En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Javier Santiso.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Dentro de un libro de Christian Bobin. La
Noche del corazón. Si fuese en un lugar del mundo, quizás España.
¿Prefiere los animales a la gente? La gente,
siempre. Los misántropos no me interesan.
¿Es usted cruel? La crueldad es inútil. Lo difícil
es la bondad.
¿Tiene muchos amigos? No es la
cantidad, es la calidad lo que cuenta, pocos, y hondos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Alegría,
cortesía, vivacidad, curiosidad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? A veces. Una
vez me sentí defraudado.
¿Es usted una persona sincera? Cuanto
puedo. Sobre todo cuando se refiere al arte, a la cultura, a los libros. Aquí
no puede haber medias tintas.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Disfrutar de
ínfimos infinitos. Esos momentos son joyas, una copa entre amigos, un gran
lienzo, un libro vertical, de los que te remueven la sangre.
¿Qué le da más miedo? La muerte.
Cada día es una vida. Y lo sabemos, todas las mañanas del mundo son sin retorno.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? La cara dura. La desfachatez. El despilfarro.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Sin duda pintor. A Michón
le pasa lo mismo, al final la pintura da a ver de lleno. Los libros es la
libertad, las imágenes corren por la mente. Pero los lienzos son imparables: de
una tajada, con sólo verlos te llegan recto al corazón. De ahí que escriba bastantes
novelas sobre pintores: Van Gogh o Edward Hopper, y el último sobre Francis
Bacon. Ahora estoy terminando una novela sobre Joaquín Sorolla, sus tres últimos
años de vida.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí, remos,
marcha. Es otra manera de respirar, de levantar el pulmón.
¿Sabe cocinar? Sí, pero mal. Eso sí, me
encanta la gastronomía. Es una forma de creatividad. Y de generosidad.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Una vida minúscula.
Podría ser divertido. Si no, pues un pintor, Pierre Soulages, por ejemplo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Alegría. Joie. Un bellísimo libro de Bobin, que he
publicado en La Cama Sol, es “El hombre alegría”. Lo hemos hecho con obras del pintor
Juan Uslé, quién tendrá una retrospectiva en el Reina Sofia este año, para
finales del 2025.
¿Y la más peligrosa? Soberbia.
Ignorancia. Maldad. Y cuando combinas ambas tienes una bomba nuclear, algo
letal, a pequeña y a gran escala.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Jamás.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? No hay
familia política, soy huérfano. Lo mío sería ese pensamiento que corre desde
Alexis de Tocqueville a Isaías Berlín, una corriente que ni queda huella de
ella en esta Europa del siglo veintiuno.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un árbol.
Para poder trepar, para ponerme a la vertical. Lo que carecemos en nuestras
vidas es verticalidad, “caer hacia arriba”, como diría Simone Weil: amar,
pensar, vivir, en esa verticalidad.
¿Cuáles son sus vicios principales? Leer.
Escribir. Vivir.
¿Y sus virtudes? Saber dar y saber recibir. Entusiasmo.
Y tener la suerte que algo, alguien, me pellizque el corazón.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? La
grandeza del mar, y la portada del libro de Pascal Quignard, “L’amour, la mer”;
“El amor, el mar”.
T. M.