martes, 5 de marzo de 2013

Entrevista capotiana a Pilar Adón


En 1972, Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el escritor estadounidense se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Pilar Adón.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La idea de no poder salir de un lugar me aterra. Necesito estar comunicada a todas horas, aunque luego no hable con nadie ni salga de casa. Si tuviera que elegir un sitio, diría mi casa del pueblo, pero con el coche en la puerta y el depósito bien lleno.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Pero últimamente me gusta más observar el comportamiento de los animales (perros y gatos, no hablo de culebras ni de babosas) que el de alguna gente.
¿Es usted cruel?
Nunca. Incluso estoy empezando a tratarme bien a mí misma. Lo intento.
¿Tiene muchos amigos?
No. Nunca los he tenido. Siempre busqué una mejor amiga o un mejor amigo y con eso me he conformado. Pero quiero mucho a los que tengo, aunque se lo diga y se lo demuestre poco.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La sinceridad y la empatía. Quiero sentirme bien con ellos y notar que ellos se sienten bien conmigo.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. En general, es bastante difícil que algo me decepcione. No pongo muchas expectativas en nada ni espero demasiado de nada, así que luego no me llevo grandes desilusiones. Es como si me pusiera la venda antes de tener la herida. Sé que puedo estar perdiéndome cierta alegría de vivir porque las expectativas generan grandes dosis de satisfacción, como todos sabemos por el cuento de la lechera, al que algunas personas son tan aficionadas. Yo prefiero no jugar a eso, y me pierdo esa parte inicial de diversión.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí. Completamente. Y creo que más por puro utilitarismo que por una convicción de tipo moral. No soportaría que me pillaran en una mentira y, además, no tengo mucho tiempo ni muchas ganas de inventar excusas o mentiras. Prefiero decir la verdad. Eso sí, de manera cordial y sólo si me preguntan. No voy de justiciera por la vida, ni mucho menos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Me gusta pasear y estar con mis padres.
¿Qué le da más miedo?
Sé que va a sonar a topicazo de libro de autoayuda, pero lo cierto es que me da miedo que me paralice el miedo. Tengo una gran y absurda capacidad para adelantar acontecimientos y sentir de antemano lo que se supone que voy a sentir en determinadas situaciones. Ese miedo anticipado me aterroriza. También el encierro y la imposibilidad de hacer lo que quiero. No es que quiera grandes cosas. Es sólo que necesito saber que nada me coarta.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandalizan la injusticia y el dolor gratuito que se les puede causar a los demás. No soporto la violencia ni todo lo que lleva asociado.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Me habría dedicado al medioambiente, supongo. Cuando terminé la carrera, me especialicé en Derecho Medioambiental, y durante un tiempo me planteé volver a ello y salvar a las ballenas. Cuando paso días y días con unos dolores de espalda horribles, encima del ordenador, corrigiendo durante horas el mismo texto, pienso que de haber tomado otro camino quizá estuviera en ese mismo momento en un lago en busca de patos. Qué sé yo. Soy consciente, de todas maneras, de que se trataba de Derecho, por muy medioambiental que fuera, y de que estaría igual, en un despacho, sobre un ordenador, revisando leyes europeas.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
De vez en cuando regreso al yoga para estirarme y no convertirme en una pasa volcada sobre el teclado de mi portátil.
¿Sabe cocinar?
No sé bien qué es “saber” cocinar. No cocino mucho, pero si me pongo, lo hago. Para algunas personas esto es un crimen, pero tengo un robot de cocina que me habla y que me ayuda a elegir qué voy a comer cada día. Sin él, me pasaría la vida comiendo donuts o pan bimbo. Supongo que, por lo que acabo de decir, la respuesta es que no. No sé cocinar.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Henry David Thoreau. Elegiría los bosques y la tendencia de algunas personas a huir a ellos.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Hogar.
¿Y la más peligrosa?
Dolor.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Antes sí. Ahora ya no. Antes sentía más ira hacia lo que consideraba injusto y quería matar a quienes me hacían daño o se lo hacían a quienes quiero. Mejor dicho, quería que se murieran, quizá no matarles yo directamente. Hoy, esta idea me parece bastante bruta. No quiero pensar en la muerte de nadie.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Siempre he sido de izquierdas y sigo siéndolo. Me da pena que nuestros representantes de izquierdas de ahora mismo sean tan torpes y que se intente imponer de alguna manera toda una forma de vida por el hecho de votar unas siglas: una estética, unos gustos musicales, cinematográficos, también literarios, con los que no comulgo. Y me da pena la exclusión de buenas propuestas simplemente porque son de “los otros”. Pero, sobre todo en el ámbito de lo social, mis ideas son de izquierdas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Mi padre.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La indecisión. La inseguridad. No sé si son vicios, pero me dominan y me machacan como si lo fueran.
¿Y sus virtudes?
Creo que soy buena persona.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
No es que tuviera una infancia dorada que evoque a todas horas, pero creo que vería mis juegos en la calle de mi abuela, que por entonces no estaba asfaltada y se anegaba cada vez que llovía. Jugábamos a hacer presas, en pleno invierno, con las manos heladas, a saltar charcos y a meternos en ellos con las botas de agua. Era divertido. También recordaría el día en que una amiga y yo estrenamos vestidos idénticos e íbamos tan contentas por la calle. O cuando jugábamos al rescate. Esas cosas. Sabía que todo estaba en orden, y eso me resulta plácido. Ahora bien, no sé si cuando uno se está ahogando tiene ante sí imágenes plácidas.
T. M.