sábado, 12 de abril de 2025

Entrevista capotiana a Javier Gilabert

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Javier Gilabert.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? En mi casa, sin duda. De hecho, 2020 me ofreció un periodo de prueba y creo que la cosa podría funcionar.

¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero a la gente que prefiero, aunque no tenga nada en contra de los animales. Ni de según qué gente.

¿Es usted cruel? No me deleito en hacer sufrir ni me complacen los padecimientos ajenos. Contradictoriamente, en ocasiones puedo llegar a serlo conmigo mismo.

¿Tiene muchos amigos? Supongo que los que me merezco. Incluso puede que alguno más. En cualquier caso, no me puedo quejar. Junto a mi familia son lo mejor que tengo.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Incondicionalidad, reciprocidad y, por encima de todo, honestidad.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Por definición de la palabra, no. De lo contrario, no tendrían esa consideración.

¿Es usted una persona sincera? Le mentiría si dijera lo contrario.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Lo primero que haría, de tenerlo, sería pensar bien en qué emplearlo. Si se refiere al tiempo que me dejan libre mis obligaciones laborales, suelo dedicarlo a trabajar.

¿Qué le da más miedo? La posibilidad de que sufran las personas que quiero.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La falta de impunidad y el descaro con el que se lleva a gala hoy en día, especialmente por parte de quienes nos representan.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Probablemente, tener algo de tiempo libre. Y de ser así, dedicarlo a la música. Hice mis pinitos en bandas de rock.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Caminar, correr y procrastinar. No necesariamente en ese orden.

¿Sabe cocinar? Y tengo buena mano, especialmente para los guisos y los arroces, según me dicen, aunque comer se me da mejor aún.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A mi padre. Inolvidable para mí y para otras muchas personas y, en el mejor de los sentidos, un personaje.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Sí.

¿Y la más peligrosa? El verdadero peligro de la palabra reside en quién y cómo la utiliza. Pero dado que me pide que escoja una, diré “virus”.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, que yo sepa. Pero uno no puede saberlo todo.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Aquellas que se alinean con la justicia y la igualdad social y se alejan de los extremos. No obstante, he de confesar cierta debilidad por lo políticamente incorrecto.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Asquerosamente rico, más que nada por saber qué se siente, por mera curiosidad. Y para poder comprar tiempo libre.

¿Cuáles son sus vicios principales? De los confesables, el tabaco. Y cierta tendencia a no saber decir que no. Pero me estoy quitando, que cantaba aquel.

¿Y sus virtudes? La capacidad de trabajo, y no tengo inconveniente en asumir todas aquellas que me atribuyan los demás, que alguna otra habrá, seguramente.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Es una de mis pesadillas recurrentes, aunque en ellas lo que visualizo es el ahogamiento en sí. Quizá me vendría a la mente que tendría que haberle hecho caso a mi médico cuando me dijo aquello de que dejara de fumar…

T. M.