Aún resuena el «Aullido» de Allen Ginsberg, muchos siguen «En la carretera»
junto a Jack Kerouac, sintonizando con la generación «beat». El tiempo no ha
pasado por ellos, o ha pasado agasajando su valentía estética, su atrevimiento
social, convirtiéndolos en clásicos modernos. Aquella juventud de los
cincuenta y sesenta que iba a vivir el movimiento hippy, a contemplar el
fenómeno del «nuevo periodismo» en el que la noticia se convertía en literatura
y a protagonizar manifestaciones antibélicas, se identificó con el protagonista
de la novela de Kerouac, con el poema de Ginsberg. Esa juventud no ha
envejecido, pues cada generación presta atención a estos beat y otros como William
Burroughs, pero también a Gregory Corso, Lawrence Ferlinghetti y Peter
Orlovsky. Los estudios académicos, las traducciones y el material inédito
publicados atestiguan tal foco de interés.
Jesús Aguado, en el prólogo a una antología de
Ferlinghetti, «Manifiesto populista y otros poemas» (2005), habla de esa
«generación de inconformistas, de inquietos, de alucinados, de trashumantes, de
desubicados». Así fue: generación literaria, pero también moral, como la
califica el poeta. Un grupo de soñadores que bien podrían haber firmado la
frase de «Los vagabundos del Dharma», de Kerouac: «Feliz. Solo con mis
pantalones cortos, descalzo, el pelo alborotado, junto al fuego, cantando,
bebiendo vino, escupiendo, saltando, correteando –¡esto sí que es vida!–.
Completamente solo y libre». Ahora esta vida libre, esta filosofía de
comportamiento –detenida a veces por ingresos en la cárcel, temporadas en
manicomios, alcoholismo–, se respira en la correspondencia entre Kerouac y
Ginsberg (dos terceras partes era inédita) traducida por Antonio-Prometeo Moya.
Éste mejora la labor de los editores del libro, Bill Morgan y David Stanford,
añadiendo notas necesarias para la asimilación del contexto temporal, años
1944-1969, y espacial, Nueva York, San Francisco, México, Tánger…
Los que acudan a
estas páginas verán reflejados los valores e incertidumbres ya puestos de
manifiesto en las obras de ambos autores. Pero para el que no profese una
especial predilección por los «beat», será un tedioso cruce de cartas que
colinda con lo egocéntrico, elucubraciones metafísicas y victimismos
(Kerouac) o con experiencias místicas (Ginsberg). Por algo este dice: «La
verdad es que estamos locos y no es broma» (1952). Kerouac reconoce su
neurosis, deja traslucir su anhelo por tener una figura paterna, habla de sus
novias, de sus borracheras, de su pasión por Dostoievski, y la fama lo fulmina
al final de su vida, cuando se aparta de todo contacto con los fans. Ginsberg
abandonará los psiquiátricos y devendrá un icono de la cultura alternativa con
sus recitales y carisma enloquecido.
Caminos
convergentes que acaban por divergir, unidos por la admiración y un amor
fraternal: «Te quiero, eres un gran hombre, un gran niño pequeño en mi imaginación,
lleno de tonterías pero inocente de estar lleno de tonterías» (mayo de 1954),
le dice Kerouac a su amigo. Y años más tarde: «Técnicamente eres sin duda el
mejor escritor del mundo» (21-I-1958). Ginsberg explica que ha tomado la senda
de la escritura automática de Kerouac al escribir «Aullido»: «Me salió con tu
método, sonaba a ti, una imitación prácticamente. Qué avanzado estás en esto.
Yo no sé qué hacer con la poesía. Necesito años de aislamiento y escribir sin
parar todos los días para alcanzar tu volumen, tu libertad y conocimiento de la
forma» (25-VIII-1955).
Kerouac cuenta cómo escribió «Doctor Sax»
«cargado de hierba, sin detenerme a pensar, a veces entraba Bill [Burroughs] en
la habitación y el capítulo terminaba allí» (8-XI-1952). El escritor de
Massachussets admite no estar satisfecho con su poesía, pero se consuela: «Mi
poesía es versos en prosa» (26-X-1954); antes se había comparado con el
«Ulises» de Joyce cuando comenta que «En el camino» «debería enfocarse con la
misma seriedad» (18-V-1952), ya que «ese río de lenguaje» es «pura
inspiración». Con todo, al comienzo ambos se cuestionaron –«¿Qué soy? ¿Qué
busco?», dice Ginsberg en la primera carta–, pero al final lograrían encontrar
la voz que se iba a mantener, aún hoy, joven y transgresora.
Publicado en La Razón, 3-V-2012