El título del último libro de José Ángel Mañas (Madrid,
1971) puede resultar provocador, «La literatura explicada a los asnos»
(editorial Ariel), pero en realidad tiene un trasfondo culturalista. El autor
de «Historias del Kronen», a la hora de escribirlo, tenía muy presente el
ejemplo de Bertold Brecht: «Walter Benjamin, que era amigo suyo, contaba en
alguna parte que Brecth tenía en su despacho, junto a su escritorio, un borrico
de madera con un cartelito que decía “hasta yo debo de entenderlo”. De ahí el
título, que lo que quiere decir es “la literatura explicada de tal manera que todo
el mundo lo pueda entender», afirma el narrador en declaraciones a este
periódico. Y para completar la idea, al abrir el libro tenemos una cita del
«Platero y yo» de Juan Ramón Jiménez, «donde se sugiere que los asnos pudieran
ser, más que los ignorantes, los señores que se dedican a escribir diccionarios,
lo que le daría un nuevo matiz al título con el que estaría bastante de
acuerdo. Si hay que solidarizarse con alguien, me solidarizo, por supuesto, con
los asnos. Faltaría más».
En este
sentido, cualquier lector interesado reparará en cómo Mañas ve más lógico que
nuestro libro nacional tendría que ser «El Lazarillo de Tormes» antes que «El
Quijote». La novela picaresca aún de autor desconocido, de apenas cien páginas,
conecta con más afinidad con nuestro mundo actual: «La sicología de este joven
que va pasando de amo en amo y apañándoselas como buenamente puede para
sobrevivir en el siglo XVI español me parece mucho más cercana al mundo
contemporáneo, mucho más inteligible y me atrevo a decir que mucho más
característicamente española que el idealismo incorregible de un señor de
Quijana que ve gigantes allí donde hay molinos».
Así las cosas, Mañas ha procurado «que el lector
reaccione, hacerle pensar. Bajar a los clásicos de su pedestal para hacerlos
más cercanos pero para que puedan llegar a comunicar con nosotros, eso sí, sin
faltarles en ningún momento al respeto. Ningún texto malo soporta el escrutinio
universal tanto tiempo». El narrador, además, también aborda el presente
literario, dedicándole un apartado a la posmodernidad, siempre pensando en que
las grandes obras siempre son contemporáneas de espíritu, mezcla de muchos
estilos: «Algunos de los rasgos que uno asocia con la posmodernidad artística –el
pastiche, la recuperación juguetona de estilos artísticos pasados, la
hibridación de géneros, la difuminación de las fronteras entre la serie A y la
serie B artística o la libertad artística absoluta– no son nada nuevo».
Y es que, siguiendo las palabras del Eclesiastés, nunca
hay nada nuevo bajo el sol, y de entre el pasado, tiene claro con qué obras se quedaría:
«Coplas a la muerte de su padre», «La
Celestina», «Lazarillo», los
aforismos de Gracián, «Fortunata y Jacinta», «La Regenta», las memorias de Baroja, «Platero y yo», el
teatro de Jardiel Poncela, los cuentos completos de Aldecoa, los artículos de
Camba, los ensayos de D’Ors, los viajes de Cela, los diarios de Trapiello...
Todo un canon para atraer la atención urgente de los jóvenes y no tan jóvenes.
Publicado en La Razón, 28-VI-2012