miércoles, 5 de marzo de 2025

Entrevista capotiana a Pedro Hernández Soria

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Pedro Hernández Soria.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Andalucía sin veranos.

¿Prefiere los animales a la gente? Depende de para qué…

¿Es usted cruel? Nunca en caliente.

¿Tiene muchos amigos? Los cuento con los dedos de un muñón.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que no pretendan herirme. Que sean capaces de comprender cómo soy, lo que soy. Que sean humildes y sepan celebrar la magnanimidad del otro. Y que me exijan todo esto a mí también.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Sí.

¿Es usted una persona sincera? No suelo. En parte, porque tampoco suelo hallar nada con lo que sincerarme: me cuesta tomarme en serio. Supongo que de ahí nace la creación de personajes, de la indeterminación identitaria del autor. Coincido plenamente con quien dijo: “no tengo por qué estar de acuerdo con lo que pienso”.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Entregándome sin pudor a mis necesidades. Todo lo que no me es necesidad me es trabajo.

¿Qué le da más miedo? Los centros comerciales. La gilipollez invasiva. Los herederos de Dios.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Como se dice en mi novela, Apuntes del llano, el grito regularizado, banalizado, el grito bobo, de chácharas, de marujeo autocomplaciente, el grito empleado sin pasión ni técnica en la cotidianidad. Me escandaliza que me griten.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Aguantaría menos las ciudades y a los ciudadanos. Me haría guardabosques, seguramente.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Cuando me asalta una idea, deambulo sin término por los pasillos y estancias de mi casa.

¿Sabe cocinar? Sí, y lo disfruto.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? He pensado en Yukio Mishima. Muchos novelistas suelen vivir de puertas para adentro, inactivamente, con cierta cobardía, volcando en la ficción sus propensiones frustradas. Cuando no, ocurren casos apasionantes como el de Mishima. También he pensado en Hernán Cortés.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Creo que las palabras están más relacionadas con la desesperanza, con una ansiedad e impotencia colectiva. La esperanza es indudablemente muda.

¿Y la más peligrosa? Posible.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sí.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Fluctúo entre múltiples formas de antimercantilismo y el desentendimiento político del isleño de una tribu ágrafa que parte un coco.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Qué pregunta tan difícil. Uno de mis personajes escribe que quisiera vivir inmortal e infinitamente confinado en un cuarto sin ventanas y desprendido de toda conciencia. Yo creo que se puede aspirar a más. Me gustaría ser el Archipiélago Japonés, los Andes, el Sáhara, el Mediterráneo, el Caribe. El último amanecer que el último neandertal contempló. Un fa sostenido. El pintalabios de una mujer inteligente.

¿Cuáles son sus vicios principales? El principal podría confundirse con la pereza, pero es diferente: sufro el vicio de rehuir todo tipo de esfuerzo por una especie de convicción moral dogmática.

¿Y sus virtudes? Me enternecen muchas cosas. No es algo práctico, pero sí virtuoso.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Sinceramente, ninguna. Creo que me invadiría una nostalgia sin imagen de todo lo que no fue mi vida.

T. M.