Al llegar, acompañado inmejorablemente, a La Razón, donde se celebraba una noche de inicios de noviembre la fiesta por su XV
aniversario, Víctor García de la Concha me asaltó de súbito, preguntándome
por una duda lingüística. Una vez resuelta, casi en la puerta de entrada, Alberto
Ruiz Gallardón tuvo a bien consultarme sobre cómo debía proceder al respecto de
una ley que presentaba en el Congreso esa misma semana. Una vez dentro, alguien
nos puso a mí y a mi acompañante un gin tonic en las manos, y deambulamos entre
miles de ojos conocidos. Juan Antonio Orenga enseguida quiso saber si me había gustado
que en el Europeo usara dos bases en el quinteto titular. Más allá Rajoy hizo
un recorte entre la gente y se plantó frente a mí, pidiéndome recomendaciones
para simplificar unos presupuestos. Al lado, Zapatero asentía y aprovechaba
para, risueño, preguntarme si quería otra copa. No, gracias, aún tenía la oliva flotando
en el vaso. Pero antes del siguiente sorbo, allí estaba el príncipe Felipe,
intrigado en cómo pensaba yo que debía preparar un discurso que le rondaba por
la cabeza para un inminente acto en Estados Unidos. La banda de jazz tocaba
solamente para nosotros, y un torero, el presidente de la asociación de
empresarios, un juez, un presentador de televisión y un actor de teatro nos abordaron
con asombrosa cordialidad. Empujándolos con sutileza para hacerse espacio, un preocupado Pere
Navarro pretendía de mí consejos sobre cómo aliviar la relación PSOE-PSC, y Aznar ansiaba averiguar a qué hora y dónde solía hacer jogging… Pero de pronto, cuando a mitad de enésima respuesta reparé en cómo el
resplandor que tenía a mi lado en forma de mujer despampanante atraía la mirada
de la multitud como un imán, lo entendí todo: la más bella y simpática de la fiesta estaba
conmigo.
Foto de arriba: en el meollo principesco de la fiesta
Foto de abajo: fin de fiesta más allá de medianoche