martes, 24 de diciembre de 2024

Fascismo: una retaguardia violenta y ruidosa

Unos pocos años atrás, gracias a «La infancia de los dictadores» (Gedisa), de Véronique Chalmet, conocimos a unos cuantos tiranos con un nexo común: el hecho de llegar a edad adulta llenos de fisuras psicológicas. Entre ellos estaba Benito Mussolini, que al no hablar durante los tres primeros años le fue diagnosticado retraso mental. Su padre era partidario de los castigos corporales, en su caso para «forjarle el carácter», y de ahí surgiría «una personalidad mórbida, autoritaria, ambivalente y excesiva. Un personaje astuto que no sabía distinguir con facilidad entre el bien y el mal y a quien la violencia compulsiva conducía al límite de la psicopatología». Pues bien, este sátrapa fue el protagonista de «M. El hijo del siglo», de Antonio Scurati (Nápoles, 1969), en que abordaba los años en que Mussolini llegó al poder.

El esfuerzo de documentación histórica, el enfoque estilístico y estructural, nos llevaban a una lectura de cariz novelístico con un Mussolini palpitante, «capaz de hacer sacrificios por los amigos», «tenaz en las enemistades y en los odios». Todas las virtudes de un ser valiente y audaz se abrían pase en el dibujo de un personaje cruel al que veíamos escalar en sus ambiciones, pues «le impulsa la convicción de estar representando una fuerza considerable en los destinos de Italia y está decidido a hacerla valer». Así, veíamos al Mussolini que creó en 1919, en Milán, a los Fascios de Combate, germen del partido fascista, al que es arrestado por tenencia ilegal de armas y explosivos, al que desfilaba con sus «camisas negras» cuando encontraba la ocasión propicia, al diputado de las elecciones de 1921, al que entró con sus seguidores en Roma, al que en 1924 dio un discurso en el parlamento que es considerado el inicio del régimen dictatorial; todo ello a medio camino entre la novela, la biografía y el libro de historia.

Víctimas y verdugos

Este logro literario tuvo su continuación con una segunda entrega, «M. El hombre de la providencia», que arrancaba en la Roma de 1925 y terminaba en 1932, con el protagonista convertido en el presidente del Consejo Consejo de Ministros más joven de la historia de Italia, en plena crisis. En la obra, se presentaban sus retos autoritarios, con tensiones internas en el partido o en el ámbito parlamentario, deseos colonialistas… Luego, vino «M. Los últimos días de Europa», en que tenía más preponderancia Hitler, y ahora, «M. La hora del destino» (traducción de Carlos Gumpert).

En él cobra peso la Segunda Guerra Mundial, con la perspectiva de los verdugos y no de las víctimas, como apunta Scurati en una nota inicial, dado que, por su relación con los nazis, Italia fue a la vez agresor y verdugo de los hechos: «Todo un pueblo arrojado al matadero de la historia». La novela da inicio con fuerza en junio de 1940, en un bombardero al mando del cual está el aviador del ejército fascista italiano más renombrado, Italo Balbo, tan temido como odiado por el Duce. El propio soldado ya prevé que la Alemania nazi y con ella el fascismo y el Gobierno italiano serán destruidos, dado el poder de las tropas inglesas. Es un gran comienzo en que el autor coloca en el contexto bélico al lector ahondando en los pensamientos de ese personaje para, progresivamente, presentarnos a otros muchos a lo largo de las cuatro partes del texto, relativas cada una a un año: 1940, 1941, 1942 y 1943: políticos de Albania, Yugoslavia y Grecia, Roosevelt y Eisenhower, De Gaulle y Pétain, Montgomery y Churchill, Rommel y Himmler…, aparte de Francisco Franco y otros nombres propios menos conocidos del ejército italiano.

Entre tantos personajes poderosos, también aparecen los que dan profundidad biográfica a la figura de Mussolini, como su esposa, Rachele: «Mujer sencilla, de piel dura y sanguina, soporta con un sentimiento de humillación las excesivas infidelidades de su marido»; o su hijo Bruno, un piloto que «no ve la hora de demostrar su valor». Así, «M. La hora del destino» es el relato de un hundimiento, pues, como dirá Mussolini en una nota escrita durante su encarcelamiento, en el verano de 1943: «Cuando un hombre se derrumba con su sistema, la caída es definitiva». Y en efecto, se irá contando de manera apasionante cómo el Duce, en un momento dado, ya no se atreve a «ladrarle al destino»; el inventor del fascismo cae silenciosamente, por así decirlo, después de que el rey acepte su dimensión y lo sustituya por el mariscal Pietro Badoglio.

¿Mussolini hoy?

El diccionario de la Real Academia Española dice que el fascismo es el “movimiento político y social de carácter totalitario que se desarrolló en Italia en la primera mitad del siglo XX, y que se caracterizaba por el corporativismo y la exaltación nacionalista”. Tal cosa la extiende, en su segunda acepción, a otros “movimientos políticos similares surgidos en otros países”, y hasta a una tercera: “Actitud autoritaria y antidemocrática que socialmente se considera relacionada con el fascismo”. Otra cosa es cómo ese término se use en la actualidad y que, en la práctica, sufrieron millones y millones de personas en diferentes fases de la pasada centuria de forma extraordinariamente sanguinaria, en especial, por culpa de Adolf Hitler y el partido con el que ganó las elecciones alemanas, el Nacionalsocialista.

Visto así, podría parecer que, en sentido estricto, se trata de un concepto del pasado, que tuvo un fin objetivo; este podría ubicarse tras la Segunda Guerra Mundial y la derrota germana en 1945, vencida por los Aliados democráticos. Pero una ideología política es transversal y atemporal, y sólo hay que añadir el prefijo “neo”, de origen griego y que significa “nuevo”, para definir algo novedoso y no obstante con raíces conocidas, lo que hace surgir la palabra neofascismo, que también registra el diccionario español designándolo como un movimiento político posterior a dicha guerra basado en el pensamiento fascista. A este respecto de lo que es el fascismo hoy en día también se posiciona, en un pequeño libro que sale a la venta el 7 de noviembre, el autor napolitano: «Fascismo y populismo. Mussolini hoy» (traducción de Carlos Gumpert).

Se trata de una conferencia que dio el autor en septiembre de 2022, y en ella cuenta cómo se interesó por Mussolini, a raíz de una novela de Leone Ginzburg, para «ajustar cuentas de una vez con el fascismo». Asimismo, para él es una ocasión para hablar del «irresistible ascenso de movimientos, partidos y líderes que más tarde aprenderíamos a definir como populistas». También, para señalar que el actual Gobierno italiano, de derechas, tiene miembros que provienen del neofascismo, lo cual le impide ser neutral, reconoce, en buena parte porque ha ido recibiendo ataques personales, insultantes o violentos, desde la prensa derechista de su país. Pero, más allá de la presencia de ciertos grupúsculos nazis, para el autor tal cosa no será un verdadero peligro para la democracia, como si fueran una serie de advenedizos que presentan más ruido que nueces, pues «no representan, como a ellos les gusta pensar, una vanguardia. No marchan al frente de procesos históricos que avanzan hacia un futuro próximo. Son, por el contrario, todavía y siempre, una retaguardia. Una ruidosa, violenta, eterna vanguardia».

Publicado en La Razón, 19-X-2024