En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Noelia Velasco de la Torre.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Elegiría el bosque.
Es, para mí, el ecosistema más completo: un universo en equilibrio donde cada
ser cumple una función y nada existe de manera aislada. Su red de colaboración es
exquisita e inspiradora; todo en él se sostiene gracias al intercambio y a la
interdependencia. Además, su lado salvaje (a veces duro o incluso cruel bajo
cierta mirada), sería un recordatorio constante de que la vida exige presencia,
adaptación y creatividad. En ese entorno nunca podría abandonarme, el bosque me
invitaría siempre a crecer, a desarrollar nuevos recursos, a aprender de su
sabiduría silenciosa y cambiante.
¿Prefiere los animales a la gente? No es que prefiera a
los animales más que a la gente, es que con ellos la vida se vuelve más
sencilla. No hay máscaras, ni dobles intenciones: un animal te muestra
exactamente lo que siente, sin adornos. Su presencia es pura, honesta, libre de
juicios. Con los humanos, en cambio, a veces todo se enreda en palabras,
expectativas o malentendidos. Los animales me enseñan una forma más limpia de
estar en el mundo, y quizá por eso, sin necesidad de comparaciones, me resulta
más fácil sentirme en casa a su lado.
¿Es usted cruel? ¿Cruel? Diría que,
en cierta medida, sí, aunque no de la forma que normalmente se entiende. En
este sistema, ser completamente inocente es casi imposible. Comemos lo que
otros seres vivos entregan —a veces plantas, a veces animales—, usamos energía que devora paisajes,
participamos sin querer en engranajes que explotan, contaminan o hieren.
Incluso cuando actuamos con amor, hay algo del mundo que se sacrifica para
sostener nuestra existencia. No concibo la crueldad como elección consciente de
dañar (aunque otros la profesen y practiquen), sino como una consecuencia
inevitable de vivir dentro de una estructura que se alimenta de desequilibrio.
Intento que mi forma de estar en el mundo sea lo más respetuosa posible:
cultivar, cuidar, agradecer, reparar cuando puedo. Pero también sé que, al
moverme, dejo huella; que mi paso tiene peso. Tal vez la diferencia no está en
negar esa parte oscura, sino en asumirla con responsabilidad y ternura:
reconocer que la vida se sostiene sobre un delicado intercambio de muerte y
renacimiento, y que nuestra “crueldad” puede volverse más lúcida cuando la
miramos de frente.
¿Tiene muchos amigos? Sí, soy muy
afortunada: tengo muchos amigos, más de los que caben en los dedos de mis
manos. No hablo de conocidos ni de amistades circunstanciales, sino de relaciones
auténticas y profundas, de esas con las que se puede contar cuando la vida se
complica o cuando hay algo verdaderamente importante en juego. Son vínculos
reales, construidos con tiempo, confianza y presencia. Y tenerlos me parece uno
de los mayores privilegios que puede ofrecer la vida.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? No soy muy exigente
con mis amigos, no busco conscientemente nada más allá de que sean personas
honestas. Creo que la amistad, cuando es genuina, permite al otro ser quien es y
nace de una conexión que invita a seguir profundizando en la otra persona. No
se fuerza, simplemente ocurre: hay un hilo invisible que hace que el vínculo
crezca y se alimente con naturalidad. Para que eso suceda, tiene que existir
algún nexo que nos permita explorarnos mutuamente, aprender el uno del otro y
hacer que el compartir sea algo enriquecedor, buscado y disfrutado por ambas
partes.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? A veces me he sentido
decepcionada, pero con el tiempo aprendo a mirar esas situaciones de otro modo.
Me he dado cuenta de que muchas veces la decepción nace de mis propias
expectativas, de esperar algo del otro que quizá no le correspondía darme. He
aprendido —aunque no siempre lo consiga— a soltar un poco esa necesidad de que
los demás actúen como yo espero, y a reconocer que, cuando algo me duele, suele
tener más que ver con mis vacíos o mis miedos que con sus faltas. No siempre lo
manejo bien, pero intento ser más comprensiva, tanto con los demás como conmigo
misma.
¿Es usted una persona sincera? Sí, creo que soy una
persona sincera, aunque mi sinceridad no siempre llega con la delicadeza que
quisiera. A veces se parece más a una ráfaga de viento que termina moviendo
cosas que otros preferirían dejar quietas. No me gusta fingir, y suelo decir lo
que pienso, aunque con el tiempo he aprendido a hacerlo con algo más de
cuidado. Ser prudente y algo silenciosa, creo, también me ayuda a mantenerme
más cerca de la verdad.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? En mi tiempo libre me gusta hacer cosas que me conecten con la calma y
con lo esencial. Paso muchas horas en el bosque, investigando, observando o
simplemente paseando sin rumbo, dejándome llevar por lo que el paisaje me
ofrece. Allí encuentro inspiración, respuestas y también preguntas nuevas.
Además, disfruto mucho escribiendo y leyendo; son mis formas favoritas de
ordenar mi mundo interior y de dialogar con lo invisible. Cuando puedo, viajo,
siempre buscando árboles singulares, bosques y lugares donde la presencia megalítica
sea importante. También dedico tiempo a las manos: hacer cosas manuales, crear
con materiales simples, me ayuda a mantenerme presente y a sentir que lo
pequeño puede tener una hondura inmensa.
¿Qué le da más miedo? Lo que más me asusta
es el rumbo que está tomando nuestro planeta en manos de depredadores
insaciables: políticos, magnates con nombre y otros tantos que prefieren
permanecer en la sombra. Me aterra ver cómo, poco a poco, van moldeando el
mundo a su antojo mientras la mayoría de nosotros aceptamos sus imposiciones
con una pasividad que duele. Pero quizá lo que más miedo me da es ver cómo nos
dividen con ideologías, bandos y etiquetas, cuando para quienes realmente
mueven los hilos la ideología no tiene ningún valor. Solo aplican, con
precisión y cinismo, su vieja fórmula: “divide y vencerás”.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? Me escandaliza la indiferencia. La facilidad con la que
tantas personas miran hacia otro lado mientras la destrucción, la mentira o la
injusticia se normalizan. Me escandaliza la falta de conciencia, la desconexión
profunda con la naturaleza y con lo esencial; la forma en que hemos aprendido a
aceptar lo inaceptable, a acostumbrarnos a lo torcido como si fuera lo natural.
También me escandaliza la hipocresía de quienes se llenan la boca con palabras
como “progreso”, “ecología” o “libertad” mientras sacrifican todo lo vivo en
nombre del beneficio propio. En el fondo, creo que lo que más me sacude es ver
cuán poco nos cuesta olvidar que formamos parte de un todo, y cómo perdemos la
dignidad cada vez que dejamos de actuar desde la consciencia y la compasión.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? En realidad, soy Guía de Naturaleza, que es mi verdadera
pasión. Dedico mi vida a investigar el ecosistema forestal y luego mostrarlo a
través de mi propia mirada, en la que la ciencia y el espíritu están
íntimamente entrelazados. De niña me diagnosticaron dislexia en su grado más
alto, así que leer y escribir, al principio, fue casi un acto compulsivo que me
salvó de un mundo cruel e injusto con quienes son diferentes. Mi mente aprendió
a trazar otros caminos para llegar al mismo lugar, a inventar recursos propios,
y por eso le debo mucho a la escritura: porque me enseñó que las limitaciones
pueden transformarse en senderos únicos hacia la libertad. No me atrevería a
llamar a la escritura profesión. Una cosa es escribir y otra muy distinta
escribir para publicar. Yo siempre he escrito para mí, con avidez, como una
forma de entender el mundo y comprenderme dentro de él. He llenado cuadernos,
redactado textos de divulgación, y escrito cientos de guiones para mis vídeos y
sendas guiadas, sin pensar nunca en que esas palabras pudieran salir de mi
ámbito íntimo. Pero, de forma orgánica, casi sin proponérmelo, escribí una
novela —mi primera novela— y con ella gané el concurso de Literatura de la
Editorial Desnivel y con ello se han abierto ventanas de oportunidad con las
que antes ni soñaba.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Soy caminante,
merodeante, andariega, paseadora… Mi “gimnasio” es el bosque o el jardín y mis
pesas son las piedras del camino. No necesito una cinta de correr cuando tengo
senderos, cuestas y hojas bajo los pies. Caminar para mí no es solo ejercicio
físico, es también una forma de pensar, de respirar y de ordenar el alma
mientras las piernas hacen lo suyo.
¿Sabe cocinar? Sé cocinar lo justo. No me gusta pasar
demasiado tiempo en la cocina. Aun así, cuando me pongo, suelo tener buena
intuición: sé combinar ingredientes y proporciones casi por instinto (no me
gusta seguir recetas), y normalmente el resultado acaba sorprendiendo, incluso
a mí.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Elegiría a Rudolf
Steiner. Porque fue un visionario que se atrevió a unir ciencia y espíritu en
una época que los consideraba irreconciliables. Su mirada abarcó desde la
pedagogía hasta la agricultura, el arte o la medicina, siempre con la intención
de devolverle al ser humano su papel consciente dentro del cosmos. Me fascina
su manera de comprender la vida como un proceso evolutivo del alma, en el que
cada acción tiene un propósito más amplio. Escribir sobre él sería, de algún
modo, escribir sobre la posibilidad de una humanidad más despierta, capaz de
pensar, sentir y actuar en armonía con las leyes vivas del mundo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? AMOR: Amplitud Modulada de Onda de Resonancia. Es la
frecuencia que sostiene y mueve el universo. El amor no es un sentimiento, sino
una fuerza creadora, una sustancia espiritual que teje la trama del mundo. Es
el impulso que une lo humano con lo divino, lo visible con lo invisible. En
cada gesto de amor auténtico se expresa la voluntad del espíritu que busca
armonizar lo que está fragmentado. El amor es, en realidad, el camino de
evolución de la conciencia: cuando amamos, despertamos en nosotros la capacidad
de ver al otro como portador del mismo principio divino que nos habita. Es la
vibración que transforma la materia en sentido, y el miedo en oportunidad. Los
humanos vivimos con la misión de aprender a amar, al menos yo siento que es mi
gran tarea pendiente. En verdad no soy muy amiga de la esperanza cuando esta
invita a la espera, a la inacción, al no hacer; la prefiero entendida como una
fuerza inspiradora, que impulsa el movimiento y la creación.
¿Y la más peligrosa? El miedo. Porque es
la raíz silenciosa de casi todo lo destructivo: paraliza, distorsiona la
percepción y nos hace actuar desde la defensa en lugar de desde la consciencia.
El miedo cierra el corazón, endurece el pensamiento y nos separa de los demás.
Es la emoción que más fácilmente puede ser manipulada, tanto a nivel individual
como colectivo, y de la que se alimentan los poderes que prefieren a la
humanidad dormida. Además, el miedo es quien engorda el ego, distorsiona la
autoestima y alimenta los bajos instintos, haciéndonos creer que sobrevivir es
más importante que vivir con verdad. No es que el miedo no tenga sentido —a
veces protege—, pero cuando gobierna, nos roba la libertad interior, y sin
libertad, el alma se apaga.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No: desear o querer matar,
no. Pero sí puedo admitir que, frente a ciertos personajes abyectos del panorama
social y político, desearía que desaparecieran, al menos de la escena pública;
que perdieran poder, voz e influencia para no seguir dañando. Esa sensación
nace del cansancio y del asco ante quienes confunden beneficio propio con bien
común, que mienten, explotan o banalizan el sufrimiento ajeno. No quiero ni
glorifico la violencia: prefiero imaginar su desaparición como el resultado de una
justicia auténtica (no la que tenemos), la rendición de cuentas, el descrédito
público y la pérdida del apoyo que les permite actuar. En lugar de venganza, mi
deseo es que sean sustituidos por responsabilidad: que sus acciones tengan
consecuencias, que la verdad salga a la luz y que la comunidad recupere su
poder para construir otro relato.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? La política, en su
sentido más puro, es el arte de cuidar la polis: de organizar la vida común
para que las personas puedan convivir, desarrollarse y cooperar en armonía.
Pero lo que tenemos hoy dista mucho de eso. No vivimos en una verdadera
democracia, sino en una partitocracia: un sistema de engaño perpetuo
donde se nos ha hecho creer que elegimos, cuando en realidad solo movemos
piezas dentro de un tablero diseñado por los mismos de siempre. Han convertido
la política en un teatro de ideologías prefabricadas que ellos mismos no
profesan, pero que sirven para mantenernos divididos y enfrentados, mientras
ellos —todos, sin distinción de siglas— se reparten el poder, los recursos y
las influencias. Así, mientras la gente discute desde trincheras ideológicas,
ellos continúan reforzando las estructuras que garantizan su permanencia. Si
tuviera que definir mis tendencias, diría que mi “política” es la ética: el
compromiso con la verdad, la justicia y la vida en común. Todo lo demás, tal
como está planteado, no es política: es manipulación institucionalizada.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Extraterrestre. No por ansias de escapar, sino por pura curiosidad
cósmica. Me gustaría mirar la Tierra desde fuera, sin las distorsiones del ego
humano, sin banderas ni fronteras, viendo a la especie entera como un solo
organismo que respira, se contradice y evoluciona. Ser extraterrestre me
permitiría observar con mayor asombro lo que aquí damos por sentado: el milagro
de una hoja, la poesía de una tormenta, la fragilidad de nuestras guerras.
Quizás, desde esa distancia, podría entender mejor por qué nos empeñamos en
destruir lo que nos sostiene, o por qué nos cuesta tanto amar sin condiciones. Y
quién sabe… quizás algunos extraterrestres ya nos observen con una mezcla de
ternura y desconcierto, esperando que, algún día, logremos ser tan inteligentes
como los árboles.
¿Cuáles son sus vicios principales? Necesito crear
constantemente, me canso de lo rutinario, me cuesta saborear los logros pues
enseguida estoy pensando en la meta siguiente. La comida me hace gozar y me
cuesta decir no a un plato delicioso. Leer y escribir son dos grandes vicios
que practico desde niña, aunque siempre he escrito para mí, nunca había pensado
en publicar hasta que de forma orgánica gané el Premio Desnivel de Literatura,
de manera que se me abrieron ventanas de oportunidad y ahora comparto este vicio
con otros.
¿Y sus virtudes? Dicen que el vicio y
la virtud están separados por una línea tan fina que a veces ni se distingue;
basta un pensamiento o una intención para cruzarla sin querer. Supongo que mi
creatividad habita justo en ese borde: puede ser mi mayor defecto o mi mayor
virtud. Además, soy discreta, trabajadora y profundamente leal, aunque he aprendido
a rectificar y desandar mis senderos cuando me descubro en error.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Lo primero que pasaría por mi mente en esa transición sería una
activación natural de recursos para sobrevivir al percance, un impulso casi
instintivo por seguir respirando, por volver a la superficie. Y si no lograra
la supervivencia… entonces confiaría en el proceso. No sé por qué tipo de
embudo tendré que pasar para llegar al otro lado. Cada vez hay más evidencias
científicas de que esto no se acaba aquí, de que la conciencia sigue su viaje.
No me inquieta lo que venga después; solo espero que, al otro lado, estén todos
los perros de mi vida esperándome, moviendo la cola como si nunca se hubieran ido.
T. M.
