«Años inestables que
me arrojáis no sé a dónde», comienza diciendo Walt Whitman en un poema de
«Redobles de tambor», que publicó en 1865, tres años después de trabajar como
enfermero en los hospitales a donde eran trasladados los heridos de la Guerra
Civil norteamericana. Un poema que poco antes de acabar, dice: «De la política,
triunfos, batallas, vida, ¿qué queda al fin?». La palabra, el papel manuscrito,
se podría contestar. De hecho, el autor de «Hojas de hierba» aseguró que «la
guerra y mi libro son una misma cosa». Por algo integró en su obra la sección
«Conmemoraciones del presidente Lincoln», donde se encuentra su famoso poema
«¡Oh, capitán! ¡Mi capitán!». En él, Whitman canta: «Terminó nuestro espantoso
viaje», cuando la batalla ha acabado y el presidente ha sido asesinado; y casi
ciento cincuenta años después, Obama afirmó: «Nuestro viaje no ha terminado».
Estos de ahora son
también años inestables, amenazados por los vaivenes de la economía y el
terrorismo internacional, como aquellos lo fueron, en la Unión de Estados, por
la contienda entre el norte y el sur y la polémica sobre mantener o abolir la
esclavitud. El propio Whitman y otros escritores del área de Boston y Nueva
York, como Emerson y Thoreau, escribieron sobre el sometimiento a los negros,
en el tiempo en que Elizabeth Beecher Stowe proponía, mediante «La cabaña del
tío Tom», un cambio en la mentalidad sureña esclavista. Pues bien, ahora la
editorial Capitán Swing ahonda en tal debate lanzando «Guerra y emancipación»,
con textos de Lincoln y Karl Marx, más un pequeño intercambio epistolar entre
ellos.
«De la política…», siguiendo con Whitman, quedan
pues unas intervenciones relevantes, como un curioso bosquejo autobiográfico, el
«Primer discurso inaugural», la «Proclama de Emancipación definitiva», el «Discurso
de Gettysbug» y el «Segundo discurso inaugural», que tanto se citó el día de la
investidura de Obama. El profesor universitario y politólogo Andrés de
Francisco ha seleccionado, traducido y prologado estos y otros textos (diez de
Lincoln, diez de Marx) que nos sumergen en plena guerra americana, en los problemas
del Gobierno estadounidense de carácter bélico, financiero y moral, mientras
que el historiador británico Robin Blackburn ofrece una extensa introducción
donde se estudian las diferencias entre ambos pensadores. Con todo, Lincoln y
Marx, según De Francisco, parten de una misma idea: «La libertad de la opresión
hace humano al ser humano. Por lo tanto, la condición de esclavo es
contradictoria con la de humanidad; la esclavitud –dicho de otra forma– “animaliza”
al hombre», al tiempo que el alemán «va más lejos en esa dirección cosmopolita,
pues considera que la abolición de la esclavitud es la antesala de la abolición
del trabajo asalariado».
En cuanto a las diferencias, la más evidente, como
indica Blackburn, es que «Lincoln representó felizmente a las corporaciones
ferroviarias en calidad de abogado. Como político, era un paladín del trabajo
asalariado libre y de la revolución mercantil», mientras que Marx «era un
enemigo declarado del capitalismo». Lo cual no mermó la admiración de este por
Lincoln y su, decía, «espíritu mediador y constitucionalista», subrayando que
se trató de un «plebeyo» que «sin brillo intelectual, sin particular grandeza
de carácter y sin valor excepcional alguno», se labró un gran futuro «ya que es
un hombre medio de buena voluntad».
El volumen se completa con una carta de Marx (enero
de 1865) en nombre de la Asociación Internacional de Trabajadores en la que,
tras felicitar a Lincoln por su segunda etapa como presidente, proclama: «Si la
resistencia al poder esclavista ha sido la reservada consigna de vuestra
primera elección, el grito de guerra triunfal de vuestra reelección es: ¡muerte
a la esclavitud!» (la respuesta de Lincoln llegará a Marx mediante su embajador
en Londres). El hombre que tres meses después de aquella carta sería asesinado
y al que tanto admiraba el pensador socialista habría alcanzado su clímax
político en discursos como el pronunciado en 1856, en un banquete republicano
en Chicago. En él, Lincoln puso el acento en una «“idea central”, de la cual irradian
todas las demás ideas secundarias. Esa “idea central” de la opinión política de
nuestro pueblo fue al principio, y hasta hace poco, “la igualdad de los hombres”».
Una idea que aún se persigue, como dejó claro el día 21 de enero, el actual
presidente de los Estados Unidos.
Extracto del artículo publicado en Letra Internacional 116 con el título “Lincoln y Marx: un debate paralelo”