En 1972, Truman
Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el
escritor estadounidense se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y
brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones,
deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente
«entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Rodrigo
Soto.
Si tuviera que vivir en
un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Escogería una gran ciudad: Río de Janeiro, México, Madrid,
Barcelona, Buenos Aires, San Francisco, Paris… Cualquiera de ellas me vendría
bien…
¿Prefiere los animales a
la gente?
No, prefiero la gente. Los animales me gustan, pero del
trato con la gente siento absoluta
necesidad.
¿Es usted cruel?
La crueldad no me es ajena. En mi etapa infantil incurrí en
innumerables actos de crueldad, la mayoría de las veces contra animales
indefensos, en otras ocasiones contra niños y niñas que estaban en posición de
debilidad. Más adelante, de joven y adulto, he sentido en ocasiones impulsos
crueles, generalmente enmascarados bajo discursos para justificarlos.
¿Tiene muchos amigos?
Soy una persona sociable y tengo muchas amistades. Es verdad
que el número de amigos y amigas, en el sentido fuerte de la palabra, es más
reducido, pero es normal y bueno que así sea.
¿Qué cualidades busca en
sus amigos?
En mis amigos no busco una cualidad en particular. Mis
amigos y amigas son sorprendentemente diferentes entre sí, y supongo que en
cada uno, en cada una, he encontrado una cualidad, un rasgo o una virtud que
admiro. Ni siquiera me atrevería a decir que yo los he elegido: la amistad me
resulta un misterio. Uno obedece sus leyes, no las impone.
¿Suelen decepcionarle
sus amigos?
No suelo decepcionarme con mis amigos y amigas, aunque una
buena amistad no está exenta de diferencias, tensiones y
distanciamientos. Al final, sobreponerse a esas diferencias es parte del arte y
de la enseñanza que nos deja la amistad.
¿Es usted una persona
sincera?
Dentro de los límites de lo razonable, supongo que sí. Esto
no quiere decir que diga en todo momento y a cualquiera lo que pienso, o que no
sea egoísta y defienda mis intereses.
¿Cómo prefiere ocupar su
tiempo libre?
En los diferentes momentos de mi vida he cultivado diversas
aficiones: ciclismo, senderismo, cocina, tenis de mesa… Por otro lado, mirar a
la gente, tomar una copa y conversar me apasionan. No calificaría estas
actividades como las de mi “tiempo libre” puesto que no las considero menos
importantes que otras que realizo para ganarme la vida o que la lectura y la
escritura.
¿Qué le da más miedo?
A lo que más temo es a la capacidad de odio y destrucción que
hay en nosotros, y me incluyo.
¿Qué le escandaliza, si
es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza el cinismo de los poderosos, la forma en que
han desarrollado la capacidad de mentir sin siquiera tener conciencia ni tener
que admitir que lo hacen. Y me escandalizan hasta la risa la petulancia y las
pretensiones de la mayoría de nuestros afanes y anhelos.
Si no hubiera decidido
ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Quizás me habría gustado ser pescador. El aire libre es
importante para mí.
¿Practica algún tipo de
ejercicio físico?
Además de las actividades que ya mencioné (senderismo,
ciclismo y tenis de mesa) practico a nivel básico el Hata Yoga y el submarinismo.
¿Sabe cocinar?
Me
encanta la cocina. No diría que soy un cocinero experto pero sí es algo que
disfruto mucho.
Si el Reader’s
Digest
le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable»,
¿a quién elegiría?
Una vez, en el Mercado de San Miguel, en Coyoacán, México,
encontré a un mendigo que silbaba para pedir dinero. Silbaba como los dioses y
a cambio esperaba que uno depositara a sus pies una moneda. Lo hacía, o al
menos así me lo pareció, con enorme dignidad. Era un hombre mayor; me habría
gustado saber más de él, quién era, cómo llegó ahí. Quizás le dedicaría ese
reportaje a él y lo titularía: “El silbador de San Ángel”.
¿Cuál es, en cualquier
idioma, la palabra más llena de esperanza?
Crisálida.
¿Y la más peligrosa?
Quizás Dios, quizás Verdad. Son parecidas e igualmente
peligrosas.
¿Alguna vez ha querido
matar a alguien?
Creo que no.
¿Cuáles son sus
tendencias políticas?
Soy de
talante moderado, no radical, y en principio diría, como Churchill, que la
democracia es el peor de todos los sistemas posibles, salvo los demás. Lo que
ocurre es que la democracia, en la actualidad, ha sido reducida al triste papel
de mascarada en manos de los sectores corporativos y financieros que operan a
nivel global. Ser demócrata, en este momento, es ser radical, pues hay que
reinventar la democracia. Por otro lado, encuentro un germen autoritario y
fascista en quienes piensan que el único modelo democrático legítimo es el
occidental (régimen pluripartidista, etc.).
Si pudiera ser otra
cosa, ¿qué le gustaría ser?
La imagen del árbol despierta en mí evocaciones e ideas
placenteras, aunque me temo que románticas y seguramente infundadas. Pero
incita mucho mi curiosidad la vida inteligente en otras regiones del espacio
tiempo o incluso en otras dimensiones del pluriverso.
¿Cuáles son sus vicios
principales?
Mi vicio y mi debilidad mayor es la necesidad de aprobación.
Por otro lado, supongo que a los ojos de muchos mi ritmo de actividades
resultará el de un perezoso y mi afición por el vino se acercará peligrosamente
a la dipsomanía.
¿Y sus virtudes?
No creo
ser un hijo-de-puta redomado. Aprendí con sangre que la mentira es más temible que
a la verdad, por terrible o dura que sea ésta.
Imagine que se está
ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Mi abuela materna haciendo Hata Yoga en posición “de banano”
(de cabeza), las terribles discusiones y pleitos en mi casa familiar, la
voluptuosa luz algunas tardes, en el Valle Central de Costa Rica, el Parque de
El Retiro, una mujer que amé, otra mujer que amé, otra mujer que amé, la mujer
que hoy amo …
T. M.