Siempre
se ha dicho que los cuadros de Edward Hopper poseen una fuerte carga narrativa,
que detrás de los personajes o paisajes solitarios que solía pintar se ocultan
historias que bien podrían llevarse al papel. Prueba de ello fue la exposición
organizada por el Whitney Museum of Modern Art de Nueva York en 1995, titulada “Edward Hopper y
la imaginación americana”, en la que las pinturas seleccionadas del artista
estaban acompañadas de textos de autores como Norman Mailer o Paul
Auster.
Y
es que las escenas de parejas, u hombres y mujeres detenidos en espacios
cerrados parecerían ir directamente a los relatos de Raymond Carver, de un
realismo doméstico, teatralizado y tan sobrio como tenso. Por algo, la joven
dramaturga Eva Hibernia estrenó hace un año “La América de Edward Hopper” en el
Teatro Español, haciendo hablar a los personajes del pintor, imaginando sus
vidas y conversaciones en una habitación de hotel.
No es casualidad, pues, que el propio Hopper
tuviera sensibilidad hacia lo literario, aunque se prodigara poquísimo. Ahora,
gracias a la editora y traductora Clara Pastor, el lector tendrá al alcance sus
“Escritos” (Elba Editorial), todo aquello que Hopper publicó sobre arte: cuatro
declaraciones, que podrían considerarse una especie de manifiesto artístico, y
las tres reseñas que escribió para la revista “The Arts”, editada en Nueva York
entre 1920 y 1931: “John Sloan y la escuela de Filadelfia”, “Charles
Burchfield, americano” y “Los mejores grabados del año”.
Dichas declaraciones están extraídas
de un catálogo de exposiciones y de una carta-respuesta a un galerista en los
años treinta, por una parte, y por la otra, de la revista “Reality”, que en 1953
recogió reflexiones de varios pintores, y del texto que Hopper preparó como
miembro del jurado de una exposición de 1951. En ellas, Hopper comenta su
cuadro “Manhattan Bridge Loop”, cuestiona el concepto de modernidad, pues todo
gran artista es siempre moderno, y dice, rotundo: “La única cualidad que
perdura en el arte es una visión propia del mundo”.
Publicado
en La Razón, 12-VI-2012