La obra cumbre de Alan Sillitoe (1928-2010) será por siempre un relato
de sesenta y cinco páginas de título sublime, “La soledad del corredor de
fondo”. Lo es por la época y lugar que recrea, la Inglaterra del desempleo y la
pobreza de los años cincuenta, pero que podría ser la de cualquier suburbio
actual, y porque aborda un tema universal e imperecedero: “la insatisfacción y
el enojo del adolescente de clase obrera”, como dice en la introducción Kiko
Amat. Es este, en efecto, “su escrito más brutal, hermoso y emocionante”. En
él, vemos a un delincuente que ha entrado en un reformatorio de Essex y al que
destinan a las carreras de fondo viendo que tiene grandes aptitudes físicas. La
esperanza del director del centro es que gane una importante copa nacional,
pero la rebeldía del joven, que desprecia todo lo establecido, será la
verdadera vencedora.
El ambiente airado que Sillitoe retrata en el cuento conecta con el de
su primera novela (también en la editorial Impedimenta), la atractiva pero
irregular “Sábado por la noche y domingo por la mañana” (1958), y con el resto
de relatos (traducidos por Mercedes Cebrián) que acompañan “La soledad…”, donde
un profesor, un hombre separado o un viejo que se encariña de unas niñas
sucumben ante su aciago destino: el de un entorno social que coarta sus vidas
de la forma más deprimente.
Publicado
en La Razón, 7-III-2013