Hace unos días, con el pretexto de
la concesión del Premio Nacional de Narrativa a Clara Usón, recuperé una reseña
mía publicada hace pocos años en Mercurio.
Ahora me voy más atrás en el tiempo para traer aquí otra crítica, en esta
ocasión aparecida en La Razón en el
2001.
Con su
primera novela, «Las noches de San Juan», Clara Usón (Barcelona, 1961) obtuvo
el Premio Femenino Lumen 1998 recreando el ambiente de todo tipo de personajes
marginales en las fiestas de San Juan en Ciutadella. En aquella ocasión, una
mujer llamada Juani era la observadora torpe e ingenua de los festejos en
Menorca mientras hacía volar sus sueños creando un mundo alternativo a su
desagradable existencia. Pues bien, en su segunda obra narrativa Usón incide en
este tono en cuanto al constante análisis de los sentimientos más recónditos de
su protagonista, quien se nos aparece ocupando el argumento entero, tanto desde
un presente lleno de mil y una dudas como de un pasado evocado a través de una
interesante estructura que busca alternar ambos tiempos.
El centro de
mira es la fantasiosa y acomplejada Laura, cuyo cínico sentido del humor va
desarrollándose, de forma paralela y con una agilidad e imaginación
desbordantes, a través de dos caminos: en los capítulos impares y en tercera
persona nos transportará a una crucial temporada que pasó de niña en Córcega,
mientras que en los pares se nos muestra cómo es ella en la actualidad —una
barcelonesa de treinta y cinco años, asesora fiscal, de clase social más bien
alta y amante de un hombre casado— a través de su propia voz, a menudo dirigida
de modo delirante a su psicoanalista. Esta estructura, magníficamente resuelta,
favorecerá que tanto los recuerdos de esa aventura infantil como el enredo en
que consiste su vida presente se alimenten mutuamente, creando una fantástica
atmósfera de memoria, sueño y pensamientos grotescos que engrandecen a cada
paso la magnitud de la acción, retorcida y tragicómica a medida que vamos
conociendo a Laura y su problema eterno: «la intrusión súbita de los sueños en
la realidad» (pág. 185).
Por otro
lado, esa elección doble de focalización narrativa retrasará un poco nuestra
introducción en sendas historias, pero una vez dentro, será inevitable
sumergirse en todas sus contradicciones, deseos y temores, viendo cómo el
pasado no es inocente sino que regresa a nosotros para explicarnos qué somos.
En suma, la idea del enigmático «primer vuelo» crece junto al lector que,
inmerso en el mundo privado de esa mujer que en un momento dado reflexiona
sobre dos clases de imaginación, la práctica y la tóxica, advierte que Laura
sólo desea alcanzar la libertad que un día acarició, escapándosele de las manos
siendo aquella niña que pasó unas extravagantes vacaciones en Francia hace ya
mucho tiempo, muchos sueños incumplidos.