El mar Tirreno, desde la isla de Sicilia
Siempre reconoció que no sentía nostalgia de los lugares,
fiel a su talante duro y alejado de lo sentimental, pero sin duda le
emocionaría recordar, siquiera una pizca, el tiempo en el que vivió en su casa
de Ravello, frente al mar Tirreno, con el que fue su pareja durante cincuenta
años, Howard Austen. Precisamente, poco antes de la muerte de este, Vidal dejó
definitivamente Italia en 2003 para instalarse en el sur de California. Su
larga relación con el país trasalpino nació cuando, con doce años, visitó Roma por vez primera y se quedó deslumbrado ante la Basílica
de Massenzio, en el centro monumental de la Ciudad Eterna. Luego, en 1948, regresó
junto a Tennessee Williams, y en 1959, recaló allí una temporada porque el
cineasta William Wyler lo contrató, junto con el dramaturgo británico
Christopher Fry, para hacer el guión de «Ben Hur»; incluso haría un cameo en el
film «Roma», de Federico Fellini, en 1972.
Fue en ese año cuando Vidal adquirió la
mítica villa La Rondinaia, o el Nido de Golondrina, en la provincia de Salerno.
A esta villa habían acudido algunos de los mayores escritores, artistas y
músicos europeos (Richard Wagner, Virginia Woolf, André Gide, D. H. Lawrence y
muchos otros), así como algunos de los más afamados actores y actrices del
Hollywood dorado, como Humphrey Bogart o Greta Garbo. Un lugar de retiro
exclusivo en una localidad turística, muy bella y poco poblada en plena Costa
Amalfitana, en la que Vidal escribió algunos de sus mejores libros a lo largo
de treinta y tres años. Los 460 m² fueron vendidos a su marcha y ahora acogen
un hotel y hasta un museo dedicado al escritor.
En sus memorias «Palimpsest», Vidal recuerda al Fellini que
preparaba «La Dolce Vita» y lo llamaba Gorino (pequeño Gore) y para quien
escribió un guión sobre la vida de Casanova. El narrador, pues, en Italia estrechó
lazos con las dos facetas más importantes de su vida, la literatura y el cine,
además de la política, pues no solo hospedó en la villa a celebridades como Paul
Newman, Peter O’Tooole, Andy Warhol, Rudolf Nureyev o Lauren Bacall, sino a políticos
como Hillary Clinton. Cuentan que era tremendamente hospitalario con quien lo
visitaba, y que apenas salía de esa casa con vistas privilegiadas porque se consagraba
a trabajar: en novelas, obras de teatro y ensayos, algunos de los cuales dedicó
a sus autores italianos contemporáneos predilectos: su admirado, en lo
político-literario, Leonardo Sciascia, y su entrañable amigo Italo Calvino.
Publicado en La Razón, 2-VIII-2012