jueves, 18 de abril de 2024

La biografía definitiva de Lord Byron: una vida de película para un genio políticamente incorrecto

Hoy está muy olvidado, en contraste con lo grande que fue en su época, aun manteniendo su nombre el estatus de clásico de la novela histórica y de aventuras. Nos referimos a un poeta que trascendió por su narrativa de tono épico, Walter Scott, pero del que se olvidaron sus versos. Y sin embargo, estos en su día «fueron recibidos con gran entusiasmo», gracias en parte a «las cualidades líricas de sus canciones y romances, muchos de ellos insertos en sus novelas o poemas extensos», como dijo Esteban Pujals. Es más, «es probable que el barco escocés jamás se hubiera decidido a transformarse en novelista, de no haber aparecido quien le venciese en su propio terreno y orientara el gusto del público que leía poesía de ambiente histórico medieval hacia el poema de valor personal salpicado de vibrantes notas de pasión».

Se estaba refiriendo este estudioso con ello a Lord Byron, que tanto destacó en el campo del poema narrativo y dramático, con obras como “Childe Harold” y “Don Juan”, y cuyo influjo en la literatura europea y norteamericana fue instantáneo e inmenso, acompañándose todo de todo su halo de rebeldía y exaltación que arrastró siempre en su, por lo demás, breve vida: 1788-1824. Esta tuvo un punto de inflexión bien curioso hace algo más de doscientos años, en 1816, después de que el abril del año anterior, el monte Tambora, en una isla indonesia, entrara en erupción. A raíz de ello murió la población del entorno por miles, tanto directamente como por los cultivos arrasados, y el efecto se extendió hasta el planeta entero, llegando a la estratosfera los aerosoles y las cenizas producidas por la explosión y haciendo que la Tierra sufriera un gradual descenso de las temperaturas (una media de tres grados) que hizo que 1816 careciera de verano.

El Sol no podía atravesar las partículas de cenizas que se mantuvieron en el aire durante meses y el cielo se inundó de colores inéditos. Del volcán emergieron cenizas que llegaron a cientos de kilómetros de distancia, a lo que se añadió la lluvia de grandes piedras pómez e incluso un tsunami que arrasaría varias islas. El enfriamiento conllevó anomalías climáticas que provocaron tanto sequías y lluvias desaforadas como heladas imprevistas y enfermedades infecciosas letales. La vida cotidiana de la gente, así, se vio sometida a los vaivenes del clima, y las lluvias torrenciales tan pronto podían enclaustrar en sus casas a millones de habitantes de medio mundo, en lugares tan alejados de Indonesia como Suiza. Aquí, cerca del lago Leman, aquel año, unos cuantos amigos tuvieron que permanecer dentro de la residencia veraniega que estaban ocupado, la llamada Villa Diodati: el poeta Percy Bysshe Shelley y su mujer Mary, y el famosísimo escritor Lord Byron y su médico personal, John William Polidori. 

Testigo de Frankenstein

Pues bien, la historia de aquella estancia suiza asegura que, por mero pasatiempo para soportar lo mejor posible esas jornadas de tiempo infernal, estos literatos inventaron un reto que estaba muy acorde con el ambiente que se respiraba, esto es, escribir cada uno la narración más terrorífica posible. El resultado de aquella curiosa competición cambiaría el curso de la literatura y hasta de la cultura popular moderna. Byron concibió el poema «Oscuridad», donde se lee cómo «el Sol se había extinguido y las estrellas / vagaban a oscuras en el espacio eterno. / Sin luz y sin rumbo, la helada tierra / oscilaba ciega y negra en el cielo sin luna»; Polidori escribió «El vampiro», donde se vengaba del poeta poniéndole como un mujeriego sin escrúpulos, y Mary Godwin Wollstonecraft, recién casada con Shelley, “Frankenstein o el Prometeo moderno”.

Este episodio, uno de tantísimos llamativos en la vida de Byron, tiene un peso preponderante en un libro que la crítica literaria británica ha calificado de biografía definitiva del poeta. Lo firma Fiona MacCarthy (1940-2020), que en 2009 fue nombrada Oficial de la Orden del Imperio Británico por sus servicios a la literatura, y se titula “Byron. Vida y leyenda” (traducción de Juan Rabasseda, Teófilo de Lozoya y Pablo José Hermida). MacCarthy alcanza de este modo un hito bibliográfico en torno a un escritor del que se han escrito ríos de tinta, a partir de estudiar diversos archivos y la correspondencia y los manuscritos del bardo inglés; en efecto, toda una leyenda desde que halló la muerte en Missolonghi, en la guerra de la Independencia de Grecia, que estaba sometida al imperio otomano, después de un ataque epiléptico y unas sangrías mal aplicadas.

La autora recorre toda la trayectoria del que nació con el nombre de George Gordon Byron, en Londres, y que era descendiente de una estirpe de aristócratas marineros, si bien el lector verá que de su padre solo heredó deudas. Es un Byron infante que sufría malformaciones, al haber nacido con los dedos del pie derecho hacia dentro, y que arrastró una cojera que le acompañó por siempre. Sin embargo, tal cosa no impediría que dejara libres sus ímpetus de peripecias y afán viajero, por no hablar de su carácter seductor y, naturalmente, de su impronta como poeta romántico, con otras obras como “La visión del juicio”, “Manfredo” o “Caín”. «Descansa en paz, amigo, tú corazón y tu vida han sido grandes y hermosos», escribió Goethe, que lo consideraba el mayor genio de su siglo, al enterarse de su muerte.

Vida de película

Dejaba atrás una de esas vidas de novela, de película, diríamos hoy, por la que pasa la biógrafa por medio de asuntos tan turbios como la relación incestuosa con su hermana o su atracción por varones adolescentes. Pero tal vez el Byron que llamará más la atención es el que está en constante búsqueda por Europa de emociones fuertes, desde que, como cuenta MacCarthy al inicio del libro, fuera en 1816 de Bruselas a Ginebra y a Italia “en su monumental carruaje napoleónico negro. Ese coche especialmente diseñado, una lujosa versión del celebrado carruaje del propio emperador Napoleón capturado en Genappe, no solo incluía el diván de Byron, sino también su biblioteca de viaje, su baúl para platos y su equipamiento de comedor” (que el autor no pagó, por cierto).

Así era Byron, genio y figura, un autor exquisito en lo poético y extravagante en sus formas sociales. Al respecto de esos tiempos napoleónicos (tiene una presencia determinante en el libro su compromiso con los valores de la Revolución Francesa), dijo: «Vivimos en tiempos gigantescos y exagerados». Y tal vez, con esta expresión, en realidad, quisiera hablar de sí mismo, tomando como excusa el hecho de compararse con el que fue el acicate de su ambición, el emperador francés con quien compartía tantas cosas relacionadas con ese pulso extravagante, disidente y hasta glamuroso. Es más, «su identificación personal con el emperador era tal que sus derrotas le provocaban una reacción física –refiere la investigadora–. Después de Leipzig en 1813, Byron estuvo postrado por la desesperación y la indigestión, gimiendo en su diario: “¡Oh, mi cabeza!, ¡cómo me duele!, ¡los horrores de la digestión! Me pregunto cómo le sentará la cena a Bonaparte”». Incluso al año siguiente, tras la abdicación y el exilio a Elba, Byron apuntó que había hecho una oda a su ídolo, al cual por otra parte no perdonaría nunca, viéndolo como lo veía, como un héroe, su rendición.

Publicado en La Razón, 2-III-2024

miércoles, 17 de abril de 2024

Entrevista capotiana a Annia Galano

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Annia Galano.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? El amor. Desde el amor existe siempre lo posible, una ventana de esperanza para soñar y crecer al mismo tiempo, olvidarnos del yo en favor de un semejante. Solo el amor convierte en milagro el barro.

¿Prefiere los animales a la gente? No entiendo la distinción. Somos tan animales como el resto, una especie más, un pedacito del todo. Prefiero la vida, en cualquier forma.

¿Es usted cruel? No lo creo, pero habrá que preguntarle a los que seguramente herí sin proponérmelo. Quiero decir que no soy intencionalmente cruel, me horroriza imaginar que pueda serlo.

¿Tiene muchos amigos? Tengo buenos amigos, creo que la amistad es de esas cosas donde calidad pesa más que cantidad.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Bondad, honestidad, la capacidad de no juzgar. También el intercambio lúcido, incisivo.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No. La verdadera amistad nunca decepciona.

¿Es usted una persona sincera? Soy una persona esencialmente callada. Si me hacen una pregunta directa, soy sincera, pero suelo silenciar las verdades espontáneas, sobre todo cuando pueden ser hirientes.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? En el mar, con un libro y, de ser posible, en buena compañía.

¿Qué le da más miedo? Miedos tengo muchos. Morir ahogada, quedarme ciega. También temo a las alturas, reales y metafóricas. Trabajo en superar el miedo a las reales. Las otras son terribles, cuando se mira desde arriba se pierden perspectiva y corazón.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La crueldad y la violencia.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? No soy escritora; remedando a Eduardo Goldman, soy una mujer que escribe. Dicho esto, creo que vivir y crear deberían ser sinónimos. No imagino una alternativa que no incluya la creación. Sin embargo, debo confesar que yo no decidí escribir. Es urgencia, bálsamo, la catarsis cotidiana que más o menos me sostiene la cordura.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Camino.

¿Sabe cocinar? Me encanta cocinar. Dicen que eso nos pasa a los químicos teóricos, compensamos la falta de laboratorio en la cocina. Me parece una actividad relajante y, como si eso fuera poco, da placer a otros, al menos cuando queda buena la comida.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? El mago Asdrúbal, de La eternidad por fin comienza un lunes. Lo imagino alter ego de Lichi (Eliseo Alberto), con su corazón de terciopelo rojo habitado por una bailarina que vuela sobre los lagos de Irlanda como un cisne negro.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Tolerancia.

¿Y la más peligrosa? Yo. Esa palabra pequeñita aísla, tiende al pedestal, a la soberbia. Desde su trampa se pierden la humanidad y la empatía.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. Encuentro detestable cualquier acto de violencia.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? No me gusta la política, suele ir de la mano de la falsía, el fanatismo. Nos separa. Paz, esa es mi única política.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Una mejor persona.

¿Cuáles son sus vicios principales? Fumar, procrastinar tareas aburridas, la tristeza.

¿Y sus virtudes? No juzgo, nunca.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Mi padre. Sentado en el portal de la casa de mi infancia con sus ojos negros sonrientes, bromeando. Solía decir soy como un huevo podrido, no me hundo. Y en realidad no se hundía. Aunque lo empujaran hasta el fondo, volvía a flotar. Esto es literal, aunque podría ser igualmente metafórico. Así que nos imaginaría juntos hasta aliviarme los terrores.

T. M.

martes, 16 de abril de 2024

El autor frente a la soledad y la muerte

Un buen día, un Paul Auster nuevo, extraño y lacónico se asomó tras una novela corta que era y no era lo que parecía, texto híbrido y experimental, literario y cinematográfico a partes iguales. A sus sesenta años, el escritor de Nueva Jersey se sentó ante su escritorio y se dejó llevar por la presencia en la memoria de sus personajes, que llamaron a su puerta en busca de explicaciones. Aquellos «Viajes por el Scriptorium» estaban compuestos por esta intención metaliteraria, y el lector percibía que el texto era autorreferencial y que buscaba la empatía, bien es verdad que de forma exigente y compleja, de quien sabía que, en obras anteriores, ya existieron personajes que resurgían en páginas nuevas.

Por esta razón, el aficionado a leer las novelas de ambiente neoyorquino como «La noche del oráculo» y «Brooklyn Follies», por citar las que en ese momento eran sus dos últimas, podía sentirse bastante desconcertado. Se diría que Auster había escrito este relato para sí mismo y la intimidad de sus más fieles seguidores. Con todo, cualquier experimento se ha de celebrar porque, en ocasiones, Auster parecía estar escribiendo el mismo libro, aunque sin que por ello sus historias desmerecieran la lectura, desde luego. Pero hay que reconocer que el escritor ha abusado de recurrir a un «cuaderno» como soporte argumental, por ejemplo, o de describir las películas que han sido importantes en su vida.

Así, en el inicio de «Viajes por el Scriptorium» aparecía un anciano llamado Míster Blank –el adjetivo remitía a «estar en blanco»– que permanecía encerrado en una habitación sin que recordara por qué estaba allí y con cámaras que lo grababan el día entero. Y entonces surgían los personajes: de «El país de las últimas cosas» (1987), Anna Blume, que, transformada como el resto de personajes por el paso del tiempo, visitaba ahora al desgraciado Blank, como también hacía Benjamin Sachs desde «Leviatán», Daniel Quinn, Peter Stillman, Sophie y Fanshawe desde «La trilogía de Nueva York», Marco Fogg desde «El Palacio de la Luna» o David Zimmer desde «El libro de las ilusiones»… 

Revisión de uno mismo

Detrás de Míster Blank es evidente quién se escondía, y eso se hacía explícito en «Informe del interior», que perpetró, tal era su cuestionable resultado, el por otro lado espléndido memorialista de “La invención de la soledad”, “A salto de mata” y “Experimentos con la verdad”. Con este libro seguía la senda de su anterior libro, “Diario de invierno” (2012), en el que se revisaba a sí mismo a partir del estudio de su cuerpo en la que consideraba la última estación de su vida. Aquel texto, en algunas ocasiones superfluo –como cuando detallaba su enamoramiento por su mujer– y casi siempre original y audaz, había sido la guinda al pastel de una narrativa llena de aciertos y tan reconocida a escala internacional.

En cambio, “Informe del interior” presentaba un ejercicio memorístico demasiado personalista: él de niño, adolescente, joven, pues “a tus sesenta y tantos años persisten vestigios, el animismo de tu primera infancia aún no se ha desterrado por completo de tu intelecto”, se decía Auster. Pero lo contado se reducía a recuerdos insustanciales, de dudoso interés para los demás y que eran asuntos comunes de la época: televisión, juegos, películas, la escuela; más el descubrimiento de la muerte, de la pobreza ajena, de la lectura; los Estados Unidos de los años cincuenta como telón de fondo; y el judaísmo, el alejamiento de los padres, los campamentos de verano… En fin, la lectura se hacía muy tediosa, más si cabe cuando Auster se empeñaba en contar dos filmes al dedillo: “El increíble hombre menguante” y “Soy un fugitivo”, y también al transcribir unas cartas que un buen día su exmujer, la escritora Lydia Davis, le envió con motivo de una donación a una biblioteca.

Mencionamos tales antecedentes para ahondar en este Auster revisionista de su vida y obra, cuya última novela fue la más extensa pero, siendo muy correcta, una de sus menos logradas, a mi juicio; se trató de “4 3 2 1”, donde volvía a uno de sus temas clave: la red de coincidencias y simultaneidades que dan como consecuencia un destino sorprendente en la vida de sus personajes, ya con setenta años. Este febrero ha alcanzado los setenta y siete, después de haberse proyectado a través de un personaje, Baumgartner, escritor y profesor de filosofía en la Universidad de Princeton, que reflexiona sobre la pérdida de su mujer, Anna, poeta, acontecida nueve años atrás por culpa de un raro accidente. Eso da ocasión a Auster a hacer una de las cosas que más presenta en sus novelas: contextualizar los Estados Unidos hace unas décadas, con referencias como la omnipresente guerra de Vietnam.

Escritura y cáncer

A finales de los sesenta los personajes se conocen mientras intentan hacerse un hueco en la vida neoyorquina, cuando, como diría Hemingway, eran pobres y felices. De tal modo que el texto es la narración de sus cuarenta años en común, asomándose en ello la localidad natal de Auster, Newark, o algunos antecedentes familiares. Obviamente, la novela, de ritmo lento, le sirve al autor como plataforma para meditar sobre la vejez y la muerte, la soledad y los recuerdos. Asimismo, como también suele llevar a cabo, recurre a lo intertextual, incorporando poemas o extractos de memorias, o unos párrafos sobre un viaje a Ucrania, donde nació el abuelo paterno del protagonista, que seguramente es más confuso que otra cosa (fue un texto independiente que Auster publicó en 2020 a raíz de un viaje). El personaje incluso se vuelve a enamorar, escribe…, pero lo importante es su capacidad de observar hacia dónde se dirigen sus pensamientos y su memoria.

Resulta inevitable relacionar “Baumgartner”, su décimo octava novela (traducción de Benito Gómez Ibáñez) con las vivencias de Auster durante el último año al haber contraído un cáncer. Hay que valorar el esfuerzo del narrador, sobre todo por su notable inicio, si bien puede que se abuse del tono melancólico y que eso no levante el vuelo novelesco lo suficiente. Es un personaje que se deja ver con los típicos accesos de desmemoria por la edad, cuando lo vemos moverse en su casa en Nueva Jersey, con algún detalle que hace cómica la torpeza del anciano, más estampas conmovedoras, como cuando va doblando la ropa de su difunta esposa pieza a pieza. En eso recuerda al Pereira de la novela de Antonio Tabucchi, que sentía tanto la presencia de la que había sido su mujer; o al C. S. Lewis que perdió a la suya a causa de un cáncer y escribió de ello en “Una pena en observación”.

El texto es sin duda alguna muy emocional, y la impronta del propio Auster intentando que la enfermedad aún no se lo lleve es algo tierno y dulce que uno puede leer entre líneas; también, como un ejercicio de lo que sería la vida de un alter ego masculino de su pareja Siri Hustvedt, si al final el cáncer echara del mundo a su pareja. En todo caso, el desarrollo y desenlace no cerrado o ciertas partes ambiguas podrán estimular la lectura tanto como hacerla algo decepcionante, desde que empieza el texto en abril de 2018 hasta que acaba en enero de 2020.

Publicado en La Razón, 24-II-2024

lunes, 15 de abril de 2024

Entrevista capotiana a de Florencia Etcheves

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Florencia Etcheves.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Mi casa, sin dudas.

¿Prefiere los animales a la gente? Sí, prefiero a los animales.

¿Es usted cruel? Puedo serlo si me lo propongo, pero no es una herramienta que me de orgullo y que me guste usar. Trabajo mucho para que ese rasgo de mi personalidad no salga a la luz

¿Tiene muchos amigos? Muchas amigas.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Intereses comunes y complicidad.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Las veces que lo han hecho dejaron de ser mis amigos.

¿Es usted una persona sincera? No siempre.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Me gusta ocuparlo en leer, mirar series o dormir.

¿Qué le da más miedo? Las cucarachas y el sufrimiento de la gente que amo.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Me escandaliza la falta de respeto.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Algo relacionado con la plomería, la electricidad o la albañilería. Me fascina descubrir el mecanismo de las cosas y repararlas si se dañan.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí, hago pilates y una disciplina llamada Funcional.

¿Sabe cocinar? Un poco sí. Recetas simples para el día a día.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Al cantante Jon Bon Jovi.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Verano.

¿Y la más peligrosa? Secuestro.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sí, pero no sería capaz. Por eso escribo novelas policiales para matar sin consecuencias.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Soy feminista.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un pájaro.

¿Cuáles son sus vicios principales? El jueguito Triple Match del celular.

¿Y sus virtudes? La lealtad.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Estuve en esa situación hace unos años y pensé que la única forma de sobrevivir a la espera del rescate era mantenerme a flote alternando piernas y brazos para no cansarme tanto. Resultó.  

T. M.

domingo, 14 de abril de 2024

El “detective” Unamuno ante las dos Españas

Las dos Españas, un país polarizado. El tópico que ya puso en versos Antonio Machado define el mismo tiempo que también le tocó vivir a Miguel de Unamuno. ¿Cuál era la ideología del escritor? La que buscaba la libertad de pensamiento, simplemente. La aprendida en los pensadores grecolatinos, la que impele al hombre a dirigirse a sí mismo, sin sumisiones ante quien surge amparado por un puñado de votos electorales. Por eso, insistía en que su práctica política era facilitar a sus conciudadanos criterios para valorar las situaciones sociales, rechazando la idea de alistarse en un partido político. Alguien que ahondó tanto en el interior del ser humano, en obras como “Del sentimiento trágico de la vida”, no podía sino ser un francotirador de toda postura emitida desde el Parlamento.

Así como hiciera, a mediados del siglo XIX, H. D. Thoreau, con su acto de desobediencia civil al negarse a pagar un impuesto que a sus ojos servía para que Estados Unidos guerreara contra México; de la misma manera que el autor de “Walden”, con sus conferencias y artículos, criticó sin piedad a las instituciones, llenas de advenedizos sólo pendientes de su propio interés, pero también al ciudadano que admitía leyes injustas sin rebelarse, Unamuno fomentó la iniciativa de negarse a lo impuesto desde el Poder. Éste podía estar representado por un rey, Alfonso XIII, o por el “botarate de Primo de Rivera, patente mentecato” (como dice en un artículo en 1927), al que criticó tanto que, siendo rector de la Universidad de Salamanca, fue condenado a exiliarse en la isla de Fuerteventura durante seis meses, en febrero de 1924, es decir, hace cien años exactamente, yéndose a continuación de manera voluntaria a Francia.

Con todo, antes de verse defraudado por la República, a su regreso a Salamanca saldría elegido concejal en abril de 1931. Era imposible estar de acuerdo con sus colegas, el individualismo constituía la política mayor que debía emprender cualquiera. Y el otro bando, comandado por Franco, tampoco podía ser la solución en 1936 a la eterna España dividida. Cómo aceptar que un general, Millán Astray, en un discurso contra vascos y catalanes, dijera aquello de “Muera la intelectualidad traidora, Viva la muerte”. Unamuno no podía quedarse al margen: estar callado hubiera sido mentir, someterse, obedecer. Y entonces dijo, en otras memorables palabras: venceréis, pero no convenceréis.

Mordaz y portugués

Este Unamuno sin pelos en la lengua, crítico con todo y con todos, se mostró tan profundo, filosóficamente, tanto en su poesía como en sus ensayos, como irónico y hasta humorístico en su narrativa. De 1902 es su novela corta “Amor y pedagogía”, en la que caricaturiza el auge del progreso científico y la educación programada. En ella, don Abito Carrascal quiere hacer de su hijo, llamado Apolodoro o Luisito, según le llamen su padre o su madre, un perfecto estudiante. Sin embargo, el lector puede ver cómo dentro de una vida vulgar todo esfuerzo acaba por ser grotesco y está fuera de contexto: al primer desengaño, un amor no correspondido, el muchacho elegirá la horca, si bien este desenlace tiene en la obra un trasfondo cómico incuestionable.

Por otra parte, cabe destacar su mirada constante hacia el oeste peninsular, siempre teniendo presente Portugal, en lo geográfico y cultural y, por supuesto, lo literario. El autor de “Por tierras de Portugal y España” analizó el carácter luso, y afirmó cosas tan sorprendentes como esta: «Portugal es un pueblo de suicidas». O bien no lo sea tanto si se observa lo que le dijo por carta Manuel Laranjeira: «En este maldito país, todo aquel que es un canalla triunfa, todo el que es noble se suicida». Este poeta, en la localidad de Espinho, en 1912, acabó disparándose un revólver en la cabeza a los 34 años, después de una vida en la que creyó que sus compatriotas albergaban un pesimismo común, como le dijo a Unamuno en esa misma misiva al referirse a las muertes voluntarias de algunos amigos: Antero de Quental, Camilo Castelo Branco, Trindade Coelho, Antonio Soares dos Reis, Mousinho de Albuquerque…

«En Portugal, la única creencia todavía digna de respeto es la creencia en la muerte liberadora. Es terrible, pero es así», había escrito en una ocasión este Laranjeira. Y semejante frase entroncaría, indudablemente, con el carácter pesimista que Unamuno destiló en libros de inequívoco título como “Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos” (1913). En este sentido, resulta pertinente hacerse eco de un nuevo libro en torno al fallecimiento del escritor vasco, pues no en vano perdió la vida en circunstancias poco claras, en su propio hogar. Justamente, buscando desentrañar lo que pudo haber ocurrido, Carlos Sá Mayoral publicó hace unos pocos meses “Miguel de Unamuno: ¿muerte natural o crimen de Estado?: Henry Miller y Francisco Franco en la desaparición del escritor”.

El caso es que Unamuno habría escrito una carta a este célebre autor norteamericano que residía en París, el 7 de diciembre de 1936 –en que se lamentaría de ser "rehén" de los franquistas–, y que no llegó a su destino al ser incautada por el Servicio de Inteligencia Militar de Franco. Así las cosas, el autor defiende la hipótesis de que dicho Servicio, desde el 12 de octubre, vigilaba a Unamuno tras su encontronazo con Millán Astray y que su correspondencia estaba intervenida, lo que derivó en un informe del jefe del servicio secreto que se envió al Caudillo. Esto, según Sá Mayoral, habría supuesto la condena a muerte del literato bilbaíno: en otras palabras, hubiera sido víctima de un asesinato en su casa de Salamanca.

Primo de Rivera al fondo

Elucubraciones aparte, cabe decir que la presencia editorial de Unamuno es constante y hasta creciente. En 2019, Colette y Jean-Claude Rabaté publicaron una extensa biografía, “Miguel de Unamuno (1864-1936. Convencer hasta la muerte” (Galaxia Gutenberg), que pretendió ofrecer datos nuevos por medio de documentos inéditos. Se buscaba ahí aclarar su existencia durante la Segunda República y cómo fue el discurso del 12 de octubre de 1936. Los autores lo mostraban como a un intelectual heterodoxo y contradictorio: padre y esposo púdico, pedagogo empedernido, traductor y filólogo, descubridor de Hispanoamérica, rector controvertido, excursionista incansable, dramaturgo desilusionado, poeta fecundo, novelista inconformista, orador y periodista comprometido, anticolonialista, aliadófilo y pacifista, opositor feroz a la Monarquía, al militarismo, al clericalismo y a la dictadura de Primo de Rivera.

A este propósito, de los mismos autores hay que citar el reciente, en la misma editorial, “Unamuno contra Miguel Primo de Rivera. Un incesante desafío a la tiranía”, que vio la luz el pasado otoño. Contaban aquí los Rabaté, profesores universitarios en Francia, que cuando este político publica su manifiesto en 1923, Unamuno es el primero en oponerse al Directorio militar y, entonces, emprende un ataque en contra del general Severiano Martínez Anido, encargado de mantener el orden público, y también en contra de Alfonso XIII, cuya actitud consideraba ambigua.

En palabras de estos investigadores, con anterioridad Unamuno hubiera abrigado cierto rencor hacia el monarca “por su falta de apoyo y de explicaciones después de su destitución del rectorado en 1914”; además, la postura neutral de España cuando estalla la Primera Guerra Mundial “degrada no solo sus relaciones con el rey, sino que modifica su percepción de la monarquía. Para él, la neutralidad de España pone aún más en peligro los valores de la civilización occidental cristiana y agrava el aislamiento del país”.

Pero si hay una novedad unamuniana sorprendente es la novela, de este mismo año, “El primer caso de Unamuno” (Alfaguara), de Luis García Jambrina, profesor de Literatura Española en la Universidad de Salamanca, director de la revista “Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno” y autor, junto a Manuel Menchón, del ensayo “La doble muerte de Unamuno” (2021). En dicho relato, vemos nada más y nada menos a un Unamuno convertido en detective. Es diciembre de 1905, y el propietario de unas tierras salamantinas aparece apuñalado en las afueras del pueblo. El famoso escritor, en la trama, ha escrito un encendido artículo para señalar las duras condiciones de la vida de los campesinos, y se pondrá a investigar el crimen con la ayuda de dos personas, el abogado defensor de los detenidos y una mujer anarquista. ¿Qué hubiera pensado don Miguel, llevado al cine de forma tan circunspecta, frente a tal invención propia de los modernos thrillers que inundan las mesas de novedades?

Publicado en La Razón, 18-II-2024

sábado, 13 de abril de 2024

Entrevista capotiana a Fernando Morales Astola

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Fernando Morales Astola.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Una cabaña en el Monte Asturiano. Naturaleza, clima benigno, amplias panorámicas y muchas direcciones a las que ir a pie y en bici.

¿Prefiere los animales a la gente? No. No siento reparos en relacionarme con los animales, pero prefiero a los seres humanos…, quizás es sólo cuestión de idiomas.

¿Es usted cruel? Soy incapaz de ejercer acciones con crueldad. Lo sé porque he tenido ocasiones y he preferido asumir los inconvenientes derivados de no ejercerlas.

¿Tiene muchos amigos? Pienso que sí. Aunque nunca son suficientes.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Complicidad y generosidad.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Ha habido ocasiones, como imagino que a todo el mundo, pero no… sólo ha sido alguna ocasión aislada.

¿Es usted una persona sincera? Pienso que sí. Pero no entiendo la sinceridad como “Digo todo lo que pienso y siento”, sino más “Pienso y siento todo lo que digo”. Porque hay que tener cuidado y no confundir la sinceridad con la crueldad. Las buenas actitudes (y la sinceridad lo es) han de tener motivaciones honorables.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Pedalear por caminos, arreglar las plantas, ir al cine o teatro… pero al final siempre acabo compartiendo alguna cerveza con  familiares o amistades.

¿Qué le da más miedo? Curiosamente, temo aquello que necesito para sentir emociones creativas. Cuando he recorrido el Guadalquivir andando en soledad, recuerdo que, en el curso alto, Sierra de Cazorla, buscaba esa sensación de cuerda floja, de que no todo podía ser previsto, lo que despierta en mí una ineludible necesidad de crear, de inventar… pero a la vez me temblaban las piernas cuando iba oscureciendo y preparaba la tienda para dormir.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La incapacidad de la especie humana, como grupo animal, de impedir de forma inmediata la barbarie contra nuestros semejantes y también, a decir verdad, contra nuestra casa compartida que es el planeta Tierra. No sé qué me escandaliza más, que haya seres humanos que practiquen esa crueldad o que no seamos capaces de pararlos.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Llevo otra vida creativa (sonrío), soy músico. Y creo que en mi ocupación como profesor de Biología y Geología (hasta que me jubilé) también tuve un desempeño creativo a la hora de enfocar mi trabajo con los jóvenes. Creo que en cualquier cosa a la que me hubiera dedicado hubiera sentido siempre la misma necesidad de ver el mundo de otra manera.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Bicicleta. El ejercicio físico es necesario… Nuestros antepasados necesitaban desplazarse mucho y rápido para buscar alimentos. De modo que sí, hay que practicar un ejercicio, pero, tal y como hicieron nuestros antepasados, creo en el ejercicio físico no porque sí… Salir al campo en bici, es hacer ejercicio para alimentarse de belleza y, por qué no decirlo, adquirir oxígeno de calidad.

¿Sabe cocinar? Sí. Cocino todos los días y no me disgusta en absoluto. Pero sobre todo me gusta cuando estamos en casa compartiendo las elaboraciones. El hogar de una casa (concepto del que procede hoguera) es el mejor lugar en el que compartir las compañías. El hogar es la cocina, sin duda.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Charles Darwin. Tuvo que ser un personaje excepcional. Saber que tu idea puede tanto cambiar el mundo como ofender a una importante parte de la humanidad es un gran peso. ¿Quién quiere de verdad ser consciente cuando aún estás vivo de que nadie va a olvidarte? ¿Cómo se puede vivir cuando la mayoría de la gente con la que te cruzas piensa que tú has descubierto su debilidad? No me extraña nada que tardase tanto tiempo en publicar su teoría evolutiva.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Utopía. Y oportunamente se dice y se escribe prácticamente igual en todos los idiomas. La más clara sensación esperanzadora que creo que podemos experimentar es la de que aún seamos capaces de elevar nuestros anhelos a una utopía. Si hay utopías en nuestros sentimientos, el avance, el progreso humano es posible.

¿Y la más peligrosa? Ego. Ser consciente y obrar en consecuencia de nuestra identidad más próxima, esto es, nosotros mismos como individuos, es inevitable. Pero ser conscientes de la necesidad de conectarnos con todo nuestro entorno, tanto humano como natural, para vernos incluso reflejados y también necesitados por el resto de seres, evitaría las barbaridades que el ser humano ha llegado y aún puede llegar a cometer. Querer mejorar nuestras vidas no es necesitar mejorarlas hasta el infinito, porque entonces estaríamos imponiendo nuestro ego sobre el derecho a mejorar de los demás.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Nunca, de forma categórica. Pero, por humanidad, por el rechazo que siento por el sufrimiento humano, reconozco que he deseado en ocasiones que alguien no hubiera nacido y, en otras ocasiones, que alguien dejase su vida para encontrar la paz.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Cualquier tendencia que ponga en primer plano las necesidades de los más necesitados. Esto es, no aceptar las diferencias como parte necesaria en la dinámica de la sociedad. Las diferencias existen, son una obviedad, pero no es en absoluto justificable considerarlas como algo natural y parte de una estructura a conservar. A mi entender, la igualdad de oportunidades es un imperativo. Por ejemplo, si una carrera profesional requiere diez años de preparación, el único hándicap para conseguirlo habría de ser la aptitud intelectual o física que requiriese el desempeño de esa profesión. Si una familia puede permitirse con sus propios recursos mantener a una persona durante diez años, invirtiendo sólo en su preparación, al resto de las familias se les ha de dar los recursos públicos para que no sea la peor suerte de nacer aquí o allí lo que determine sus posibilidades de futuro. Eliminar barreras injustas. Yo he tenido la suerte de disponer de los recursos que otras familias no han soñado. Mi tendencia política coincide con desear para otros, cuando menos, lo que yo he tenido. Mi lucha política no es por mis intereses, sino por el equilibrio en las posibilidades que permita a todos ejercer su Libertad. La de verdad, no la irresponsabilidad de mandar a salir a tomar cervezas en medio de una pandemia mundial.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Si no voy a ser yo mismo, con quien tengo una relación muy estrecha y, en términos generales, muy satisfactoria desde hace décadas, pienso en un ave migratoria de largos desplazamientos y bastante longeva. Un albatros estaría bien.

¿Cuáles son sus vicios principales? La cerveza del medio día acompañado de diferentes personas. Y el café.

¿Y sus virtudes? No soy capaz de expresar alguna, aunque creo que sí que las tengo. Diré la que más veces me han repetido los demás: Soy exactamente como parezco.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?  Vería a mis hijos, y yo estaría peleando contra la fatalidad de por qué no voy a disfrutar junto a ellos más tiempo.

T. M.

viernes, 12 de abril de 2024

Entrevista capotiana a Isabel Arias

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Isabel Arias.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Probablemente París. Creo, como decía Vila-Matas, París no se acaba nunca. Es imposible cansarse de esa ciudad y por muy bien que uno la conozca siempre descubre nuevos rincones.

¿Prefiere los animales a la gente? Creo que los animales tienen algunas cualidades de las que carecen muchas personas. En mi vida son tan importantes los animales como la gente.

¿Es usted cruel? En absoluto. Me considero una persona con buen corazón y una gran empatía.

¿Tiene muchos amigos? No; siempre he preferido la calidad a la cantidad. Puedo contar a mis amigos -los de verdad- casi con los dedos de una mano; pero son fundamentales en mi vida y sé que no me fallarán nunca.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Lealtad. Y que estén ahí cuando les necesito, igual que yo lo estoy para ellos.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? He tenido más de una decepción, sí. La pérdida de un amigo se vive como un duelo, pero se sale adelante.

¿Es usted una persona sincera? Sí. Pero ser sincero no es decir siempre la verdad a cualquier precio y sin filtros. Intento ser sincera sin hacer daño gratuitamente.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo, viajando o escribiendo.

¿Qué le da más miedo? La enfermedad de mis seres queridos.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? El que haya personas capaz de hacer daño intencionadamente.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Ser periodista o historiadora del arte.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Ninguno. No me gusta nada practicar deporte, aunque sé que debería hacerlo.

¿Sabe cocinar? No, ni me gusta ni se me da bien, la verdad. Lo básico para salir del paso.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Víctor Hugo o a la Emperatriz Isabel de Austria.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Amor.

¿Y la más peligrosa? Envidia.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Por supuesto, como todo el mundo. Pero nunca de verdad.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Pasopalabra.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Periodista o historiadora del arte. Pero solo si tuviera que cambiar. Me gusta mi vida tal como es.

¿Cuáles son sus vicios principales? El café, el chai y el matcha.

¿Y sus virtudes? Creo que soy una persona con buen corazón, optimista y con un gran sentido de la responsabilidad. Valoro mucho la amistad y la familia.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Solo una: la de mi hijo.

T. M.

jueves, 11 de abril de 2024

Un viaje al espeso fondo de la mente del asesino en serie

En 1886, se publicaba “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”, en que, huelga decirlo, un científico, tras ingerir una bebida de su invención que tenía la capacidad de separar la parte más humana del lado más maléfico de una persona, se convertía en un atroz criminal. Ahí, Robert Louis Stevenson quería representar, desde luego, la doble faz del ser humano, y era fácil inspirarse en personas reales; se supone, por ejemplo, que el autor escocés se inspiró en la vida de un adinerado ebanista, además de presidente de la Cámara de Comercio de Edimburgo, que por las noches dirigía una peligrosa banda de atracadores. Un perfil este de doble identidad que el cine ha explotado hasta el infinito: el del hombre respetable en apariencia que tiene un reverso terrible y elige la oscuridad para llevar a cabo planes monstruosos.

Lo supo bien Peter Vronsky, que en “Hijos de Caín. Una historia de los asesinos en serie” (Ariel, 2020) se concentró en estudiar los psicópatas más crueles que han existido a lo largo de la historia, en Europa y Estados Unidos, con actos que incluían violación, tortura, mutilación, canibalismo o necrofilia. Entre ellos tenía un protagonismo absoluto Jack el Destripador, que «sigue siendo el monte Everest de esos asesinos. Se trata de un asesino en serie paradigmático que ha tenido muchos imitadores que se forjaron teniendo como modelo lo que ellos pensaban que era Jack el Destripador», decía.

No fue el primer asesino en serie del mundo —«Estoy centrado en las putas y no pararé de rajarlas hasta que me pillen», dijo en una carta anónima a la prensa—, y Vronsky así lo explicitaba al hablar de los crímenes sexuales en Gran Bretaña antes de este hombre que jamás fue atrapado ni identificado. Citaba así casos legendarios como el de William Burke o William Hare, que en Edimburgo perpetraron, al menos, dieciséis asesinatos en serie en 1828, para vender los cadáveres a las facultades de medicina. Pero no hay que olvidar que también ha habido asesinas en serie, «mujeres, que emplearon veneno o asfixia para matar a sus maridos, amantes, hijos, hermanos, padres, conocidos o desconocidos de todas las edades por una cantidad de motivos depredadores, hedonísticos, de beneficios y psicopatológicos». Incluso Vronsky señalaba que eran tan habituales estas acciones terribles que el Parlamento británico debatió la promulgación de una ley que prohibiese la venta de arsénico a las mujeres.

Lo doce del psiquiátrico

A este respecto, un caso más conocido, por su traslación televisiva reciente, es el de Ted Bundy, que asesinó por lo menos a 36 jóvenes estudiantes universitarias en seis estados. Asimismo, Vronsky decía que el francés Joseph Vacher, «el Destripador del Sureste» o el «Asesino de Pastorcillos», mató de forma más sobrecogedora que Jack, y puede considerarse el primer asesino en serie «moderno», por lo que se refiere a la investigación, las modernas técnicas forenses y los debates psiquiátricos y legales que acabó generando. Vacher fue detenido y juzgado, tras matar a diversas jóvenes en zonas rurales francesas.

Todos estos casos que estamos apuntando los conocerá sobradamente la psiquiatra forense y psicoterapeuta Gwen Adshead, doctora honoris causa por la Facultad de Medicina del Hospital Saint George y máster en Derecho y Ética médica. Ha escrito, junto a la dramaturga Eileen Horne –el texto es muy narrativo y está inundando de diálogos–, este “El demonio que hay en ti. Una mirada compasiva a la crueldad humana desde la psiquiatría forense” (traducción de Violeta Radovich), que ha sido todo un superventas en el Reino Unido. Es el resultado de trabajar, durante décadas, en hospitales y cárceles tratando de ayudar a pirómanos, pedófilos y asesinos de todo pelaje, marcados por una dolencia mental extremadamente grave.

El punto de partida es, cuando menos, particular: mirar a tales perturbados tan peligrosos de manera compasiva. Para ello, recurre a las vidas particulares de doce de sus pacientes, la mitad casi mujeres, aunque estas representen menos del cinco por ciento de los delincuentes del Reino Unido. Asesinato, incendios provocados, acoso y violencia sexual son los delitos que protagonizan estos enfermos violentos que, paradójicamente, según Adshead, pueden traernos “consuelo y esperanza”. El objetivo es conocer más a fondo la naturaleza humana, hasta concluir que es posible “convertir el gran sufrimiento vivido y causado por una minoría desafortunada en relatos valiosos para la mayoría. A pesar de sus diferencias, cada paciente aquí representado revela cómo el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto y las etiquetas de víctima y agresor no son inamovibles y pueden coexistir”.

Lo macabro y lo médico

Todo empieza a mediados de los años noventa, cuando en una reunión en un centro psiquiátrico el coordinador pregunta quién quiere encargarse de un asesino en serie. Adshead, por entonces muy joven, acepta el reto, y entonces empieza a tratar a un tipo que había decapitado a sus víctimas. Las autoras van contando con gran pulso literario, añadiendo datos útiles sobre el estado de la salud mental en la sanidad pública o sobre la historia de este tipo de investigaciones, el proceso terapéutico entero: desde que la doctora entra en contacto con el paciente hasta que lo deja de atender. Así, realizando ese recorrido en paralelo a cada relato, lo macabro y lo médico atraen nuestro interés por igual. Mantener el contacto visual, formular preguntas inesperadas, llenar o alargar los silencios…

Cada pequeño acto frente al criminal lo muestra Adshead con tal vivacidad que logra hacernos sentar a su lado, contemplando a ese individuo que habla de sus pesadillas, de sus intentos de suicidio, de las agresiones sufridas por parte de otros reclusos. En ocasiones, se puede tardar todo un año en conseguir que el paciente se abra y comparta sus pensamientos. En una ocasión, aparece un episodio biográfico de malos tratos en la infancia; en otros, se hace preponderante la falta de autoestima o la soledad, o la excitación sexual que se despierta al acosar a otros. Y algo esperable en este contexto: cómo los compañeros de trabajo del asesino de turno se quedan atónitos al enterarse de que compartían tiempo y lugar con un loco homicida.

El primer caso expuesto va en esa dirección: un hombre que se empleaba como camarero durante el día, de forma eficiente y cordial, y como depredador sexual por las noches en locales gais. Jekyll y Hyde. Un total “desdoblamiento”, término acuñado por Robert Lifton en un estudio de 1986 sobre los médicos nazis, refiere Adshead, en que se hablaba de aquellos que tenían un “yo de Auschwitz”, desalmado, y otro “yo humano” fuera del campo, en su ámbito profesional o familiar. Y es que, según las conclusiones de un simposio en 2008, la mayor parte de estos seres sanguinarios no son personas solitarias o marginadas, sino gente normal que tiene una vida social corriente. Ahí surgiría otro tópico de este entorno delictivo que podríamos llamar como la novela del 2001 de Andreu Martín «Bellísimas personas» (sobre lo que se pensaba del tipo encantador que parecía imposible que acabara siendo un malvado). Aquella vez, la sugerente frase que completaba la cubierta del libro, «No te acerques al asesino: podría fascinarte», daba en el clavo.

Publicado en La Razón, 17-II-2024