En 1972, Truman Capote publicó un
original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló
«Autorretrato» (en Los perros
ladran, Anagrama , 1999),
y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas
que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Santiago Montobbio.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
En
cualquier sitio, si pudiera escribir, que es una forma de la dicha. Así me sale
de pronto decirlo. Pero luego pienso que la vida tiene sus formas y nosotros
sus preferencias, una manera de elegir –si nos dejan– y sentirnos bien en
ellas. Así viviría en un pueblo junto al mar, como en el poema de Gil de
Biedma. En un pueblo o en una ciudad, o en el campo pero ya cerca del mar, del
Mediterráneo que a veces he dicho que sigue siendo de color de vino como en los
hexámetros de Homero, o al menos así es para mí, tan nuestro lo siento y tan
mío, mare nostrum y verdadera cuna, auténtico nacimiento de nuestra cultura y
también y aún más, con ella, de una manera de sentir, percibir y realizar la
vida. Cualquier sitio del Mediterráneo sería un sitio mío. Allí podría y
elegiría vivir, porque así lo sentiría.
¿Prefiere los animales a la gente?
¿Qué hay
de animal en el hombre? ¿Y cómo un animal puede estar cerca del hombre,
representarlo casi? He visto una mirada profundamente humana en algún perro. Se
me ha hecho notar la presencia de animales en mis poemas, cosa de la que yo no
era muy consciente pero que pienso que entre otras cosas están con valor de
símbolo y representación, mujeres con rostro de tortuga y otras figuras que hay
quien podría estudiar –y algo se ha hecho en la manera en que en un libro de
conversaciones se me ha preguntado por ellos–. Pienso que están como símbolo, y
eso quiere decir en sí mismos y más allá de sí mismos. También como una posible
representación del hombre. Pero son maneras de decir al hombre, y en este
sentido, lo que me interesa, o de lo que hablo es del hombre –que por otra
parte es también un animal, y no hay pues en mi sentir o manera de
representarlo una frontera o distancia tan tajante. Pero sí: las palabras son
del hombre. Del alma. Y hacia él van, se dirigen. Así creo que son las mías. Y,
en este sentido, el animal es el hombre o sirve al hombre y a su representación
en mis poemas, en mis palabras. Aunque los sienta cerca –a animal y hombre, y
así estén en ellos. Pero, en cuanto a estas palabras que escribo, o que ha de
escribir el escritor o el poeta, recuerdo ahora la sentencia de Machado: “El
que no habla a un hombre, no habla al hombre; el que no habla al hombre, no
habla a nadie”. Hay que dirigirse y apelar no sólo al hombre sino a lo más
noble que tiene el hombre y que es su conciencia, ni que sea para herirla o
sacudirla, hacerla vibrar en su raíz, convulsionarla.
¿Es usted cruel?
No. Pero
el arte es una manera de hurgar en las heridas. Creo que también lo he dicho,
pero lo explico y lo repito, porque siento que en ello hay una forma de
masoquismo, claro, pero también de indagación en el dolor y búsqueda de la
verdad. Pero de y en uno mismo. Así una vez hice notar que quien quedaba mal en
mis poemas siempre era yo. Quería decir
–y creo que puedo sostenerlo– que si a veces hay crueldad o conmiseración o una
ironía hiriente es siempre hacia mí mismo y no hacia los demás. A los demás se
les desea –les deseo yo en mis poemas, también es verdad– siempre bien. Y en
estos poemas es a mí a quien hiero, a quien palpo, ausculto, registro, tomo el
pulso. En quien busco y en quien indago. En quien exploro. Y si en esta
aventura del arte hay cierta crueldad –y creo que la hay, pues es, sí, como
decía, un hurgar en las heridas– la hay siempre hacia mí mismo. Al menos es así
en mi caso.
¿Tiene muchos amigos?
“La
amistad es fuerza y pasión de la vida”, dice uno de mis poemas, y también que
“Yo soy amigo, amigo me he sentido/ desde niño”. Y así es. Creo que la amistad
es un don, y uno de los más altos r egalos
de la vida, y hay que estar predispuesto a ejercerla y saber cultivarla. Desde
este sentir, y con esta concepción, soy una persona que ha tenido y tiene
muchos amigos, y he sido y soy feliz de tenerlos. Pero –como también aparece en
mis poemas– la amistad tiene sus sombras, sus falsedades y hasta sus
traiciones, que pueden causar un gran dolor, precisamente por la fe que tenemos
en ella y el gozo con que la vivimos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco
una cualidad especial en mis amigos, porque las personas son distintas, y así
por lo que a mí respecta les dejaría y pediría que fueran ellos mismos. Pero también,
al serlo, que fueran personas honestas y tuvieran lealtad, fueran leales en
tanto que personas y amigos, con ellos mismos y conmigo. Esta es una cualidad o
exigencia que con el tiempo empieza a hacerse cada vez más insoslayable.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
La vida
parece a veces ya que no es nada más que una cadena de decepciones, y no escapa
a ello la amistad. Que un amigo te decepcione duele especialmente, por la fe
que tienes en la amistad y el valor que le das. Pero pasa, te parece que a veces
pasa continuamente, y que por tanto la amistad no escapa a este deterioro y
degradación constante que se da en la vida. Y duele más. Lo decía y daba sus r azones. También por ello contestaba en la
pregunta anterior que una cualidad que se hace cada vez más insoslayable en lo
que consideras como un amigo y requieres para tenerlo como tal es la lealtad.
¿Es usted una persona sincera?
Sí, soy
sincero, en el sentido de que tengo unas convicciones hondas, y actúo conforme
a ellas y a mis sentimientos. No abjuro de ellas y adecúo mi comportamiento a
este sentir y estos pensamientos. En mi vivir soy fiel a lo que siento y creo.
Pero esto no quiere decir que sea una persona a la que le guste decir
inconveniencias, o no sepa callarse algo que, aunque lo piense, crea que a la otra persona puede desagradar o
resultar molesto. Porque en la vida hay que callar. Hay que callar sin
traicionarse. Es necesario el silencio, que no implica siempre –como dice el
dicho– un asentimiento. Hay silencios profundamente desaprobatorios. Hay
silencios, también, que sólo callan y no te significan o explicitan tu pensar,
que quizá molestaría o heriría, y por eso lo callas. Creo que se puede ser una
persona sincera y a la vez no tener ningún deseo de herir a nadie con tus
opiniones o pensamientos. Un artista ha de ser sincero, consigo mismo y con su
arte, y es normal –me parece– que tenga la sinceridad como un valor esencial y
norma de conducta. Pero también hay que convivir. Mi padre recordaba a veces
una de las frases célebres de Pi i Sunyer, porque le gustaba y yo la recuerdo
porque también me gusta y la encuentro llena de sentido: “Dicen que el que
calla otorga, pero yo pienso que el que calla no dice nada”.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
En
escribir, leer, pasear, charlar con los amigos, escuchar música. Disfrutar del
campo, del mar. De los r ecovecos de
mi ciudad. Y también en no hacer nada.
¿Qué le da más miedo?
Me da
miedo la oscuridad que hay en el hombre.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
La
estupidez me escandaliza, pero me asombra. A veces parece infinita, adjetivo
que la Biblia aplica al número de estultos. Como la maldad. La maldad asombra y
hiela por extemporánea y, casi, por irreal, por la sensación de irrealidad que
da, quiero decir, ya que sé muy bien que puede no haber nada más r eal. A uno le escandaliza o asombra lo que siente
muy lejano a él y casi no concibe porque él jamás haría, y ni pensaría en ello.
Y así está la maldad y la estupidez y la mezquindad y la ruindad, la envidia o
el egoísmo, la soberbia, la fatuidad. No sé si me escandalizan –aunque me
asombran, en el sentido de que aunque las sepas tan ciertas te parece que no
aprendes nunca, y ante alguna de sus manifestaciones te vuelves a asombrar–,
porque sé que son verdad y están en la vida y hay que soportarlas, vivir con
ellas. También asombra la vida en su regalo. Asombra la generosidad y la
verdad, el corazón abierto, el reconocimiento del valor ajeno, la ayuda, la
acogida. Pero estas fuerzas positivas y enaltecedoras de la vida asombran pero
no escandalizan. Por suerte, en la vida hay también asombros que no provienen
de motivos oscuros.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
N.B.
Recibí por la tarde la invitación de
Toni Montesinos a contestar la entrevista capotiana y le di
una ojeada a su cuestionario. A media noche me desvelé y, para mitigar el
insomnio, retomé la novela que tenía entre ojos y manos. Pero me acordé de
pronto de alguna de estas preguntas y me puse a contestarlas de madrugada. Lo
hice sin ir a buscar el cuestionario ni tenerlo delante. Por esto contesté, por
ejemplo, dos preguntas de manera conjunta. Ya por la mañana, y con el
cuestionario en la mano, me puse a contestar las r estantes.
Soy aplicado, y quise contestarlas todas; lo soy, sí –aplicado–, pero no tanto,
y así tenía en mis manos y ante mi vista el cuestionario, pero no miré las
respuestas que escribí de madrugada. Y por esto ha pasado con lo que me
encuentro. Porque ahora veo que una
pregunta –ésta– la he contestado dos veces. Son dos respuestas distintas en dos
momentos distintos –la madrugada y la mañana–, y las dos fueron sinceras y
sentidas cuando las escribí. Por esto quiero dejarlas como están y no hacer
ningún refrito ni componenda con ellas. Fieles al impulso del corazón en dos
momentos distintos, transcribo tal y como las escribí en ellos las dos r espuestas a esta pregunta, la de madrugada y la
de la mañana.
Respuesta
de madrugada:
Me
dedicaría a respirar, o a pasear, o a no hacer nada. A sentir así la vida. De
hecho es así como yo escribo. Escribo como quien anda o quien respira. Creo que
hasta lo he dicho en un poema. Como quien anda o quien respira, sí, y también
como quien no hace nada. Es un gozo escribir, y por esto no lo concibo como un
trabajo sino que es algo que vivo de un modo muy distinto, y podría decir por
ello que lo siento más cerca del placer de sentirte vivir y casi no hacer nada
–de no hacer nada más que vivir, sentir
que por esto y así escribes.
Respuesta
de la mañana:
No he
decidido ser escritor: se me ha impuesto. De haberlo podido decidir, quizá
habría decidido hacer otra cosa. Pero en arte hay que hablar, más que de
decisiones, de imposiciones. Quiero recordar a este respecto unas palabras de
Manuel Altolaguirre: “El verdadero poeta nunca es voluntario sino fatal”. No
obstante, puede decidirse, o, mejor, sentirse que se ha de escribir (mi
sentimiento es éste, más que el de ser escritor o menos aún el de querer
serlo), y que la vida te lo impida y ponga dificultades para así hacerlo.
Sentir violentado tu destino –que es un destino que se ha de cumplir en hacer
arte– causa un gran sufrimiento, y vuelve oscura la vida. Pero, como no se
decide ser escritor, sino que se siente que has de serlo, y la vida puede a
ello ponerle trabas y dificultades, puede darse una situación amarga y que sea
difícil de llevar. Hace entonces uno lo que puede. Esto es lo que hace y debe
hacer el artista muchas veces, en ocasiones gran parte de su vida –o toda–, y
entonces lo que ha de hacer, lo que habrá hecho –como se me pregunta– es
procurar conjugar la necesidad irrenunciable de hacer arte con la de otras
imposiciones que precisa para vivir, hacer el arte que pueda en estas
condiciones difíciles y cumplirse del modo que mejor logre su destino de
artista. Y en esta tesitura –que es, por otra parte, tan común– el artista
puede preguntarse o se pregunta muchas veces qué ha de hacer, o, mejor, qué
puede hacer.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Andar.
¿Sabe cocinar?
No, pero
sé escribir, o quizá, simplemente, escribo. Lo que quiero decir lo dice Adolfo
Bioy Casares en unas palabras que me agradan especialmente: “Nadie tiene
recetas para escribir bien; podrá tenerlas para evitar determinados errores.
(…) A lo mejor ustedes dirán que estos son consejos menores, consejos de
cocinero. Lo que pasa es que escribir se parece a cocinar. Yo siempre quise
saber algo de cocina, porque suelo imaginarme en un lugar solitario y tener que
valerme por mí mismo, y me alarma pensar que no sé nada, porque saber escribir
(si realmente sé) equivale acaso a la ignorancia universal en cuestiones
prácticas. Entonces pido recetas, pregunto: ¿”Cómo se hace tal plato?” Me
contestan: “Es muy fácil. Pones tal cosa y tal otra, en cantidad suficiente”.
¡Cantidad suficiente! ¿Qué es cantidad suficiente? A lo mejor escribir bien
consiste en saber, en todo momento de la composición, cuál es la cantidad
suficiente”.
Si el Reader’sDigest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A alguien
anónimo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Dolor. Aunque
no tienen por qué estar tan lejos ni disociarse. Si la memoria no me falla, leí
muy joven en una novela de Baroja que era lectura escolar algo así como que los
poetas riman amor con dolor. No sé –porque no lo recuerdo– si lo decía como una
señal de su simpleza, o de su elementalidad, o con ironía, pero la verdad es
que amor y dolor comulgan y se conjugan, se complementan y consumen y pueden a
veces no darse el uno sin el otro. Y empeñamos en esto la vida. Ya lo dijo
Catulo en un verso que es una sentencia y pensamiento y resulta como una
condensación de vida y también muy moderno, como hoy escrito: “Odio y amo. ¿Por
qué es así, me preguntas?/ No lo sé, pero siento que es así y me atormento”.
Así aparecen amor y dolor con frecuencia en mis poemas, como fuerzas que se
unen o se necesitan, o simplemente se dan, se pueden dar juntas. Yo hablaba de
amor y dolor, y Catulo de amor y odio. Sé que no es lo mismo, pero lo he
recordado por la fusión de contrarios que también supone y la consunción que en
ella ve y siente. Yo pensaba en el consumirse en esa conjunción de las dos
fuerzas o elementos, y él en que el que así sea le atormenta. Pero sí: yo hablo
de dolor. Digo dolor, y podría decir muerte, y decir algo de similar sentido.
Porque la muerte está en la vida. También el dolor, que es vida. Aunque la
desgarre, también le da profundidad y peso, y fuerza, y es fuente de sentir y
de creación. No me podrán quitar el dolorido sentir, ¿no? Y desde ese sentir se
crea. Desde ese dolor. Y ese amor.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Evangélicas,
es decir, antiguas: amar al prójimo como a ti mismo. De ese amor y respeto sí
saldría una política con la que comulgaría.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No sé si
podría ser otra cosa. Bueno, no podría,
y ya está. Y por esto no pienso en ello. Recuerdo la belleza con que
Borges se expresa en su célebre texto “Borges y yo”: “Spinoza entendió que
todas las cosas quieren perdurar en su ser; la piedra eternamente quiere ser
piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que algo
soy)”. Lo he recordado, digo, por la belleza, porque en ese momento Borges no
se refiere a lo que se me pregunta sino a la cuestión del tiempo y la identidad
y también la de la permanencia y la perdurabilidad. A mí se me pregunta por un
deseo, el deseo de ser otro, y qué me gustaría ser en ese caso. Por mi parte, y
en este sentido, puedo decir que me resigno a ser Santiago Montobbio. Quizá no
tengo imaginación a este respecto, pero es el único sentimiento que tengo y no
pienso en otra cosa. No pienso ni he pensado nunca en ser algo o alguien
distinto a quien soy. Claro que, ahora que lo pienso, estoy refiriéndome a que
me resulta muy ajeno el deseo o sentimiento de querer ser otra persona, que
nunca he tenido. Pero la pregunta dice otra cosa, y quizá esto, como mero deseo
imposible o como quien echa una campana al vuelo, me permitiría dejar más libre
la imaginación y así podría decir que me gustaría ser agua, viento, fruta,
sombra en el verano, río, siesta, árbol, nube, mar y que el agua que dije fuera
agua de mar, y las olas en la arena y el cielo sobre el mar y montaña y pradera
y sembrado, valle, hoja de otoño, bosque, fronda, campo. Lo que el corazón
sueñe y la pregunta permite. Lo que con palabras también escribes. Porque
escribes para ser, y eres tú mismo cuando escribes –y de un modo como no lo
eres en ningún otro momento–, pero en el escribir están también los sueños y
los deseos y los temores y las esperanzas y entre ellos algunos podrían tener
la forma de las cosas que he dicho.
¿Cuáles son sus vicios principales? ¿Y sus virtudes?
Tengo
pasiones. No creo que las pasiones sean vicios. Hay quien ha definido el
escribir como una manía o un vicio –y un oficio. Yo creo que es una pasión, la
pasión de escribir. Y la pasión de vivir. Pero vivir es también una urdimbre de
costumbres y de ritos, más que de vicios, que van anudándose en los días y
dándoles su ritmo, su medida. Y en la pasión de escribir y de vivir. Creo que a
una persona honesta le ha de ser difícil encontrarse sus virtudes y decirlas.
No quiere esto decir que no tenga conciencia de su valor, o como comento
–digamos– de sus características. Pero pienso en algo que está en consonancia
con lo que decía de que quien siempre queda mal en mis poemas soy yo, y es que la propia estima no es
algo, al menos en mi caso, que pase por delante, o a lo que dé preferencia.
Disfruto enormemente con los logros de los otros, así sé vivirlos. Ahora que lo
pienso, esto quizá es una virtud. Pero tengo que pensarlo. Porque las propias
virtudes, para el hombre honesto, están escondidas, o así me lo parece o
siento, y tendría que preguntarse por ellas. Las virtudes hay que buscarlas,
uno siente que tendría que parar a pensárselas y buscarlas. En y junto a este
sentimiento pienso ahora, como digo, que hay una virtud. Dice una virtud. Y
supongo que podría decir más, si siguiera en esa busca y esa pregunta. Sí. Creo
que si me molestara y tuviera ganas, podría preguntarme por mis virtudes y que
quizá hasta encontraría alguna. También que acaso para otros estas virtudes
serían defectos. Porque creo que, en todo caso, más que de vicios, podría
hablar de defectos, y también, como ahora apunto, no hay que olvidar que
auténticas virtudes –la lealtad, la honestidad, la generosidad, la misma
bondad– en el carácter o comportamiento para muchos en el fondo son –lo digan o
no– necedades o tonterías, torpezas que dificultan la vida. También así
entiendo estos defectos de que hablo, defectos morales, digamos, que hasta
pueden ser virtudes, e incluiría también los defectos de estilo –que son
características. Y, en cuanto a ello, recuerdo ahora un poema de mis 20 años e
incluido en mi primer libro, Hospital de Inocentes. Se
titula “El día menos pensado” y dice así: “Sabes que no soy amigo de juramentos
ni promesas/ pero sí me has oído decir con insistencia/ que el día menos
pensado voy a procurar/ olvidarme la inocencia y la ternura/ sobre el mostrador
de cualquier casa de empeño./ Pero jamás conseguí inquietarte, o así lo
sospecho./ Porque sabes que soy terco y mucho más/ en lo que concierne a mis
defectos./ Entre esos dos aún sigo viviendo”.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Mi vida
son imágenes. Estoy lleno de imágenes. Y las digo. Cada vez que escribo un
poema o una prosa me ahogo. Escribo, quiero decir, de un modo último, como si
fuera mi último respiro. Las imágenes de esos ahogos están en mis poemas. Es lo
que puedo responder, y de lo que cabe deducir que me he ahogado muchas veces y
el ahogo resulta para mí una experiencia común. Porque, si pienso en tu
pregunta, debo decir que mis poemas son los poemas de un ahogado. Los he
escrito así.
T. M.