Somos herederos directos de la Ilustración, de aquel movimiento no revolucionario, sino reformista, que nos visita hoy cada día, cuando menos desde el punto de vista editorial. Estudios históricos y traslaciones literarias de asuntos biográficos reales acaecidos en su momento se suceden sin parar dentro de una bibliografía siempre atenta a explotar el llamado Siglo de las Luces. Siempre se vende dicha etapa llena de cuestionamientos que al fin y a la postre devino uno de los periodos más ricos de estudio y reflexión, e incluso como el inicio de nuestra modernidad. A contestarse sobre todo ello se dedicó justamente Anthony Pagden en un libro de inequívoco título: «La Ilustración. Y por qué sigue siendo importante para nosotros», sin pensar que no hay mayor raciocinio moderno como en el Siglo de Oro español, y aún antes, gracias a la Escuela de Salamanca.
En todo caso, el investigador hablaba del legado de los enciclopedistas, como Jean d’Alembert, el científico Louis de Jaucourt o el autor más prolífico de la literatura francesa, Voltaire, y su titánica tarea conformada por veintisiete tomos con setenta y dos mil artículos firmados por los mayores expertos en infinidad de temas en París e innumerables publicaciones en el resto de Europa. Asimismo, este hispanista británico exploró lo que entendemos por «proyecto ilustrado» y sostuvo que la clave estribó en atribuir el conocimiento al sentimiento, es decir, a la empatía, configurando una ciencia humana que sustituyera a la teología y complementase a las ciencias naturales: «Fue la concepción de una “humanidad” culturalmente diversa pero racialmente homogénea lo que hizo posible la evolución del ideal “cosmopolita” moderno».
Este factor, decía el autor, es esencial para entender el mundo globalizado que hoy habitamos. Así, una de las cosas que Pagden se propuso explicar, muy convincentemente, es cómo en aquel tiempo el concepto de nacionalidad se difuminó en parte para surgir la idea de ser «ciudadanos del mundo», hasta el punto de que «si incluso los estados más poderosos se sienten a veces obligados a respetar las normas del derecho internacional, eso se lo debemos a la Ilustración». Pero, como contrapartida a ello, también se ha dicho que el mensaje ilustrado provocó un eurocentrismo que derivaría en imperialismo y racismo; que la Ilustración colocó la razón por encima de toda creencia religiosa de forma drástica, por más que destacados ilustrados, como el italiano Giambattista Vico y el español Benito Jerónimo Feijóo, fueran creyentes o incluso frailes.
Un cuarteto de filósofos
Si hacemos mención de la Ilustración ahora es para contrastarla con un título que sería imposible sin ella: «Espíritus del presente. Los últimos años de la filosofía y el comienzo de una Nueva Ilustración 1948-1984» (traducción de Joaquín Chamorro Mielke), de Wolfram Eilenberger, fundador de «Philosophie Magazin» y presentador del programa de televisión «Sternstunde Philosophie» en la cadena pública suiza SRF. En 2018, ya había incidido en similar temática en su libro «Tiempo de magos», en que estudió lo que para él fue la gran década de la filosofía: los años 1919-1929. En aquellas páginas, aparecían pensadores como Ludwig Wittgenstein, Walter Benjamin, Ernst Cassirer y Martin Heidegger, que según el autor elevaron el alemán a lengua del espíritu, en medio, claro está, de acontecimientos históricos de gran trascendencia.
Así, un poco al modo de Padgen, pero en el contexto germano, Elilenberger propulsa el pensamiento de estos autores para auparlos como los creadores de nuestro pensar contemporáneo, lo cual, aparte de hiperbólico e idealista, sólo hace que repetir lo que otro historiador dirá de otra época y país distintos para llevar el agua a su molino. De esta manera, Alemania se erigiría constantemente como portavoz de una Nueva Ilustración, de la misma manera que Goethe ya habló de una literatura universal pero siempre enmarcada en su visión localista del mundo de las letras. En esta nueva ocasión, Eilenberger presenta otra pléyade de filósofos muy valorados por su cultura, como Theodor W. Adorno, Susan Sontag, Michel Foucault o Paul K. Feyerabend, para presentar determinadas ideas alrededor del tiempo de las guerras mundiales.
«Espíritus del presente» tiene una fuerte parte biográfica, por cuanto sigue las huellas de esos autores por Frankfurt, Viena, Los Ángeles o París, y da una vuelta al tópico de que los ilustrados se reconocieron a sí mismo instalados en el «Siglo de la Filosofía», por más que la Ilustración no pueda verse como un movimiento único y coherente, más bien una revolución de las costumbres, tanto de tinte social como político. Para Elilenberger, juntar a este cuarteto de escritores, por muy diferentes que puedan ser, sí tendría sentido dado que los cuatro se enfrentaron a la rigidez científica para renovar la Ilustración: por ejemplo, en el caso de Adorno, tal cosa la hizo sobre una moralidad posible después de Auschwitz; por su parte, Foucault cuestionó lo que es históricamente posible pensar.
Un partido de tenis
Son asuntos estos, claro está, de notable complejidad teórica, que se aligeran por esa intención de humanizar al pensador siguiéndole los pasos, como cuando Adorno dejó California para ir a Alemania o Sontag empezó a divulgar sus ensayos de algo tan cercano como la cultura pop. La crítica literaria y filosófica alemana ha aplaudido sin recelos el libro, asintiendo ante la iniciativa de colocar a cuatro autores autores rompedores con la tradición, que tuvieron que enfrentarse a desafíos nuevos que imponía una sociedad marcada por el horror bélico y el Holocausto. Por eso conocemos en estas páginas la posguerra en la República Federal de Alemania, en un intento de reconciliarse con el pasado, las reflexiones de algo también tan novedoso, bajo la mirada de Sontag, como es la cultura de masas, los pasajes de Foucault en que medita acerca de lo que se entendería como la despedida del yo y la crítica del poder, y las consideraciones que le merecen a Feyerabend conceptos en torno a la crítica de la racionalidad.
Con respecto al empleo del término «espíritu», el autor lo eligió por su versatilidad semántica, jugando con su sentido de fantasma o de conciencia. Y no lo hace en balde, sabedor de que el «espíritu» tiene un papel axial en la tradición filosófica alemana. «El presente es lo que la mente quiere captar. En este libro entiendo por tanto la filosofía como el arte de la presencia mental», ha recalcado en una entrevista de Frank Willmann, el pasado octubre, poniendo el acento en el hecho de que las figuras centrales de su libro «cultivaron la filosofía como presencia de espíritu de una manera que ya no se practica en la academia hoy en día». Cabe decir que el trabajo da pie con una cita de 1984 que se refiere a un partido de tenis entre John McEnroe e Ivan Lendl en Roland Garros.
En ese año acaba el libro, precisamente, observando que un determinado momento de dicho partido «es probablemente uno de los últimos momentos que Foucault experimentó mientras estaba consciente en su habitación del hospital». Este enfoque resulta curioso, pero es el estilo de Elilenberger: escribir la historia de la filosofía como una historia de superación, como él mismo defiende, de diversos personajes que que se encontraron bajo una presión enorme, tanto en su vida personal como en su contexto histórico y también con respecto a otros filósofos profesionales.
Publicado en La Razón, 8-II-2025