En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Fernando Schwartz.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
He vivido en tantos
sitios a lo largo de mis siete décadas de existencia que, en cada instante de
mi trayectoria, habría elegido el lugar en el que estaba en aquel momento.
Londres, Nueva York, París, Ginebra, Roma… Ahora, ya de retirada, cuando solo
me queda escribir y navegar y calentarme al sol, elegiría este rincón del Plà
de Mallorca en el que tengo mi casa.
¿Prefiere los animales a la gente?
Pues sí.
Mi perro no se va de copas, tiene una vida amorosa rígidamente administrada, me
hace compañía y come restos. Luego me mira con fidelidad absoluta, se tumba a
mis pies cuando quiere y me hace andar. En realidad, este asunto también va por
tiempos: no hay que exagerar el valor de los animales. Tampoco el de los
humanos. Somos lo que somos.
¿Es usted cruel?
No.
¿Tiene muchos amigos?
¿Tiene muchos amigos?
Sí, aunque los de
verdad son los tres o cuatro íntimos, con los que andamos kilómetros y
kilómetros y navegamos millas y millas. También nos prestamos libros y comemos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Calor, solidaridad,
miras y opiniones bastante comunes, consuelo y risa y, cuando se tercia, furia frente
a la idiotez y crueldad de los hombres.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. A los pocos que
han sido suelo perdonarlos si me lo explican, incluso si la explicación no
tiene perdón de Dios.
¿Es usted una persona sincera?
Desde
luego.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo y
escribiendo. Andando, charlando, navegando y (antes) esquiando.
¿Qué le da más miedo?
Ser
irrelevante.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
La tiranía.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Habría
sido médico, pero no estoy muy seguro de valer para ello. La gente a la que
curo dice que sí. También me habría gustado ser actor de cine; estoy convencido
de valer para ello.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí.
¿Sabe cocinar?
Desde luego. Hago la
mayoría de mis platos sin ayuda del Termomix, especialmente los de la cocina
tai. Mis soufflés de queso han sido alabados por más de un comensal.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Madiba, Mandela.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Compasión.
¿Y la más peligrosa?
¿Y la más peligrosa?
Patria.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
A Hitler y a Stalin,
pero me pilló tarde.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Santo cielo, soy un
liberal de izquierdas y en mi país voto a los socialistas, aunque cada vez lo
merecen menos.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No tengo
la más remota idea.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La pereza. La
tolerancia.
¿Y sus virtudes?
La tolerancia. La
pereza.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Mis amores
y los ratos felices pasados en lugares de brisa y luz.
T. M.