miércoles, 27 de febrero de 2013

Mi visita a la casa de Joan Perucho


Este próximo octubre habrán pasado diez años desde la muerte de Joan Perucho (1920-2003). Dejo constancia aquí de la entrevista que tuve el placer de hacerle para La Razón (5-XI-2000) justo antes de su 80 cumpleaños.

JOAN PERUCHO TRAS EL ESPEJO

Es el creador de mundos maravillosos como el de aquellas Historias naturales con las que se dio a conocer en 1960 al gran público. Se considera, ante todo, un «hombre de letras» que ha frecuentado todos los géneros literarios tanto en catalán como en castellano; junto con su gran amigo Néstor Luján, se convirtió en un experto gastrónomo; muchas de sus obras han sido traducidas a multitud de lenguas... Una densa trayectoria que el próximo día 14 recibirá un gran homenaje en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Acaba de publicar una magnífica Antología poética (Igitur) y el cuento infantil Nani i els itineraris de la zoologia fantàstica (Cruïlla), pero ya tiene listos cuatro libros más que verán la luz junto al centenar que lleva escritos. En pocas ocasiones se tiene el privilegio de conocer a un verdadero humanista, y menos a alguien capaz de transmitir continuamente pasión por la literatura y felicidad por vivir que nada tiene que ver con su supuesta edad avanzada. En su casa, un Juan Perucho lleno de satisfacción muestra la espectacular biblioteca, las obras de arte y las fotos que remiten a un pasado que ha trasladado a su territorio: el de la literatura fantástica y la poesía.
Usted pertenece a una generación rota por la guerra. ¿De qué modo influyó el conflicto en su introducción al mundo de la literatura?
Yo hice la guerra en los dos bandos, y cuando estaba en el ejército de la República la Generalitat repartía a los soldados, para que llevaran en la mochila, un libro que se titulaba Presència de Catalunya, que era un libro escrito en catalán sobre las tierras de Cataluña, todo visto a través de los poetas. Me emocionó tanto este libro que decidí ser poeta. Y entonces conocí a Carles Riba, Josep Maria de Sagarra, Marià Manent... Y más tarde, a través de los congresos de poesía de Segovia, Salamanca y Santiago de Compostela conocí a Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Sánchez Mazas y, sobre todo, a Adriano del Valle, poetas que han desaparecido del panorama español. Entonces decidí ser poeta también en castellano.
Desde la posguerra hasta ahora, ¿qué opinión le merece la evolución de la literatura en España?
Después de la guerra, y al ingresar en la universidad, me encontré con amigos, como Néstor Luján, que han desaparecido. Me he quedado solo. Entonces asistíamos al fin de una etapa, o sea, al fin de la generación del 27 y en prosa el fin de Azorín y Baroja. Pero entonces surgió una ola de grandes escritores, hoy no olvidados sino silenciados, que son Rafael Sánchez Mazas, Julián Ayesta, Álvaro Cunqueiro, Pedro Michelena y Eugenio Montes, entre otros, al lado de excepciones memorables, como Cela y Delibes. Ahora en las grandes librerías ves mesas cubiertas de libros con portadas chillonas que no sabes de quiénes son, y da la impresión de que esta gente hoy sale y mañana no: son sustituidos por una especie de máquina editorial que se gana la vida de este modo. Yo no entiendo eso.
No hay nada, por lo tanto, que le interese en la literatura actual.
Es que la literatura que se hace en el país me suena a lo que los franceses llaman déjà vu. Todo me suena cómo si ya lo hubiera visto, en mi vida o en mis lecturas. O sea que ahora únicamente me interesa la literatura clásica española, aunque no para su lectura, porque tengo dificultades para leer. Trato los libros como si fueran joyas, acariciándolos. Por ejemplo, ahora estoy completando mi colección de Llull. Tengo más de doscientos Raimundos Lulios. Además, he hecho un gran descubrimiento leyendo El Libro de las Maravillas. Y es el siguiente: «Cuando más oscura es la metáfora, más el entendimiento entiende que aquella metáfora entiende». En esta frase está todo el origen del arte contemporáneo.
En el que usted participó de manera intensa.
Sí, intervine en el Dau al Set en Cataluña y en El Paso en Madrid. Los dos movimientos me sugestionaron muchísimo, porque conocí a Picasso, Miró y Dalí, Tàpies, Cuixart y Ponç, e incluso logré descifrar el significado de ese tipo de pintura, sobre todo la de Tàpies. Trabajando como juez, tuve que exhumar cadáveres: vi que en la tapa interior del ataúd había una especie de grafismos negros violentísimos debidos a la putrefacción, que produce evaporaciones de gases y manchas de los jugos gástricos. Si ponías la firma abajo, era un Tàpies, y es que éste descubrió la muerte detrás de la materia degradada.
Acabó siendo juez aunque deseaba cursar Filosofía y Letras.
Tuve que someterme al dictamen de mi padre y sin ninguna vocación estudié derecho. Mientras tanto, escribí un libro de poesía, El Mèdium, que no sabía dónde publicar. Lo llevé a Carles Riba y me animó a presentarme al Premio Ciudad de Barcelona. Gané el premio y conocí al presidente del jurado, don Eugeni d’Ors, y nos hicimos muy amigos. Él me dijo que el ángel de la guarda, el Ángel Custodio designado por Dios, no es más que la vocación o el destino. Has nacido para una cosa u otra, estás determinado. En mi caso, D’Ors me aconsejó que por el tipo de literatura que hacía, tuviera un segundo oficio y que me presentara a oposiciones. Salí juez y trabajé cuarenta años. El Ángel Custodio me procuró un trabajo que me diera suficiente libertad para poder después escribir.
El Ángel le ayudó incluso a mantener su escritura fuera del dictado de los editores.
Siempre he ido a contracorriente. Cuando imperaba el gusto por la poesía social y por la novela realista, yo me sentía llamado a hacer cosas de fantasía. En las obras históricas que leía encontraba situaciones sin un final concreto. Entonces yo imaginaba lo que sucedía después: cosas totalmente insospechadas y fantásticas. Este es el origen de mi literatura fantástica: ver lo que hay detrás del espejo. Siempre he sospechado que ahí está el secreto de la existencia. Nadie lo sabe, aunque parece que los poetas lo huelen.
Se considera sobre todo poeta, pero permaneció veinte años sin escribir poemas.
Llegó un momento en que creí que la poesía no era factible en nuestro tiempo, que nadie podía aceptar la cárcel cerrada de un poema, la convencionalidad del verso. Procuré traspasar mi poesía del poema a la prosa. Además, soy católico, y mi capacidad poética queda vinculada a mis creencias. Creo en una fuerza superior que indica lo que hay que hacer. A veces me fijo en la naturaleza y en su organización matemática. Debe haber una especie de código secreto que todo el mundo obedece a rajatabla.
Esa confianza en la vida, en el trabajo y en su vocación, le mantiene en activo y en plena forma con 80 años. ¿Se ha planteado el fin de su carrera?
Llega un momento en que también tienes ganas de terminar. Lo he hecho todo en mi vida: he escrito casi un centenar de libros, he trabajado mucho, he amado, he tenido hijos… y he llegado a una conclusión. A la muerte no la temo. Imagino mis postrimerías de forma poética: veo perfilarse ante mí una gran ventana luminosa; a la izquierda, se posa un mirlo que me canta El viaje de invierno de Schubert, y con sus trinos me levanta el ánima; a la derecha aparece una abubilla, que me mira fijamente. Después, un perro basset-hount se coloca a mis pies como en las tumbas reales, y entonces viene mi gata y el Ángel Custodio que ha perfilado toda mi vida, y se me lleva. Esta es la manera en que deseo morir.
T. M.