viernes, 28 de noviembre de 2025

Entrevista capotiana a Noelia Velasco de la Torre

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Noelia Velasco de la Torre.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Elegiría el bosque. Es, para mí, el ecosistema más completo: un universo en equilibrio donde cada ser cumple una función y nada existe de manera aislada. Su red de colaboración es exquisita e inspiradora; todo en él se sostiene gracias al intercambio y a la interdependencia. Además, su lado salvaje (a veces duro o incluso cruel bajo cierta mirada), sería un recordatorio constante de que la vida exige presencia, adaptación y creatividad. En ese entorno nunca podría abandonarme, el bosque me invitaría siempre a crecer, a desarrollar nuevos recursos, a aprender de su sabiduría silenciosa y cambiante.

¿Prefiere los animales a la gente? No es que prefiera a los animales más que a la gente, es que con ellos la vida se vuelve más sencilla. No hay máscaras, ni dobles intenciones: un animal te muestra exactamente lo que siente, sin adornos. Su presencia es pura, honesta, libre de juicios. Con los humanos, en cambio, a veces todo se enreda en palabras, expectativas o malentendidos. Los animales me enseñan una forma más limpia de estar en el mundo, y quizá por eso, sin necesidad de comparaciones, me resulta más fácil sentirme en casa a su lado.

¿Es usted cruel? ¿Cruel? Diría que, en cierta medida, sí, aunque no de la forma que normalmente se entiende. En este sistema, ser completamente inocente es casi imposible. Comemos lo que otros seres vivos entregan —a veces plantas, a veces animales—,  usamos energía que devora paisajes, participamos sin querer en engranajes que explotan, contaminan o hieren. Incluso cuando actuamos con amor, hay algo del mundo que se sacrifica para sostener nuestra existencia. No concibo la crueldad como elección consciente de dañar (aunque otros la profesen y practiquen), sino como una consecuencia inevitable de vivir dentro de una estructura que se alimenta de desequilibrio. Intento que mi forma de estar en el mundo sea lo más respetuosa posible: cultivar, cuidar, agradecer, reparar cuando puedo. Pero también sé que, al moverme, dejo huella; que mi paso tiene peso. Tal vez la diferencia no está en negar esa parte oscura, sino en asumirla con responsabilidad y ternura: reconocer que la vida se sostiene sobre un delicado intercambio de muerte y renacimiento, y que nuestra “crueldad” puede volverse más lúcida cuando la miramos de frente.

¿Tiene muchos amigos? Sí, soy muy afortunada: tengo muchos amigos, más de los que caben en los dedos de mis manos. No hablo de conocidos ni de amistades circunstanciales, sino de relaciones auténticas y profundas, de esas con las que se puede contar cuando la vida se complica o cuando hay algo verdaderamente importante en juego. Son vínculos reales, construidos con tiempo, confianza y presencia. Y tenerlos me parece uno de los mayores privilegios que puede ofrecer la vida.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? No soy muy exigente con mis amigos, no busco conscientemente nada más allá de que sean personas honestas. Creo que la amistad, cuando es genuina, permite al otro ser quien es y nace de una conexión que invita a seguir profundizando en la otra persona. No se fuerza, simplemente ocurre: hay un hilo invisible que hace que el vínculo crezca y se alimente con naturalidad. Para que eso suceda, tiene que existir algún nexo que nos permita explorarnos mutuamente, aprender el uno del otro y hacer que el compartir sea algo enriquecedor, buscado y disfrutado por ambas partes.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? A veces me he sentido decepcionada, pero con el tiempo aprendo a mirar esas situaciones de otro modo. Me he dado cuenta de que muchas veces la decepción nace de mis propias expectativas, de esperar algo del otro que quizá no le correspondía darme. He aprendido —aunque no siempre lo consiga— a soltar un poco esa necesidad de que los demás actúen como yo espero, y a reconocer que, cuando algo me duele, suele tener más que ver con mis vacíos o mis miedos que con sus faltas. No siempre lo manejo bien, pero intento ser más comprensiva, tanto con los demás como conmigo misma.

¿Es usted una persona sincera? Sí, creo que soy una persona sincera, aunque mi sinceridad no siempre llega con la delicadeza que quisiera. A veces se parece más a una ráfaga de viento que termina moviendo cosas que otros preferirían dejar quietas. No me gusta fingir, y suelo decir lo que pienso, aunque con el tiempo he aprendido a hacerlo con algo más de cuidado. Ser prudente y algo silenciosa, creo, también me ayuda a mantenerme más cerca de la verdad.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? En mi tiempo libre me gusta hacer cosas que me conecten con la calma y con lo esencial. Paso muchas horas en el bosque, investigando, observando o simplemente paseando sin rumbo, dejándome llevar por lo que el paisaje me ofrece. Allí encuentro inspiración, respuestas y también preguntas nuevas. Además, disfruto mucho escribiendo y leyendo; son mis formas favoritas de ordenar mi mundo interior y de dialogar con lo invisible. Cuando puedo, viajo, siempre buscando árboles singulares, bosques y lugares donde la presencia megalítica sea importante. También dedico tiempo a las manos: hacer cosas manuales, crear con materiales simples, me ayuda a mantenerme presente y a sentir que lo pequeño puede tener una hondura inmensa.

¿Qué le da más miedo? Lo que más me asusta es el rumbo que está tomando nuestro planeta en manos de depredadores insaciables: políticos, magnates con nombre y otros tantos que prefieren permanecer en la sombra. Me aterra ver cómo, poco a poco, van moldeando el mundo a su antojo mientras la mayoría de nosotros aceptamos sus imposiciones con una pasividad que duele. Pero quizá lo que más miedo me da es ver cómo nos dividen con ideologías, bandos y etiquetas, cuando para quienes realmente mueven los hilos la ideología no tiene ningún valor. Solo aplican, con precisión y cinismo, su vieja fórmula: “divide y vencerás”.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Me escandaliza la indiferencia. La facilidad con la que tantas personas miran hacia otro lado mientras la destrucción, la mentira o la injusticia se normalizan. Me escandaliza la falta de conciencia, la desconexión profunda con la naturaleza y con lo esencial; la forma en que hemos aprendido a aceptar lo inaceptable, a acostumbrarnos a lo torcido como si fuera lo natural. También me escandaliza la hipocresía de quienes se llenan la boca con palabras como “progreso”, “ecología” o “libertad” mientras sacrifican todo lo vivo en nombre del beneficio propio. En el fondo, creo que lo que más me sacude es ver cuán poco nos cuesta olvidar que formamos parte de un todo, y cómo perdemos la dignidad cada vez que dejamos de actuar desde la consciencia y la compasión.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? En realidad, soy Guía de Naturaleza, que es mi verdadera pasión. Dedico mi vida a investigar el ecosistema forestal y luego mostrarlo a través de mi propia mirada, en la que la ciencia y el espíritu están íntimamente entrelazados. De niña me diagnosticaron dislexia en su grado más alto, así que leer y escribir, al principio, fue casi un acto compulsivo que me salvó de un mundo cruel e injusto con quienes son diferentes. Mi mente aprendió a trazar otros caminos para llegar al mismo lugar, a inventar recursos propios, y por eso le debo mucho a la escritura: porque me enseñó que las limitaciones pueden transformarse en senderos únicos hacia la libertad. No me atrevería a llamar a la escritura profesión. Una cosa es escribir y otra muy distinta escribir para publicar. Yo siempre he escrito para mí, con avidez, como una forma de entender el mundo y comprenderme dentro de él. He llenado cuadernos, redactado textos de divulgación, y escrito cientos de guiones para mis vídeos y sendas guiadas, sin pensar nunca en que esas palabras pudieran salir de mi ámbito íntimo. Pero, de forma orgánica, casi sin proponérmelo, escribí una novela —mi primera novela— y con ella gané el concurso de Literatura de la Editorial Desnivel y con ello se han abierto ventanas de oportunidad con las que antes ni soñaba.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Soy caminante, merodeante, andariega, paseadora… Mi “gimnasio” es el bosque o el jardín y mis pesas son las piedras del camino. No necesito una cinta de correr cuando tengo senderos, cuestas y hojas bajo los pies. Caminar para mí no es solo ejercicio físico, es también una forma de pensar, de respirar y de ordenar el alma mientras las piernas hacen lo suyo.

¿Sabe cocinar? Sé cocinar lo justo. No me gusta pasar demasiado tiempo en la cocina. Aun así, cuando me pongo, suelo tener buena intuición: sé combinar ingredientes y proporciones casi por instinto (no me gusta seguir recetas), y normalmente el resultado acaba sorprendiendo, incluso a mí.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Elegiría a Rudolf Steiner. Porque fue un visionario que se atrevió a unir ciencia y espíritu en una época que los consideraba irreconciliables. Su mirada abarcó desde la pedagogía hasta la agricultura, el arte o la medicina, siempre con la intención de devolverle al ser humano su papel consciente dentro del cosmos. Me fascina su manera de comprender la vida como un proceso evolutivo del alma, en el que cada acción tiene un propósito más amplio. Escribir sobre él sería, de algún modo, escribir sobre la posibilidad de una humanidad más despierta, capaz de pensar, sentir y actuar en armonía con las leyes vivas del mundo.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? AMOR: Amplitud Modulada de Onda de Resonancia. Es la frecuencia que sostiene y mueve el universo. El amor no es un sentimiento, sino una fuerza creadora, una sustancia espiritual que teje la trama del mundo. Es el impulso que une lo humano con lo divino, lo visible con lo invisible. En cada gesto de amor auténtico se expresa la voluntad del espíritu que busca armonizar lo que está fragmentado. El amor es, en realidad, el camino de evolución de la conciencia: cuando amamos, despertamos en nosotros la capacidad de ver al otro como portador del mismo principio divino que nos habita. Es la vibración que transforma la materia en sentido, y el miedo en oportunidad. Los humanos vivimos con la misión de aprender a amar, al menos yo siento que es mi gran tarea pendiente. En verdad no soy muy amiga de la esperanza cuando esta invita a la espera, a la inacción, al no hacer; la prefiero entendida como una fuerza inspiradora, que impulsa el movimiento y la creación.

¿Y la más peligrosa? El miedo. Porque es la raíz silenciosa de casi todo lo destructivo: paraliza, distorsiona la percepción y nos hace actuar desde la defensa en lugar de desde la consciencia. El miedo cierra el corazón, endurece el pensamiento y nos separa de los demás. Es la emoción que más fácilmente puede ser manipulada, tanto a nivel individual como colectivo, y de la que se alimentan los poderes que prefieren a la humanidad dormida. Además, el miedo es quien engorda el ego, distorsiona la autoestima y alimenta los bajos instintos, haciéndonos creer que sobrevivir es más importante que vivir con verdad. No es que el miedo no tenga sentido —a veces protege—, pero cuando gobierna, nos roba la libertad interior, y sin libertad, el alma se apaga.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No: desear o querer matar, no. Pero sí puedo admitir que, frente a ciertos personajes abyectos del panorama social y político, desearía que desaparecieran, al menos de la escena pública; que perdieran poder, voz e influencia para no seguir dañando. Esa sensación nace del cansancio y del asco ante quienes confunden beneficio propio con bien común, que mienten, explotan o banalizan el sufrimiento ajeno. No quiero ni glorifico la violencia: prefiero imaginar su desaparición como el resultado de una justicia auténtica (no la que tenemos), la rendición de cuentas, el descrédito público y la pérdida del apoyo que les permite actuar. En lugar de venganza, mi deseo es que sean sustituidos por responsabilidad: que sus acciones tengan consecuencias, que la verdad salga a la luz y que la comunidad recupere su poder para construir otro relato.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? La política, en su sentido más puro, es el arte de cuidar la polis: de organizar la vida común para que las personas puedan convivir, desarrollarse y cooperar en armonía. Pero lo que tenemos hoy dista mucho de eso. No vivimos en una verdadera democracia, sino en una partitocracia: un sistema de engaño perpetuo donde se nos ha hecho creer que elegimos, cuando en realidad solo movemos piezas dentro de un tablero diseñado por los mismos de siempre. Han convertido la política en un teatro de ideologías prefabricadas que ellos mismos no profesan, pero que sirven para mantenernos divididos y enfrentados, mientras ellos —todos, sin distinción de siglas— se reparten el poder, los recursos y las influencias. Así, mientras la gente discute desde trincheras ideológicas, ellos continúan reforzando las estructuras que garantizan su permanencia. Si tuviera que definir mis tendencias, diría que mi “política” es la ética: el compromiso con la verdad, la justicia y la vida en común. Todo lo demás, tal como está planteado, no es política: es manipulación institucionalizada.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Extraterrestre. No por ansias de escapar, sino por pura curiosidad cósmica. Me gustaría mirar la Tierra desde fuera, sin las distorsiones del ego humano, sin banderas ni fronteras, viendo a la especie entera como un solo organismo que respira, se contradice y evoluciona. Ser extraterrestre me permitiría observar con mayor asombro lo que aquí damos por sentado: el milagro de una hoja, la poesía de una tormenta, la fragilidad de nuestras guerras. Quizás, desde esa distancia, podría entender mejor por qué nos empeñamos en destruir lo que nos sostiene, o por qué nos cuesta tanto amar sin condiciones. Y quién sabe… quizás algunos extraterrestres ya nos observen con una mezcla de ternura y desconcierto, esperando que, algún día, logremos ser tan inteligentes como los árboles.

¿Cuáles son sus vicios principales? Necesito crear constantemente, me canso de lo rutinario, me cuesta saborear los logros pues enseguida estoy pensando en la meta siguiente. La comida me hace gozar y me cuesta decir no a un plato delicioso. Leer y escribir son dos grandes vicios que practico desde niña, aunque siempre he escrito para mí, nunca había pensado en publicar hasta que de forma orgánica gané el Premio Desnivel de Literatura, de manera que se me abrieron ventanas de oportunidad y ahora comparto este vicio con otros.

¿Y sus virtudes? Dicen que el vicio y la virtud están separados por una línea tan fina que a veces ni se distingue; basta un pensamiento o una intención para cruzarla sin querer. Supongo que mi creatividad habita justo en ese borde: puede ser mi mayor defecto o mi mayor virtud. Además, soy discreta, trabajadora y profundamente leal, aunque he aprendido a rectificar y desandar mis senderos cuando me descubro en error.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Lo primero que pasaría por mi mente en esa transición sería una activación natural de recursos para sobrevivir al percance, un impulso casi instintivo por seguir respirando, por volver a la superficie. Y si no lograra la supervivencia… entonces confiaría en el proceso. No sé por qué tipo de embudo tendré que pasar para llegar al otro lado. Cada vez hay más evidencias científicas de que esto no se acaba aquí, de que la conciencia sigue su viaje. No me inquieta lo que venga después; solo espero que, al otro lado, estén todos los perros de mi vida esperándome, moviendo la cola como si nunca se hubieran ido.

T. M.