En 1972, Truman
Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca
escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros
ladran, Anagrama 1999), y en él el autor estadounidense se entrevistaba a sí
mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para
proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor
parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la
otra cara, la de la vida, de Rubén Loza.
Si
tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál
elegiría?
Por muchos motivos, aquí, en
Montevideo.
¿Prefiere
los animales a la gente?
No; prefiero a la gente.
¿Es
usted cruel?
No, no lo soy.
¿Tiene
muchos amigos?
Muchos; me siento enriquecido por ellos. Entre los
escritores, puedo mencionar a Germán Yanke, Raúl Guerra Garrido, Plinio Apuleyo
Mendoza, Carlos Alberto Montener, Mario Vargas Llosa y, en fin, Jean
d’Ormesson. Tuvo el placer de tratar mucho a Borges, a Bioy Casares, a Octavo
Paz y a mi maestro, Ernesto Sábato, el primero en impulsar mi quehacer
literario desde el otro lado del “río de seueñera y barro” como lo decía Borges
en un poema. Por cierto, también son muchos mis amigos periodistas, o
políticos, como los ex presidentes uruguayos Lacalle y Julio María Sanguinetti.
Me honro con su amistad.
¿Qué
cualidades busca en sus amigos?
No las busco; sencillamente nos
encontramos, porque la amistad es
transparente.
¿Suelen
decepcionarle sus amigos?
No; una triste experiencia,
supongo.
¿Es
usted una persona sincera?
Soy una persona sincera, simple y
clara, sin ambivalencias.
¿Cómo
prefiere ocupar su tiempo libre?
Con mi familia, con mis libros,
escribiendo, con mis amigos, haciendo nada.
¿Qué
le da más miedo?
Temo decirlo.
¿Qué
le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La vanidad, la envidia, la
descortesía, la insinceridad, el desamor…
Si
no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
En la
vida nos pasan cosas que pueden ser de ficción. Soy escritor y periodista, y
fui profesor de literatura. Fui profesor unos años; incluso di
conferencias en las universidades de Austin (Texas) y de Kentucky. Pero
creo que dado el caso planteado, de todos modos hubiera sido solamente
periodista.
¿Practica
algún tipo de ejercicio físico?
Desde niño jugué al básquetbol.
Ahora voy a un gimnasio; hago ejercicios físicos diversos.
¿Sabe
cocinar?
No. Nada.
Si
el Reader’s
Digest le encargara escribir uno
de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Borges, a quien tuve la fortuna
de conocer, y con quien viví momentos
inolvidables, como cuando, en una filmación de la BBC de Londres, por sus 80
años, estando yo en su casa para entrevistarle, me hizo leer un poema suyo ante
las cámaras. O cuando tras leerle un cuento mío, él lo hizo publicar en “La Prensa ” de Buenos Aires y
después le gustaba decir en la prensa: “Yo lo hice publicar”. También porque me
agradeció, cierta vez, haberlo
convertido (en un relato) en personaje de ficción, ya que decía: “no estoy
seguro de no serlo”. Sí, un personaje
inolvidable.
¿Cuál
es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor y fe.
¿Y
la más peligrosa?
Quizá una de ellas sea:
despotismo.
¿Alguna
vez ha querido matar a alguien?
No. Una vez, niño, maté un pájaro
con una piedra lanzada con una honda, y aún recuerdo la tristeza que me
invadió.
¿Cuáles
son sus tendencias políticas?
Amante de la libertad, seguidor
de Isiah Berlin, Popper y Raymond Aron, soy un demócrata liberal.
Si
pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
A esta altura ninguna otra. Como
dice mi amigo Raúl Guerra Garrido: “Quien sueña, novela”.
¿Cuáles
son sus vicios principales?
Vicios, no tengo… Suelo oscilar entre
la ansiedad y la depresión. Al terminar un libro y pensar que quizá no se me
ocurra otro… Cosas así. Ese momento es una herida.
¿Y
sus virtudes?
Se me va el canto a las nubes.
Imagine
que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían
por la cabeza?
Rostros: el de mi esposa, mis
hijas, mis nietas… Pero prefiero seguir nadando hacia la playa; lo hago bien,
dicho sea de paso.
T.
M.