sábado, 3 de agosto de 2024

Entrevista capotiana a Mayra Montero

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Mayra Montero.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Eso equivale a escoger también el lugar en donde moriría. En Puerto Rico, sin duda. Mi casa está allí hace más de cincuenta años, mi hermosa y desmesurada ceiba, de la que no me gusta separarme mucho tiempo, amigos entrañables y la pasión por analizar el devenir político de la isla.

¿Prefiere los animales a la gente? No solo los animales, sino también “el verdor terrible” que diría Labatut, los árboles y hasta las malas hierbas. No sé de dónde viene esa categoría, todas las hierbas son buenas.

¿Es usted cruel? A propósito, no. Algunos dirigentes políticos, de este nuestro particular berenjenal de status, le dirían que sí, que lo soy. Pero ya sabe usted de la pata que cojean los políticos. Se meten en lo que se meten y luego, cuando ven que “el gas pela”, resulta que tienen la piel finita. finita. Si no tienes el cuero duro, dedícate a otra cosa.

¿Tiene muchos amigos? Los buenos, pocos. Los malos (porque también hay amigos malos, sin ser precisamente enemigos), ya son un poquito más. Estos últimos vienen a ser los daños colaterales del ejercicio periodístico. Alguna gente no sabe disentir sin pelearse.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? En primer lugar, que me oigan. Y eso es difícil. Casi no tengo confidentes. Mejor dicho, los tengo fragmentados. A una le cuento las cuitas literarias, a otro las cuitas periodísticas. Y a casi nadie las cuitas más íntimas.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Algunas veces, desde luego. Pienso que van a comprender algo, a solidarizarse con algo, y a la hora de la verdad, aun cuando se las dan de progresistas o feministas, me salen con estas ideas decimonónicas, o, lo que es peor, con insufribles dogmas… 

¿Es usted una persona sincera? Tal vez más de la cuenta, lo que me ha acarreado no pocos problemas.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leer para los escritores no es tiempo libre, sino aprendizaje, así que lo descarto. Por otro lado, me doy cuenta de que tengo poco tiempo libre. Lo que sí es sagrado, cada noche, es meterme a la piscina y hacer una rutina de ejercicios mientras oigo a mi cantante favorito, Jakob Jósef Orlinski.

¿Qué le da más miedo? Los accidentes de tránsito, un choque que me pueda dejar postrada o tonta, más tonta. Por lo demás, cuando falleció mi marido, pensé que ya nada peor podría ocurrirme. Y lo sostengo.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Nada. Lo que se dice nada. Recuerdo que cuando mi padre murió, tiempo después, le dije a mi madre, que tenía sesenta, que me iba a parecer muy bien que rehiciera su vida con otro hombre, con una mujer o con un bombero. Ella fue la escandalizada.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Cuidar animales en el zoológico. Alimentarlos. Observarlos. Me encanta observar a los animales, creo que hubiera sido una buena investigadora en ese campo.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Los aeróbicos en el agua, de noche. Me dejan nueva.

¿Sabe cocinar? Hay tres o cuatro platos que me salen bien. Pero me pone ansiosa la cocina, siempre estoy pensando que voy a arruinarlo y termino exhausta.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? De hecho, ya escribí sobre ese personaje. Una vieja estrella del boxeo cubano, ya envejecido, que creo que padecía lepra, al menos, se había quedado sin nariz. Se encargaba de hacer los mandados a los vecinos del edificio donde viví de niña. Kid Gavilán lo había noqueado décadas atrás y, cuando le gritaban “Gavilán te noqueó”, enloquecía. Sin embargo, cuando estaba de buenas, cantaba muy bien, con una voz finita, como la de Romeo Santos.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? La esperanza no depende de una palabra en específico, sino de un momento, ese momento exacto en que uno es salvado por una simple conjunción de letras.

¿Y la más peligrosa? La que no se debió pronunciar nunca.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Oh, sí… Le contesto con otra pregunta, ¿acaso usted nunca ha tenido ganas de estrangular a alguien? No se trata de disparar o empujar por un risco (eso es muy rápido), sino de estrangular mentalmente al imbécil, que es un ejercicio absolutamente relajante.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Detesto las tendencias políticas. Limitan mucho el pensamiento crítico, nos convierten en borregos. Creo que, en mis columnas periodísticas se nota eso. Pero a algunos lectores  les perturba el hecho de no poderme encasillar, lo que no quiere decir que sea una veleta, sino que analizo, y al que le caiga el sayo que se lo ponga.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Pero otra cosa, ¿cosa? ¿U otra cosa de profesión? Lo pensaré. Por ahora no tengo más remedio que ser lo que soy.

¿Cuáles son sus vicios principales? Si tomarse un martini de vez en cuando es un vicio… Me encantan los martinis secos con ginebra. Cuando veo el palillo con las dos aceitunitas, inevitablemente recuerdo a Sherwood Anderson, que murió atragantado con el palillo de un martini. Siempre pienso en él y debe ser un sutil, involuntario homenaje a su genio.

¿Y sus virtudes? La mayor, mi devoción por los animales, pero ellos no hablan, no lo podrían confirmar. Soy de perros y gatos, pero también de reptiles, aves, roedores. Hasta las historias de los dinosaurios muertos en aquella hecatombe me aprietan el corazón. Debe ser virtud la empatía con esos seres vulnerables, pues me identifico con su miedo, su indefensión, su desamparo. Por otro lado, es una virtud dolorosa, que me cuesta llevar.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Teniendo en cuenta que uno no escoge las imágenes que en un momento como ese le cruzan por la cabeza, sí espero que sean acontecimientos de la niñez o la adolescencia que tenía olvidados. Los que me sé de memoria, me aburrirían muchísimo. Ya que voy a morir, que sea viendo una película nueva.

T. M.