domingo, 5 de mayo de 2013

50 años jugando a la rayuela


“¿Encontraría a la Maga?” En 1963, esta frase inicial de una novela que cambió moldes cautivó a una cantidad de lectores inesperada por parte del propio autor, que desde el primer momento consideró que su “Rayuela” atraería a gentes de su misma generación. Para su sorpresa, fueron los jóvenes los que reaccionaron con fervor ante ese largo libro, difícil, denso, travieso, de aplastante originalidad, compuesto por dos extensas partes, “Del lado de allá” (entiéndase, París) y “Del lado de acá” (Buenos Aires), y una sección final, consistente en unos cien textos más, titulada “De otros lados (capítulos prescindibles)”. Y todo con un “Tablero de dirección” previo en el que Julio Cortázar (Bruselas, 1914-París, 1984) aseguraba: «A su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo dos libros. El lector queda invitado “a elegir” una de las dos posibilidades siguientes». Y entonces explicaba los dos modos de abordar la lectura: uno corriente, lineal, y el otro con un orden sugerido, como si se saltara de cuadro a cuadro en una rayuela.

Con motivo de esta efeméride, la editorial Alfaguara publicará en breve una edición conmemorativa de la obra, con un apéndice del propio escritor, y el volumen “Cortázar en Berkeley” (una compilación de sus discursos en esta universidad californiana en 1980). Por supuesto, se preparan muchos homenajes, el más simbólico el que se celebrará en Buenos Aires: la Plaza del Lector, donde se ubica la Biblioteca Nacional y el Museo del Libro y de la Lengua, recibirá el nombre de “Rayuela”; y en París, el Instituto Cervantes le dedicará, a partir del 14 de mayo, la exposición “Rayuela. El París de Cortázar”. En esta ciudad moriría el autor argentino, a los setenta años de edad; se había establecido en ella a inicios de los cincuenta, y dedicaría seis años a la escritura de la novela en una época de gran pobreza pero también de enorme creatividad y felicidad.

El hecho de que el protagonista, Horario Oliveira, busque a esa mujer enigmática a la que ni siquiera podrá olvidar una vez esté de regreso en su Argentina natal, implica recorrer las calles de París de forma pormenorizada. De hecho, Andrés Amorós, en su edición crítica de “Rayuela” (Cátedra, 1984), incorporó un callejero de la ciudad para que el lector pudiera seguir a los personajes, además de cientos de notas a pie de página para contextualizar las referencias literarias, urbanas y jazzísticas que abundan a lo largo de sus más de seiscientas páginas. Pues, «Si hay una falla en “Rayuela”, es que se desenvuelve en gran parte en un nivel intelectual de difícil acceso al lector común. Su erudición, aunque ingeniosa y ágil, intimida», escribe Luis Harss en “Los nuestros” (Alfaguara, 2012), reedición de un trabajo suyo de 1966 dedicado a los diez autores latinoamericanos más significativos de hace cinco décadas (Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa, Borges, Asturias, Guimaraes Rosa, Onetti, Rulfo y Cortázar).

En él, Harss presenta a un “Cortázar, brillante, minucioso, provocativo, adelantándose a todos sus contemporáneos latinoamericanos en el riesgo y la innovación. Cortázar nos ha dado mucho que pensar”. Aún hoy, desde luego. Días atrás, Casa América organizó una mesa redonda titulada «“Rayuela” a los 50 años. Celebración de un libro mítico», y el viejo amigo del escritor Julio Ortega –catedrático de Literatura Latinoamericana de la Universidad de Brown– dictó una conferencia en la Universidad de Alicante en la que habló de “una obra innovadora” aún que cada generación interpreta a su manera. El hecho de que la novela sea algo así como un “collage”, una propuesta literaria multiforme, abierta, sugiere lecturas siempre renovadas. El crítico peruano, desde que leyó la obra a los veinte años, ya entendió cómo Cortázar fue rompiendo tabús e incorporando a la narrativa asuntos variados sin tapujos: la sexualidad, el lenguaje poético y la poética urbana, la cultura popular mezclada con la erudición y, muy especialmente, el humor.

Todo este alarde de originalidad siguió a otra obra inclasificable, “Historias de cronopios y de famas” (1962). Es entonces cuando, según Harss, “Cortázar pareció clausurar una etapa de su obra” y, con “Rayuela”, «una “antinovela” explosiva que es una agresión, que arremete contra la dialéctica vacía de la civilización occidental y la tradición racionalista», mostró al mundo literario una forma de escribir “ambiciosa e intrépida” hasta lograr “un manifiesto filosófico, una rebelión contra el lenguaje literario y la crónica de una extraordinaria aventura espiritual”. La obra, cabe decir, se iba a titular “Mandala”, ya que, como dice el propio Cortázar: “Cuando pensé el libro, estaba obsesionado con la idea del mandala, en parte porque había estado leyendo muchas obras de antropología y sobre todo de religión tibetana. Además, había visitado la India, donde pude ver cantidad de mandalas indios y japoneses”.

Sin embargo, Cortázar pensó que se trataba más bien de un título solemne, y si por algo se caracterizó el autor de “La vuelta al día en ochenta mundos” y “Los autonautas de la cosmopista”, fue por concebir la literatura como algo lúdico, alejado de la seriedad académica y tradicional. Así: “«En “Rayuela”, la broma, el chiste y la burla son no sólo condimentos sino parte de la dinámica de la obra misma. Con ellos Cortázar construye escenas enteras. Nos prepara una sorpresa y un chasco en cada página (…) todos los recursos del arte cómico se suceden en su obra con un virtuosismo deslumbrante», dice Harss. Y en efecto, todo es juego, sonrisa, divertimento en Cortázar. No en vano se formó de joven leyendo a los surrealistas (la mayoría de su biblioteca estaba formada por volúmenes en francés) para acabar comprendiendo que la mejor manera de buscar la verdad y la gravedad de la vida era mediante el filtro humorístico.

Ello tanto en lo literario como en el plano autobiográfico. Según reseña el estudioso chileno, «Cortázar sugiere que el humor ha sido también una especie de mecanismo de autodefensa en etapas “surrealistas” de su vida personal. Recuerda los años angustiosos de los cuarenta cuando la realidad argentina se le había convertido en una interminable pesadilla». El régimen peronista lo hartaría hasta llevarle a la emigración parisina. Sería su gran salto de rayuela.

Publicado en LaRazón, 5-V-2013