En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Pablo del Río.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Madrid, pero no el centro. Entre residentes,
turistas y repartidores, ya no cabe ni un alma.
¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero a
la gente. Por mi experiencia personal, los gatos son egoístas; los perros,
serviles; y los pájaros, guarros. Entre los humanos tenemos un poco de todo y
siempre hay quien te sorprende.
¿Es usted cruel? Ni lo soy ni valdría para
serlo. Soy de los que alargan el paso para no pisar una procesión de hormigas
en plena cosecha.
¿Tiene muchos amigos? Bastantes.
Lo que sí he observado es que con el paso del tiempo disminuye la cantidad y
aumenta la calidad.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que sean
divertidos y tengan buen gusto, porque la lealtad se les supone.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Los amigos
no vienen con garantía, como los electrodomésticos. Si me decepcionan alguna
vez, tampoco me rasgo las vestiduras. Seguro que lo compensan luego con creces.
¿Es usted una persona sincera? Creo que
la sinceridad está sobrevalorada y puede resultar hasta cruel. Hay momentos en
que lo más honesto es mentir sin remilgos. Ya lo decía Nietzsche: “Todo lo
profundo ama la máscara”. Y el teatro es una de las artes escénicas. No lo
olvidemos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Hacer
rutas por las montañas, leer y, sobre todo, viajar. Y si no hablo el idioma del
destino donde viajo, aún me resulta más estimulante.
¿Qué le da más miedo? El
sufrimiento, pero no el mío, sino el de los míos.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? Nos hemos acostumbrado a vivir día a día tales
barbaridades, que el umbral del escándalo está demasiado alto como para que
algún acontecimiento lo rebase.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Tocar la guitarra eléctrica
es una de las pasiones que dejo para mi próxima vida.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Subir
montañas de vez en cuando y una hora de paseo diario.
¿Sabe cocinar? Domino la cocina de
supervivencia. Carezco de paciencia para estar tres horas frente al fogón y
luego escuchar a los comensales decir: “qué rico estaba el vino”.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Carl Sagan.
Su serie documental “Cosmos” me impresionó. Hacía que lo complejo y enigmático
resultara comprensible. Supongo que mucha gente de mi generación estudió
disciplinas científicas gracias a personas como él. Aunque me dedico a las
letras, siempre me sedujeron más los personajes científicos que cualquier otro.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? “Ven”. Es la palabra más bella que una persona le puede
decir a otra. Pero hay que decirla con los brazos abiertos.
¿Y la más peligrosa? “Telediario”.
Es la nueva caja de Pandora. Como enciendas la televisión a las tres de la
tarde, tienes la sensación de que el mundo es una pocilga y no es para tanto.
Cualquier tiempo pasado fue peor, el problema es que no había tele ni internet
para enterarse.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Dicen que
los escritores matamos en las novelas porque seríamos incapaces de hacerlo en
una situación real. Nunca he sentido esa pulsión, lo que no quiere decir que,
en una circunstancia puntual, pueda surgir.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? He perdido
mi fe en la clase política, así que no voto al que más se acerca a mi
ideología, sino al que veo más capacitado. Estoy tan decepcionado que a los
políticos les pido lo mismo que a los detergentes: que quiten las manchas pero,
sobre todo, que no me destrocen las camisas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Músico,
sin duda.
¿Cuáles son sus vicios principales? La
impaciencia. Pero no le echo la culpa a la sociedad o al ritmo frenético que llevamos.
Los vicios son siempre personales, al igual que las virtudes.
¿Y sus virtudes? La empatía y una cierta creatividad.
Por más que busco, no encuentro ninguna otra.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? En estos
casos se suele decir que desfilan por la retina imágenes de los momentos más
felices de la vida. No obstante, la conciencia es caprichosa y, en mi caso,
puedo asegurar que prescindiría de los instantes dulces y en su lugar me torturaría
con aquellos deseos que no logré materializar.
T. M.