En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Francisco G. Orejas.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? El señor Capote hacía
trampa en su autocuestionario, porque respondía: «Nueva
York», que no parece recinto propicio a la claustrofobia,
isla recóndita o espacio similar. Hago lo propio y respondo que cualquier
ciudad europea de mediano tamaño —comparada con Shanghái o México D.F.—, a ser
posible de clima amable, y siempre y cuando esté bien provista de librerías,
teatros, cines, bares y restaurantes.
¿Prefiere los animales a la gente? Compleja disyuntiva.
Depende de qué gente y de qué animales. Por regla general, los seres humanos
tienen una conversación más amena. Pero muchos de ellos no resisten cualquier
posible comparación con Pipo, el perro de mi hija Lucía, un ser
apacible, cariñoso y noble, cualidades que no siempre encuentro en los seres
humanos.
¿Es usted cruel? Nunca.
Lo más cerca que puedo estar de tal cosa es cuando la ironía se me va de las
manos y se convierte en sarcasmo.
¿Tiene muchos amigos? Pocos.
Desconfío de quienes dicen tener muchos amigos, novias, novios o bienes de
fortuna.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Vuelvo a
coincidir con Truman Capote: «En primer lugar, no deben ser estúpidos».
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Si tal
ocurriese, habrían dejado de ser amigos y no cabría decepción. Y dice Cervantes
que «Amistades que son ciertas, nadie las puede turbar».
¿Es usted una persona sincera? Sí,
claro. ¿O prefiere que le responda la verdad?
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo,
disfrutando de una conversación grata —quiero decir inteligente—, escuchando a Bach
o Mozart, por citar tan sólo algunos ejemplos. O no haciendo nada, que es
también una estupenda manera de dejar que el tiempo pase.
¿Qué le da más miedo? Acaso la
enfermedad, el dolor. La muerte no. A ese respecto —pero sólo a ese; a otros
efectos soy más de Antístenes et alii— coincido con Epicuro y su Tetrapharmakos: la
muerte nunca puede ser motivo de preocupación. Cuando nosotros estamos, ella no
está. Cuando está ella, nosotros ya no estamos.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? Algún deterioro cognitivo ha de tener quien
no se escandalice ya por las guerras, las injusticias, la corrupción, el
supremacismo, la xenofobia, la aporofobia, el machismo... Me temo que sigue
habiendo muchos motivos para el enojo, la irritación y aún la cólera en estos
tiempos que nos ha tocado vivir.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Languidecer.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí. Pedaleo
todos los días cerca de una hora por las mañanas. La actividad física me relaja
y permite mantener la mente despejada.
¿Sabe cocinar? Sí.
«Cocinar hizo al hombre» decía Faustino Cordón.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Dudo mucho que esa
revista —si es que sigue publicándose— pudiese encargarme un artículo. Pero, en
tan hipotético caso, podría elegir a Heráclito, Cervantes, Valle-Inclán, Walter
Benjamin o César Vallejo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Para quien, como yo, nació y creció en una dictadura,
creo que esa palabra no puede ser otra que «Libertad», que es bella en todos
los idiomas que conozco: Libertas, Liberté, Liberdade, Llibertat, Freedom…
¿Y la más peligrosa? “Libertad”: en este caso, para sus enemigos.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Respondo
sirviéndome de la respuesta del autor de A sangre fría: «¿Usted no? ¿No?»
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Digamos, en términos
náuticos, que toda mi vida ha navegado situándome en la cubierta de babor.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Me encuentro razonablemente
a gusto siendo quien soy, y no estoy seguro de que fuese a estarlo siendo otro.
¿Cuáles son sus vicios principales? No tengo
vicios «principales». Todos mis vicios —de cuya enumeración le dispenso— son
secundarios. Y seguramente nada originales.
¿Y sus virtudes? «Virtud» es un concepto teologal y, como decía Luis Buñuel,
«Soy ateo gracias a Dios».
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Ignoro de todo punto
cuál es el esquema clásico de las imágenes que a uno se le pasan por la cabeza
en tales circunstancias. Se lo que me ocurrió cuando, hace ya muchos años,
estuve a punto de ahogarme en una playa de Galicia, cuyas corrientes no había
tenido en cuenta. Y en tales circunstancias, lo único que se le pasa a uno por
la cabeza es salvarse.
T. M.