplo, me he visualizado en la posición de loto, lo cual ha amortiguado en parte mi angustia.  

T. M.