jueves, 5 de septiembre de 2024

Entrevista capotiana a Ana Mencey

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ana Mencey.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Algún sitio con vistas al mar y calefacción, que soy muy friolera. Que tuviera un millón de libros o acceso ilimitado a lecturas en digital. Y por supuesto, un ordenador para escribir. Sería un engorro la soledad y el aislamiento, pero ahora mismo, mientras escucho a mis niños gritar en la habitación de al lado, cada vez me seduce más la idea.  

¿Prefiere los animales a la gente? No. Admiro la fidelidad perruna, por ejemplo, o la astucia de mi gata, pero prefiero a las personas, con su egoísmo y todo.   

¿Es usted cruel? No, porque la crueldad implica saña. Yo he herido a muchas personas a lo largo de mi vida, también a seres queridos, pero nunca con la intención de hacerlo. Son, por así decirlo, daños colaterales del egoísmo intrínseco de cada uno.

¿Tiene muchos amigos? No; más bien pocos. Pero estoy casada con mi mejor amigo y tengo una buena amiga desde los 14 años. Para mí, es suficiente.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que en esos momentos en los que ni tú misma te soportas, en los que te gustaría desdoblarte y mandarte a paseo, ellos se queden junto a ti, apoyándote. Que te complementen. Yo soy muy dramática, necesito que la gente a mi alrededor relativice lo que me sucede e incluso se ría del problema (a no ser que sea una cosa objetivamente gravísima, claro).

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Mis amigos me importan. Me preocupa mucho más decepcionarles yo a ellos.

¿Es usted una persona sincera? Lo intento. Lo que pasa es que tenemos tantas capas que a veces ni nosotros mismos sabemos cuál es nuestro verdadero yo. En ocasiones, en una discusión me sorprendo defendiendo un argumento totalmente contrario al que sostuve el día anterior. Soy sinceramente contradictoria.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? El plan A podría ser un día de playa en familia, todos alrededor de una tortilla de patatas colosal. El Plan B, muy difícil de conseguir, es con mi marido en una ciudad cualquiera bebiendo una copita de vino partiéndonos de risa por cualquier tontería.

¿Qué le da más miedo? Me da miedo de mí, cuando me pongo un poquito autodestructiva. Eso si nos ponemos en plan trascendental, porque los insectos en general me dan un asco tremendo. Los grillos… es que no puedo ni pensar en ellos.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La violencia. Y es algo que está por todas partes, así que me escandalizo una media de tres o cuatro veces al día. En los informativos, en las películas y en las series de televisión hay mucha violencia. Me gustaría tolerarla mejor, pero tengo ya más de cuarenta y voy asumiendo que no puedo cambiar. Como leo mucho, con los libros soy más permisiva, pero aún así…

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Funcionaria. Así que, aunque pobre, estoy muy contenta por ser escritora.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Odio correr, pero lo hago siempre que puedo. Es mi principal momento de inspiración.

¿Sabe cocinar? Sí. Mi abuela y mi madre son grandes cocineras y no podía dejar morir ese gran legado familiar. Por supuesto, no estoy a su altura, pero lo intento.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Jane Eyre. Me gustaría ser un poco más original, pero es la novela a la que recurro una y otra vez cuando necesito inspirarme. Y también cuando quiero recordar la gran cantidad de emociones que el género romántico, bien llevado, puede provocar.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Amanecer.

¿Y la más peligrosa? Sucumbir.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, pero he pensado que el mundo sería un lugar mejor sin determinadas personas.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Aunque digan que es imposible, yo tengo una parcelita en el epicentro del centro. Si hablo con algún extremista me pongo a defender la postura contraria, no lo puedo evitar.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un pájaro. Me encantaría poder volar. Por las noches, cuando no me puedo dormir, pienso que tengo una alfombra mágica porque ya soy grandecita para imaginarme con alas. Tampoco suena muy maduro lo de la alfombra, pero el caso es volar.

¿Cuáles son sus vicios principales? Desde que dejé de fumar, creo que mis vicios son tan aburridos que no entran en esa categoría. Me gusta la cerveza y el vino, pero en cantidades moderadas. Y no me importaría ahogarme en una piscina de chocolate, pero poco más. Aunque si te refieres a vicios de mi carácter, ahí si tengo una amplia variedad que ofrecer: soy cabezota, tengo mucho genio, pierdo los nervios con facilidad…

¿Y sus virtudes? Soy muy trabajadora. Pretendo siempre hacer las cosas lo mejor posible; tanto, que a veces esa virtud se transforma en defecto. Cuando estoy de buenas, soy muy alegre; cuando no… pues lo dicho en el apartado anterior.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? La secuencia de flashes sería la siguiente: Yo de niña – el nacimiento de mis hijos – la lasaña de mi abuela – mi boda – una tragedia, una Navidad – toda mi familia apechugada en un salón – la mirada de mi niño – yo, escribiendo – la risa de mi niña... Todo acompañado de una pregunta: ¿He aprovechado suficientemente esta oportunidad?

T. M.