sábado, 15 de junio de 2013

Entrevista capotiana a Fernando Schwartz

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Fernando Schwartz.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
He vivido en tantos sitios a lo largo de mis siete décadas de existencia que, en cada instante de mi trayectoria, habría elegido el lugar en el que estaba en aquel momento. Londres, Nueva York, París, Ginebra, Roma… Ahora, ya de retirada, cuando solo me queda escribir y navegar y calentarme al sol, elegiría este rincón del Plà de Mallorca en el que tengo mi casa.
¿Prefiere los animales a la gente?
Pues sí. Mi perro no se va de copas, tiene una vida amorosa rígidamente administrada, me hace compañía y come restos. Luego me mira con fidelidad absoluta, se tumba a mis pies cuando quiere y me hace andar. En realidad, este asunto también va por tiempos: no hay que exagerar el valor de los animales. Tampoco el de los humanos. Somos lo que somos.
¿Es usted cruel?
No.
¿Tiene muchos amigos?
Sí, aunque los de verdad son los tres o cuatro íntimos, con los que andamos kilómetros y kilómetros y navegamos millas y millas. También nos prestamos libros  y comemos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Calor, solidaridad, miras y opiniones bastante comunes, consuelo y risa y, cuando se tercia, furia frente a la idiotez y crueldad de los hombres.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. A los pocos que han sido suelo perdonarlos si me lo explican, incluso si la explicación no tiene perdón de Dios.
¿Es usted una persona sincera? 
Desde luego.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo y escribiendo. Andando, charlando, navegando y (antes) esquiando.
¿Qué le da más miedo?
Ser irrelevante.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La tiranía.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Habría sido médico, pero no estoy muy seguro de valer para ello. La gente a la que curo dice que sí. También me habría gustado ser actor de cine; estoy convencido de valer para ello.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí.
¿Sabe cocinar?
Desde luego. Hago la mayoría de mis platos sin ayuda del Termomix, especialmente los de la cocina tai. Mis soufflés de queso han sido alabados por más de un comensal.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Madiba, Mandela.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Compasión.
¿Y la más peligrosa?
Patria.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
A Hitler y a Stalin, pero me pilló tarde.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Santo cielo, soy un liberal de izquierdas y en mi país voto a los socialistas, aunque cada vez lo merecen menos.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No tengo la más remota idea.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La pereza. La tolerancia.
¿Y sus virtudes?
La tolerancia. La pereza.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Mis amores y los ratos felices pasados en lugares de brisa y luz.
T. M.