En 1972, Truman Capote publicó un original
texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló
«Autorretrato» (en Los perros
ladran, Anagrama, 1999), y en él el escritor estadounidense se
entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas
que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Juan Jacinto Muñoz Rengel.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Si se refiere a un recinto cerrado,
escogería un desván. Si hablamos de algo más grande, una biblioteca. Si en
realidad preguntaba por una ciudad, Madrid si tuviera mar, Londres de proseguir
el calentamiento global, o Nueva York si pudiera llevarme a los amigos. ¿Más
grande? Un planeta preferiblemente con, además de hidrógeno y oxígeno, algo
menos de gravedad.
¿Prefiere
los animales a la gente?
Me encantan los animales. Aunque
supongo que si de verdad los prefiriésemos a la gente seríamos todos unos misántropos
y no habríamos llegado hasta aquí.
¿Es
usted cruel?
No. Sólo con los personajes. Y dicen que, a pesar de las
apariencias, no sienten nada.
¿Tiene
muchos amigos?
Tengo muchos conocidos. Bastantes
amigos. Y un puñado de muy buenos amigos.
¿Qué
cualidades busca en sus amigos?
La honestidad y la lealtad.
¿Suelen
decepcionarle sus amigos?
Sí y no. Quiero decir, lo normal es que siempre te lleves
desengaños. Pero con la edad, nuestra obligación es saber lo que podemos
esperar de unos y otros amigos, repartir nuestras expectativas de una forma
responsable, y no exigirle a nadie más de lo que nos puede dar. Así, las
decepciones disminuyen.
¿Es
usted una persona sincera?
Bastante. Teniendo en cuenta que la
sinceridad absoluta es un tipo de trastorno y que la mentira nos ha permitido erigir
la civilización.
¿Cómo
prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo. Viendo buen cine o buenas series de televisión.
Saliendo a conocer nuevos sitios en los que comer y beber, siempre bien
acompañado.
¿Qué
le da más miedo?
Morir sin magia.
¿Qué
le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Una sociedad que sabe lo que está mal, que es consciente
de dónde están los errores y las injusticias, y que no hace nada para
cambiarlo. Y, más en concreto, me escandalizan nuestros penosos políticos.
Si
no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
De las muchas posibilidades que vas
desestimando con el paso de los años ―la publicidad, la pintura, el diseño
gráfico, la arquitectura, la política, la gestión cultural―, quizás mis
ocupaciones más realistas, en las distintas etapas de mi vida, habrían sido por
este orden: la enseñanza de la filosofía, la edición, la radio.
¿Practica
algún tipo de ejercicio físico?
Mi experiencia me dice que practicar
ejercicio físico es siempre causa de lesiones.
¿Sabe
cocinar?
Me apasiona la cocina. Llevo más de veinte años cocinando
a diario.
Si
el Reader’s Digest le
encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a
quién elegiría?
Joseph Merrick, el hombre elefante.
¿Cuál
es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
«Proeza». Desde mi punto de vista, si
algo puede salvar al hombre son sus actos de valentía injustificados, esas
heroicidades insensatas, que en ocasiones lo llevan a poner en riesgo su vida,
y que son casi lo único que podría hacernos pensar que nos está reservado un
futuro mejor. O no. Qué más da eso. En cualquier caso, el acto heroico merece
la pena en sí mismo.
¿Y
la más peligrosa?
Depende del contexto. Cualquier palabra es susceptible de
utilizada de forma perniciosa si se altera su contexto semántico. Por ejemplo,
últimamente se viene haciendo esto con palabras como «Democracia» y «Constitución», ¿quién nos lo
iba a decir?
¿Alguna
vez ha querido matar a alguien?
Sólo en contadas ocasiones. Y nunca he pasado de la
planificación preliminar.
¿Cuáles
son sus tendencias políticas?
La izquierda. El progresismo. En contra de la democracia
mínima, el fundamentalismo democrático y la partitocracia, y a favor de la
democracia participativa.
Si
pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
¿Una cosa? No lo sé, ¿algún instrumento
de escritura? Ahora bien, si pudiera elegir vivir otras vidas, creo que
elegiría ser un filósofo griego, o un aristócrata romano, o un conquistador, o
un samurái, o un pirata. Casi todas vidas de acción.
¿Cuáles
son sus vicios principales?
En algún momento del camino, hace tiempo, creo que olvidé
cómo desconectar del trabajo. El resto de los vicios, por desgracia, por salud,
los contengo.
¿Y
sus virtudes?
Diré algunas sólo a modo de conjetura: la paciencia, la
tenacidad, saber ponerme en el lugar del otro.
Imagine
que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían
por la cabeza?
El patio de recreo de mi infancia, balones de fútbol,
bocadillos, la banda sonora de La Bola de
Cristal, alguna borrachera, la negrura del mar nadando de noche, los pequeños
edificios de la facultad de Filosofía, me vería a mí mismo sobre una tarima
enfrentado a treinta pares de ojos expectantes, la sonrisa de mi abuela, Notting
Hill, Oxford Circus, West Hampstead, espetos de sardinas asados en la playa, el
zoco de Marrakech, todos mis dormitorios, los dos rascacielos simétricos de
Barcelona, el olor de los libros, algunos sabores, las calles y las noches de
Madrid, un aplauso, los ojos y la boca de Ada, la voz de Ada.
T. M.