En 1972, Truman Capote publicó un original texto que
venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los
perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con
astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus
frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman
la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de
la vida, de Jaime Collyer.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una
isla cercana a Escocia o un pueblito del Pirineo aragonés. O quizás una aldea
al centro de África. Cualquier lugar anónimo y remoto, donde no incidieran el
wi-fi ni la internet.
¿Prefiere los animales a la gente?
Ciertamente
a perros y gatos más que a mis vecinos o los visitantes inesperados. No tengo
yo mismo ningún animal doméstico pero vienen de otros lados a dormir en mis
sillones.
¿Es usted cruel?
A ratos.
¿Tiene muchos amigos?
Pocos. Entre uno y tres, máximo. No soy muy
gregario a estas alturas de mi vida. Tampoco lo fui antes.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Perseverancia, lealtad, sentido del humor.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No tengo tantos como para que me hayan
decepcionado.
¿Es usted una persona sincera?
Pienso
que sí, aunque a veces uno vende la pomada de la sinceridad, lo que es la
antítesis del asunto.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Escribiendo, leyendo, pensando en la inmortalidad
del cangrejo.
¿Qué le da más miedo?
El
furor femenino.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
Pocas cosas. Quizá que los niños se sigan
desnutriendo en un mundo donde prolifera, como contrapartida, la obesidad
patológica.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Hubiera
sido historiador. O astrónomo. Me hubiera gustado ser futbolista pero no tenía
dedos para el piano.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Hasta
hace un par de años iba regularmente al gimnasio, desde hacía un lustro o más,
a hacer pesas libres y máquinas. Luego paré, con el pretexto de que sería por
un rato, y nunca más volví. Ahora me limito a echar de menos esa fase saludable
y prometerme cada día que volveré. Le veo mal pronóstico, igual.
¿Sabe cocinar?
Sí. Superlativamente.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Napoleón.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Persista.
¿Y la más peligrosa?
Abandone.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Infinidad de veces, y de varias maneras.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Anarco-fascista. O fundamentalista de izquierda,
que es poco más o menos lo mismo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Quizá
una puerta giratoria, para ver pasar a la gente a través mío, todo el día.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La irritabilidad, y una pizca de paranoia.
¿Y sus virtudes?
La perseverancia.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Otro momento en que me hallaba al centro de la
bahía frente a la Playa de La Magdalena en Santander, España, flotando a la deriva,
mirando a mi esposa en la playa aunque viéndola apenas (soy miope), y pensando,
sin el menor asomo de duda, que eso era la felicidad.
T. M.