Tres años después de su último libro de cuentos, el espléndido “La
ciudad desplazada”, vuelve un José María Conget (Zaragoza, 1948) de prosa más
lacónica y delgada, con textos de variada enjundia: pequeños homenajes a
personas desaparecidas y personajes (“Dos habitaciones”, “La venganza del
Capitán Trueno”) y alguna crónica autobiográfica (“Mi vida en los cines”), de
interés relativo, y varios relatos magistrales. Es el caso del primero de
ellos, “Suaves laderas”, donde un padre y su hijo, con el trasfondo de un
matrimonio roto, van hacia un parque londinense: escenario que enmarca una
situación donde “se mezclaban la congoja, la ira y los lentos ultrajes del
tiempo” y que conecta con la cotidianidad de una solitaria estudiosa de la
literatura y de un colega pedante.
Ni en este sobresaliente cuento ni en los notables “No calls, no
letters, no messages”, sobre un viejo profesor hipócrita de idéntico nombre a
un protagonista barojiano, “¿Lo mío tiene remedio, doctor?”, acerca de un
mentiroso compulsivo que visita a un psicólogo, y “La mujer que vigila los
Vermeer”, que narra el enamoramiento de un hombre por la mujer de un amigo,
encontraremos al Conget humorístico de anteriores libros. O es un humor
camuflado, inherente a historias cercanas que conmueven tanto como entretienen,
tragicómicas, y que van directas a las emociones del lector por urdir vidas
urbanas de individuos que arrastran sinsabores en los que todos pueden
reconocerse.
Publicado
en La Razón, 4-IV-2013