jueves, 4 de abril de 2013

El sinsabor de la vida


Tres años después de su último libro de cuentos, el espléndido “La ciudad desplazada”, vuelve un José María Conget (Zaragoza, 1948) de prosa más lacónica y delgada, con textos de variada enjundia: pequeños homenajes a personas desaparecidas y personajes (“Dos habitaciones”, “La venganza del Capitán Trueno”) y alguna crónica autobiográfica (“Mi vida en los cines”), de interés relativo, y varios relatos magistrales. Es el caso del primero de ellos, “Suaves laderas”, donde un padre y su hijo, con el trasfondo de un matrimonio roto, van hacia un parque londinense: escenario que enmarca una situación donde “se mezclaban la congoja, la ira y los lentos ultrajes del tiempo” y que conecta con la cotidianidad de una solitaria estudiosa de la literatura y de un colega pedante.

Ni en este sobresaliente cuento ni en los notables “No calls, no letters, no messages”, sobre un viejo profesor hipócrita de idéntico nombre a un protagonista barojiano, “¿Lo mío tiene remedio, doctor?”, acerca de un mentiroso compulsivo que visita a un psicólogo, y “La mujer que vigila los Vermeer”, que narra el enamoramiento de un hombre por la mujer de un amigo, encontraremos al Conget humorístico de anteriores libros. O es un humor camuflado, inherente a historias cercanas que conmueven tanto como entretienen, tragicómicas, y que van directas a las emociones del lector por urdir vidas urbanas de individuos que arrastran sinsabores en los que todos pueden reconocerse.

Publicado en La Razón, 4-IV-2013