viernes, 29 de noviembre de 2013

Dostoievski sale del subsuelo


“Soy un hombre enfermo… Soy un hombre despechado. Soy un hombre antipático.” Así da comienzo una de las obras más singulares de Fiódor Dostoievski, escrita en unas circunstancias tormentosas, cuando su mujer estaba a punto de morirse y él tenía una relación con una joven de la que se arrepentía. Eso precisamente, el remordimiento y la duda, es lo que se palpa en las “Memorias del subsuelo”, un texto dividido en dos secciones: la primera, un monólogo de un ex funcionario de cuarenta años –“el hombre subterráneo”– que narra su drama personal, como veíamos, desde la primera palabra, y una segunda en forma de diálogo en la que el protagonista pone en práctica, por así decirlo, las reflexiones que ha ido desgranando.

En la “Advertencia preliminar”, el autor ruso dijo que estos “apuntes”, como los llamó, eran “ficticios”, y expresaba así su propósito: “Yo he querido retratar ante el público con más nitidez de lo habitual a un personaje de nuestro pasado reciente, representativo de la generación que aún pervive”. Dicho personaje va a analizar lo que ve y siente en su entorno inmediato con una desmesurada sensación de desgarro y profundidad filosófica. La obra se publicó en 1864, en una etapa que, como indica uno de sus traductores, Juan López-Morillas, significa un preámbulo de una fase caracterizada por las “novelas de ideas” (como las llamó el propio Dostoievski): nada menos que “Crimen y castigo”, “Los demonios”, “El idiota” y “Los hermanos Karamazov”.

Novelones estos que contrastan con esta obra breve que ahora la editorial Sexto Piso recupera por medio de la vieja traducción de Rafael Cansinos Assens, y que está acompañada de las ilustraciones de Jorge González; dos alicientes más al mayúsculo de sentir la voz de aquel escritor sufriente que dictaminó, con su álter ego: “Y finalmente, señores, lo mejor es no hacer nada. ¡Lo mejor es una inercia consciente! Así, pues, ¡viva el subsuelo!”

Publicado en La Razón, 24-XI-2013