En 1972, Truman Capote publicó un original
texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló
«Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con
astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus
frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman
la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de
la vida, de Javier Gilabert.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? En mi casa, sin duda. De hecho, 2020 me ofreció un periodo de prueba y creo que la cosa podría funcionar.
¿Prefiere los animales a la
gente? Prefiero a la
gente que prefiero, aunque no tenga nada en contra de los animales. Ni de según
qué gente.
¿Es usted cruel? No me deleito en hacer sufrir ni me
complacen los padecimientos ajenos. Contradictoriamente, en ocasiones puedo
llegar a serlo conmigo mismo.
¿Tiene muchos amigos? Supongo que los que me merezco. Incluso
puede que alguno más. En cualquier caso, no me puedo quejar. Junto a mi familia
son lo mejor que tengo.
¿Qué cualidades busca en
sus amigos? Incondicionalidad,
reciprocidad y, por encima de todo, honestidad.
¿Suelen decepcionarle sus
amigos? Por definición
de la palabra, no. De lo contrario, no tendrían esa consideración.
¿Es usted una persona
sincera? Le mentiría si
dijera lo contrario.
¿Cómo prefiere ocupar su
tiempo libre? Lo primero
que haría, de tenerlo, sería pensar bien en qué emplearlo. Si se refiere al
tiempo que me dejan libre mis obligaciones laborales, suelo dedicarlo a trabajar.
¿Qué le da más miedo? La posibilidad de que sufran las personas
que quiero.
¿Qué le escandaliza, si es
que hay algo que le escandalice? La
falta de impunidad y el descaro con el que se lleva a gala hoy en día,
especialmente por parte de quienes nos representan.
Si no hubiera decidido ser
escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Probablemente, tener algo de tiempo
libre. Y de ser así, dedicarlo a la música. Hice mis pinitos en bandas de rock.
¿Practica algún tipo de
ejercicio físico? Caminar,
correr y procrastinar. No necesariamente en ese orden.
¿Sabe cocinar? Y tengo buena mano, especialmente para
los guisos y los arroces, según me dicen, aunque comer se me da mejor aún.
Si el Reader’s Digest le
encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a
quién elegiría? A mi
padre. Inolvidable para mí y para otras muchas personas y, en el mejor de los
sentidos, un personaje.
¿Cuál es, en cualquier
idioma, la palabra más llena de esperanza? Sí.
¿Y la más peligrosa? El verdadero peligro de la palabra reside
en quién y cómo la utiliza. Pero dado que me pide que escoja una, diré “virus”.
¿Alguna vez ha querido
matar a alguien? No, que
yo sepa. Pero uno no puede saberlo todo.
¿Cuáles son sus tendencias
políticas? Aquellas que
se alinean con la justicia y la igualdad social y se alejan de los extremos. No
obstante, he de confesar cierta debilidad por lo políticamente incorrecto.
Si pudiera ser otra cosa,
¿qué le gustaría ser? Asquerosamente
rico, más que nada por saber qué se siente, por mera curiosidad. Y para poder
comprar tiempo libre.
¿Cuáles son sus vicios principales?
De los confesables, el
tabaco. Y cierta tendencia a no saber decir que no. Pero me estoy quitando, que
cantaba aquel.
¿Y sus virtudes? La capacidad de trabajo, y no tengo
inconveniente en asumir todas aquellas que me atribuyan los demás, que alguna
otra habrá, seguramente.
Imagine que se está
ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Es una de mis pesadillas
recurrentes, aunque en ellas lo que visualizo es el ahogamiento en sí. Quizá me
vendría a la mente que tendría que haberle hecho caso a mi médico cuando me
dijo aquello de que dejara de fumar…
T. M.