jueves, 15 de agosto de 2024

Entrevista capotiana a José Antonio Lucero

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José Antonio Lucero.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? El vientre de mi madre.

¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero a mi gente y a mis animales (tengo dos gatos) y luego al resto.

¿Es usted cruel? Conmigo mismo lo soy, mucho. Pero para el resto de personas suelo ser muy bonachón.

¿Tiene muchos amigos? Nunca he sido de amistades numerosas. Hay mucha gente a mi alrededor con la que he compartido un paseo, una toalla en la playa, la barra de un bar o la caseta de la feria. Pero amigos, como suele decirse, los cuento con los dedos de la mano. Con los de una sola. La culpa es, quizá, que suelo ser muy selectivo con las personas a las que les abro mi interior hacia más allá de la fachada que todos creamos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que sean personas que hagan especial el momento que compartimos. Que seamos capaces de generar confidencia. Que riamos juntos. Que nos encuentre la madrugada con una charla interesante.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Puede ocurrir, pero por norma general, no soy una persona rencorosa. Entiendo que el error e incluso la maldad está en cada uno de nosotros. Está en mí y en todos. Lidiar con ello es muy complicado, pero entender que todo el mundo puede meter la pata hasta el fondo te libra de la decepción o el rencor.

¿Es usted una persona sincera? Soy una persona prudente, por lo que me cuesta ofrecer sinceridad a alguien así, de primeras. Pero no le temo a las conversaciones complejas, aquellas donde hay que mirar a los ojos. A los ojos no puede engañárseles. Me cuesta mirarlos a veces, por eso mismo, por asomar a ese abismo.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Un buen libro; el silencio de mi pareja, cada uno a lo suyo, compartiendo espacio; la algarabía del parque, con mi hija; el encuentro con los amigos; la familia; otra vez un libro. Algo así, no en ese orden.

¿Qué le da más miedo? Perder a las personas que quiero. Lo demás es un eterno castillo de arena, que se levanta y se pisotea y se levanta. No así las personas.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La inanición de mucha gente ante los problemas que compartimos. Que haya personas desclasadas apoyando ideas contrarias a sus intereses. Que se ponga en duda el consenso de la justicia social, que unía a derecha y a izquierda. Que mucha gente tema que se rompa España por las costuras de su bandera y no por la sanidad, la vivienda, los sueldos, el bienestar de sus vecinos. Algo así me escandaliza, sí.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? De pequeño decía que de mayor quería ser director de cine. Hoy no sé qué quiero ser de mayor, pero quizá me habría dedicado a eso si los dados hubiesen resultado en otros números.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Voy al gimnasio tres veces por semana. A clases guiadas con ejercicios variados. Es lo mejor que he hecho por mí mismo desde hace muchísimo.

¿Sabe cocinar? Lo justo para que no muera de hambre con un fuego y algunos ingredientes. Lo reconozco: es una de esas cosas que me encantaría poder hacer si tuviese más tiempo y quizá la paciencia debida. Me encanta, eso sí, estar al otro lado, al lado del comensal.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Elegiría a ese tipo anónimo que nació en todos los países de Europa a comienzos del siglo pasado. Un obrero, tal vez, que vivió guerras mundiales, revoluciones, guerras civiles en decenas de países. Ese tipo anónimo cuyos nietos o bisnietos somos nosotros. No sé si ha habido un tipo tan maltratado por sus políticos, por sus líderes, por sus generales en la historia como él, como todos ellos. En mis libros lucho quizá porque nadie olvide a todos los inolvidables anónimos. Porque la historia los barrerá, como barrió a tantos y tantas en el pasado.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Bebé.

¿Y la más peligrosa? Libertad.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. Vivo muy tranquilo, de momento, con mis ansias de crueldad.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Soy una persona progresista. Quienes me siguen en mis redes suelen decir que soy de izquierdas. Hijo de un albañil y una camarera de pisos. Soy católico, aunque no muy ejemplar en la práctica. A veces me cuesta definirme, pero eso me alegra.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Las manos de una matrona ayudando a dar a luz.

¿Cuáles son sus vicios principales? Tengo vicios mundanos: el comer, el sexo, la pereza; por ponerte algunos ejemplos.

¿Y sus virtudes? Cuando me pongo a pensar hay cosas alucinantes que salen de mi cabeza. Lo llaman creatividad. De pequeño ya escribía y las maestras alucinaban porque yo fuese capaz de haber ideado tal o cual historia. Creo que esas cosas alucinantes son hoy lo que sostienen la torre de naipes en el que he conformado mi carrera.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Algún recuerdo de mi madre, que falleció hace unos años y todos los días está en mi cabeza y en el precipicio de las lágrimas que suelen brotarme cuando la rememoro.

T. M.