Este próximo octubre habrán pasado diez
años desde la muerte de Joan Perucho (1920-2003). Dejo constancia aquí de la
entrevista que tuve el placer de hacerle para La
Razón (5-XI-2000) justo antes de su 80 cumpleaños.
JOAN PERUCHO TRAS EL ESPEJO
Es el creador de mundos maravillosos como
el de aquellas Historias naturales con las que se dio a conocer en 1960 al gran público. Se considera,
ante todo, un «hombre de letras» que ha frecuentado todos los géneros
literarios tanto en catalán como en castellano; junto con su gran amigo Néstor
Luján, se convirtió en un experto gastrónomo; muchas de sus obras han sido
traducidas a multitud de lenguas... Una densa trayectoria que el próximo día 14
recibirá un gran homenaje en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Acaba
de publicar una magnífica Antología
poética (Igitur) y el cuento infantil Nani
i els itineraris de la zoologia fantàstica (Cruïlla), pero ya tiene listos
cuatro libros más que verán la luz junto al centenar que lleva escritos. En
pocas ocasiones se tiene el privilegio de conocer a un verdadero humanista, y
menos a alguien capaz de transmitir continuamente pasión por la literatura y
felicidad por vivir que nada tiene que ver con su supuesta edad avanzada. En su
casa, un Juan Perucho lleno de satisfacción muestra la espectacular biblioteca,
las obras de arte y las fotos que remiten a un pasado que ha trasladado a su
territorio: el de la literatura fantástica y la poesía.
Usted pertenece a una generación rota por
la guerra. ¿De qué modo influyó el conflicto en su introducción al mundo de la
literatura?
Yo hice
la guerra en los dos bandos, y cuando estaba en el ejército de la República la
Generalitat repartía a los soldados, para que llevaran en la mochila, un libro
que se titulaba Presència de Catalunya,
que era un libro escrito en catalán sobre las tierras de Cataluña, todo visto a
través de los poetas. Me emocionó tanto este libro que decidí ser poeta. Y
entonces conocí a Carles Riba, Josep Maria de Sagarra, Marià Manent... Y más
tarde, a través de los congresos de poesía de Segovia, Salamanca y Santiago de
Compostela conocí a Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Luis Rosales, Luis
Felipe Vivanco, Sánchez Mazas y, sobre todo, a Adriano del Valle, poetas que
han desaparecido del panorama español. Entonces decidí ser poeta también en
castellano.
Desde la posguerra hasta ahora, ¿qué
opinión le merece la evolución de la literatura en España?
Después
de la guerra, y al ingresar en la universidad, me encontré con amigos, como
Néstor Luján, que han desaparecido. Me he quedado solo. Entonces asistíamos al
fin de una etapa, o sea, al fin de la generación del 27 y en prosa el fin de
Azorín y Baroja. Pero entonces surgió una ola de grandes escritores, hoy no
olvidados sino silenciados, que son Rafael Sánchez Mazas, Julián Ayesta, Álvaro
Cunqueiro, Pedro Michelena y Eugenio Montes, entre otros, al lado de
excepciones memorables, como Cela y Delibes. Ahora en las grandes librerías ves
mesas cubiertas de libros con portadas chillonas que no sabes de quiénes son, y
da la impresión de que esta gente hoy sale y mañana no: son sustituidos por una
especie de máquina editorial que se gana la vida de este modo. Yo no entiendo
eso.
No hay nada, por lo tanto, que le interese
en la literatura actual.
Es que
la literatura que se hace en el país me suena a lo que los franceses llaman déjà vu. Todo me suena cómo si ya lo
hubiera visto, en mi vida o en mis lecturas. O sea que ahora únicamente me
interesa la literatura clásica española, aunque no para su lectura, porque
tengo dificultades para leer. Trato los libros como si fueran joyas,
acariciándolos. Por ejemplo, ahora estoy completando mi colección de Llull.
Tengo más de doscientos Raimundos Lulios. Además, he hecho un gran
descubrimiento leyendo El Libro de las
Maravillas. Y es el siguiente: «Cuando más oscura es la metáfora, más el
entendimiento entiende que aquella metáfora entiende». En esta frase está todo
el origen del arte contemporáneo.
En el que usted participó de manera
intensa.
Sí,
intervine en el Dau al Set en Cataluña y en El Paso en Madrid. Los dos movimientos
me sugestionaron muchísimo, porque conocí a Picasso, Miró y Dalí, Tàpies,
Cuixart y Ponç, e incluso logré descifrar el significado de ese tipo de
pintura, sobre todo la de Tàpies. Trabajando como juez, tuve que exhumar
cadáveres: vi que en la tapa interior del ataúd había una especie de grafismos
negros violentísimos debidos a la putrefacción, que produce evaporaciones de
gases y manchas de los jugos gástricos. Si ponías la firma abajo, era un
Tàpies, y es que éste descubrió la muerte detrás de la materia degradada.
Acabó siendo juez aunque deseaba cursar
Filosofía y Letras.
Tuve
que someterme al dictamen de mi padre y sin ninguna vocación estudié derecho.
Mientras tanto, escribí un libro de poesía, El
Mèdium, que no sabía dónde publicar. Lo llevé a Carles Riba y me animó a
presentarme al Premio Ciudad de Barcelona. Gané el premio y conocí al
presidente del jurado, don Eugeni d’Ors, y nos hicimos muy amigos. Él me dijo
que el ángel de la guarda, el Ángel Custodio designado por Dios, no es más que
la vocación o el destino. Has nacido para una cosa u otra, estás determinado.
En mi caso, D’Ors me aconsejó que por el tipo de literatura que hacía, tuviera
un segundo oficio y que me presentara a oposiciones. Salí juez y trabajé
cuarenta años. El Ángel Custodio me procuró un trabajo que me diera suficiente
libertad para poder después escribir.
El Ángel le ayudó incluso a mantener su
escritura fuera del dictado de los editores.
Siempre
he ido a contracorriente. Cuando imperaba el gusto por la poesía social y por
la novela realista, yo me sentía llamado a hacer cosas de fantasía. En las
obras históricas que leía encontraba situaciones sin un final concreto.
Entonces yo imaginaba lo que sucedía después: cosas totalmente insospechadas y
fantásticas. Este es el origen de mi literatura fantástica: ver lo que hay
detrás del espejo. Siempre he sospechado que ahí está el secreto de la
existencia. Nadie lo sabe, aunque parece que los poetas lo huelen.
Se considera sobre todo poeta, pero
permaneció veinte años sin escribir poemas.
Llegó
un momento en que creí que la poesía no era factible en nuestro tiempo, que
nadie podía aceptar la cárcel cerrada de un poema, la convencionalidad del
verso. Procuré traspasar mi poesía del poema a la prosa. Además, soy católico,
y mi capacidad poética queda vinculada a mis creencias. Creo en una fuerza
superior que indica lo que hay que hacer. A veces me fijo en la naturaleza y en
su organización matemática. Debe haber una especie de código secreto que todo
el mundo obedece a rajatabla.
Esa confianza en la vida, en el trabajo y
en su vocación, le mantiene en activo y en plena forma con 80 años. ¿Se ha
planteado el fin de su carrera?
Llega
un momento en que también tienes ganas de terminar. Lo he hecho todo en mi
vida: he escrito casi un centenar de libros, he trabajado mucho, he amado, he
tenido hijos… y he llegado a una conclusión. A la muerte no la temo. Imagino
mis postrimerías de forma poética: veo perfilarse ante mí una gran ventana
luminosa; a la izquierda, se posa un mirlo que me canta El viaje de invierno de Schubert, y con sus trinos me levanta el
ánima; a la derecha aparece una abubilla, que me mira fijamente. Después, un
perro basset-hount se coloca a mis pies como en las tumbas reales, y entonces
viene mi gata y el Ángel Custodio que ha perfilado toda mi vida, y se me lleva.
Esta es la manera en que deseo morir.
T. M.