En 1972, Truman Capote publicó un
original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló
«Autorretrato» (en Los perros
ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con
astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus
frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman
la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de
la vida, de Javier Menéndez Llamazares.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Si pudiera
ser un lugar literario, me quedo con el Barrio de las Amorosas que inventara
Boris Vian. Si hay que escoger un espacio real, sería La Bañeza. Es una pequeña
ciudad leonesa que condensa una especie de mundo en miniatura, llena energía e
historias fascinantes y donde siempre te aguarda una sorpresa. Allí viví cinco
años y la situación económica me hizo marchar, pero algún día volveré, si antes
no acaban con las pensiones. Eso sí, si de verdad me dejan elegir, yo me
mudaría a 1995 y a la ciudad de Colonia, cuando yo tenía veinte años y la vida
aún merecía la pena.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende
del animal y de la persona. A los insectos no les tengo demasiado aprecio;
tampoco a los pájaros, que son una especie de rateros alados. El centollo y el
bogavante me parecen obras maestras de la creación, y por supuesto me gustan
mucho más los cerdos de cuatro patas que los de dos.
¿Es usted cruel?
Por
escrito sí, mucho. A veces con los personajes, a veces con los lectores… En mis
columnas dicen que soy despiadado, aunque yo no soy consciente de ello; supongo
que empiezas a escribir de política o del Racing y acabas escribiendo contra
los políticos o la directiva. Algo inevitable en cualquier caso. En mi vida
cotidiana, en cambio, yo nunca fui de los que arrancan alas a las moscas. Claro
que la memoria no suele registrar ciertas cosas.
¿Tiene muchos amigos?
Bastantes,
cada vez más. Lo que no sé es si tengo muchos enemigos, que sería la forma de
saber que me iban bien las cosas.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La amistad es una
especie de enamoramiento espontáneo que surge por contacto, sin demasiadas
premisas ni condiciones; no hace falta compartir estatus, educación o
procedencia. Imagino que hay algo químico en todo eso. Pero buscar, trazar
patrones, elegir modelos, catalogar… eso son experimentos de laboratorio, nada
que ver con el pequeño milagro de encontrar un amigo; uno íntimo, vamos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Claro, cómo no…
¿Quién es capaz de mantener la más altas expectativas? Cuando miras con los
ojos de la amistad sólo ves virtudes, talento, genialidad, generosidad. Y luego
todos somos como somos. Es natural.
¿Es usted una persona sincera?
Menos en algunas
entrevistas, sí. Bueno, casi siempre; en ciertos textos autobiograficos
tampoco; hay cosas que es mejor no contar. Ni mucho menos al médico… les gusta
demasiado regañarte por tonterías como fumar, beber, comer o cualquier otro
vicio intrascendente. Bromas aparte, aunque en muchas ocasiones hay que escoger
entre la cortesía y la sinceridad, generalmente me gusta ceñirme a la verdad.
Incluso por escrito.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Hace
veinticinco años te habría dicho una burrada… Ahora te diría que pensando; pensar
es una forma de escritura, la que se hace mentalmente. También me agrada mucho
ir a conciertos con mi hijo –todavía compartimos gustos: los grupos españoles
de corte ramoniano–, ir a la playa con mi esposa –en invierno, claro, para
sacar al perro–, encontrarme con amigos, conversar de tonterías hasta bien
tarde… Aunque cada vez me roba más tiempo ese invento magnífico y horrible de
internet. Allí cabe todo, y es insaciable con tu atención.
¿Qué le da más miedo?
El regreso
de los totalitarismos; ahora mismo sufrimos un dictadura económica
completamente deshumanizada que avanza imparable hacia un lamentable futuro de
alta tecnología y miseria. Y una sociedad así, fundamentada en la injusticia
del reparto desigual, sólo se podrá sostener mediante la violencia. Cada vez
que los antidisturbios pisan la calle tenemos un anticipo de ese mundo
inhabitable que nos espera: autoritarismo político y libre mercado. Casi parece
una invitación a la revolución; como decían antes, es que van provocando…
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
Sería una
lista demasiado larga: el desempleo juvenil, el desempleo de la mediana edad,
el desempleo de los mayores, el desempleo de las mujeres; el rescate a la
banca, que todavía haya guerras, la industria armamentística, los resultados
electorales –de cualquiera, casi–, los partidos políticos, los sobres que se
reparten en los partidos políticos, los deshaucios, las cargas policiales…
¿sigo? No sé si este blog tiene tantas páginas.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Durante
mucho tiempo no he sido escritor y creo que hacía más o menos lo mismo que
ahora, excepto sentarme a aporrear el teclado. Tengo la impresión de que cada
uno es creativo o no lo es, y luego escribe o no. Hay escritores nada creativos
y gente con actitudes vitales de lo más literario, y casi nunca coinciden en
una misma persona.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sobre
todo, luchar con Chester, mi perro. Antes, en los buenos tiempos, jugaba a
baloncesto casi todas las tardes, hasta que dos vértebras lumbares decidieron
retirarme. Mi jugada preferida era la penetración en diagonal y semigancho a
aro pasado, pero como mi puntería era cada vez peor y mi físico cada vez más
consistente acabé jugando de pivot bajo –bajísimo–, a lo Barkley. Por cierto,
que tenía bastante fama de duro.
¿Sabe cocinar?
Decir que sí tal vez
sería exagerar… Me encanta trastear con la máquina de pasta, hacer masa de
pizza y cosas así. Mi especialidad es la mayonesa, como me enseñó mi abuela; el
mayor éxito es conseguir que al dar la vuelta a la taza no se caiga. Eso sí, se
me da bastante mejor comer.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Tengo que confesar
que no leo el Reader’s Digest; si me
encargase Interviú un reportaje
elegiría a Nastassia Kinski. Claro que sólo sería una excusa para conocerla. Para
asuntos más serios tendría varios candidatos: Rudi Dutschke, Victoriano Crémer,
Pedro Munitis…
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Las palabras no
llevan nada dentro; son como ladrillos con los que construir nuestro discurso.
Lo que en 1936 conmovía y llamaba al heroísmo hoy puede infundirnos terror o
provocarnos risa. Aun así, cualquier vieja aspiración todavía nos sirve:
libertad, igualdad, fraternidad; imaginación al poder o democracia real. Nunca
hemos tenido realmente nada de eso.
¿Y la más peligrosa?
Aquella
que se pronuncia desde detrás de las armas, desde los palacios presidenciales o
los micrófonos del poder.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Claro, pero es que
está muy penado. Sólo en las novelas es lícito, y hasta celebrado, cargarse a
alguien.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me alegro de que me
haga esta pregunta. En cuanto tenga alguna idea más o menos aproximada de mis
posiciones no dude de que se lo haré saber. Si me aprieta mucho, diría que
oscilo entre el antiautoritarismo y el desencanto.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Mi amigo Marce Yebra
decía que almohada en un internado femenino. Yo nunca fui tan ambicioso, con
haber sido músico indie o guaperas de mi barrio me habría conformado.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Me temo que son
todos inconfesables. Excepto, tal vez, las pipas blanquillas de Facundo y
sufrir con el Racing.
¿Y sus virtudes?
Ay, son
tan poquitas… Aparte de que no me correspondería a mí enumerarlas; el autoelogio
siempre me ha parecido de lo más vergonzante.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un colegio progre;
mi amigo Mario y yo jugando con pólvora y persiguiendo chicas; mi profe de
literatura, Justo; una chica rubia que me dice que sí después de semanas de
decir que no; una carrera que no me gustaba; un país extranjero que sí me
gustó; aquella chica rubia con vestido de novia; una pequeña editorial
independiente que se arruina; un niño con los ojos de su madre; una emisora de
radio; una ciudad nueva a la orilla del mar; libros, libros, libros. Y espero
que un salvavidas al fondo, junto a la patrulla de rescate. Como diría Boris
Vian, «no me gustaría palmarla»; al menos, no en esta entrevista.
T. M.