domingo, 17 de febrero de 2013

El falsificador de cuadros


Este ejercicio de estilo que llevó al autor a volcarse en una difícil escritura desde 1957 a 1960, así como a sufrir un gran sinsabor por la frustración de verse rechazado por las editoriales, permaneció inédito durante décadas hasta que salió a la luz el año pasado en París. Era la primera novela de Georges Perec; un debut arriesgado, de gran autoexigencia y ambición literaria, ya que elaboraba un relato en el que en la primera página ya se presentaba el quid –el asesinato del artista Gaspard Winckler a un hombre llamado Anatole Madera, gordo, feo y pesado, que le da órdenes y mira cómo pinta hasta sacarle de quicio–, en el que usaba habitualmente la segunda persona del singular como punto de vista narrativo y donde se explicaban las contradicciones de un pintor enfrentado al hecho de creerse «el mayor falsario “in the world”».

El profesor universitario y ensayista Claude Burgelin da los detalles de la concepción y destino de este manuscrito hallado póstumamente y que precedió al primer éxito de Perec, “Las cosas” (1965). Así, “El Condotiero” (traducción de David Stacey) recibió varios títulos y sufrió varias rescrituras hasta que Gallimard rechazó la obra, que había aceptado en primera instancia. Al forofo de Perec le gustará este texto desconcertante y talentoso a partes iguales, pero a otro tipo de lectores cansará el leitmotiv que se prolonga durante todo el libro acerca de la copia de ese cuadro de Antonello da Messina que se exhibe en el Louvre; desde el comienzo: “Madera está muerto. ¿Y qué?”, hasta el final: “Maté a Madera y alardeo de ello, y lo reivindico”. Ese “y qué”, más la vanidad asesina y la afirmación de que “la muerte, al fin y al cabo, no quiere decir gran cosa”, sostienen bien la lectura, pero también la hacen algo monótona pese a fragmentos de gran calidad técnica e irreprochable originalidad.

Publicado en La Razón, 14-II-2013