En muy
pocas ocasiones los parabienes que una contracubierta le dedica al libro que
presenta son hiperbólicamente coherentes. Los adjetivos laudatorios se
concentran en elevadísimo porcentaje en milímetros cuadrados y luego el libro
se nos cae de las manos y ni siquiera advertimos que lo estamos pisando y ya
corre por la alcantarilla del olvido. Pero en este libro de Javier Ors, al
darle la vuelta a ese gato en cuya mirada aparece la sombra de un hombre
armado, sí cabe asentir cuando uno lee: “… obras cuya calidad literaria está
por encima de la media. Esta novela es una de ellas”. Lo asombroso es que está
firmada por un individuo del que no se conoce ningún otro texto literario, más
allá de sus artículos, crónicas, noticias, reportajes del periódico La Razón, en el área de Cultura y
Libros. Sabemos ese dato periodístico, sabemos por la solapa que es madrileño,
sabemos que estudió ciencias, historia, filología. Pero no sabemos cómo ha
hecho para recrear con tanta contundencia, realismo e intensidad el mundillo de
marginalidad y criminalidad que literaturiza en Los años asesinos (Los Libros del Olivo).
Contundencia,
realismo e intensidad lingüísticos, pues el idioma que ha usado Ors ha
configurado una de las novelas en español más interesantes, arriesgadas y
deslumbrantes de lo que va de siglo. Muy pocos hablarán de ella, muy pocos
destacarán qué moldes rompe, lo lejos que ha llegado el autor con ella, qué
maravillosamente bien ha dominado los artefactos narrativos más complejos. La
crítica literaria nacional masajea a los autores veteranos, idolatra lo que
viene del extranjero, premia a los autores que siempre reciben premios, se
apunta al tanto de las modas y los éxitos casuales y no está para descubrir,
para destacar las audacias narrativas. Y mucho menos, en su insensibilidad y
pedantería, para descubrir audacias narrativas que sobre todo muestran la vida,
a desgarros.
El 21
de noviembre, contó en la prensa Laura Seoane, se presentó la novela en Madrid;
en ella, ciertamente, “además de esta realidad plagada de jeringuillas,
yonquis, papelinas y atracadores contada desde un futuro incierto, el lector
encontrará un reto en el lenguaje, brillante y demoledor”. Los años asesinos
está ubicada en un futuro descorazonador e inhumano, en un Madrid algo
apocalíptico, pero tal cosa solo se asoma con unas leves pinceladas. Lo central
son las acciones impulsivas de un joven criminal, el Gato, cuyas peripecias son
narradas por un testimonio de la época, todo lo cual propone una estructura de
una madurez técnica digna de resaltar, más si cabe cuando la
elección del siempre complicado punto de vista en segunda persona se
mantiene con absoluta firmeza, sin ninguna flaqueza durante la lectura; y
entonces surge el milagro de la literatura: el lenguaje, tosco, grosero,
coloquial hasta lo incomprensible aunque se acabe entendiendo todo
perfectamente –el libro aporta un glosario al final para “traducir” los
términos usados por los quinquis–, indica un estilo que tiene más calidad, más
quilates, más artesanía que prácticamente el resto de novelas que se perpetran semana
tras semana sin que tantísimos autores se dejen la piel en busca de una
estética atractiva, llamativa, arriesgada, pero que nos venden como literarias.
La obra
se enriquece con el otro lado de la moneda: la mirada de un policía que buscará a
ese delincuente despiadado. Mucho en pocas páginas, a las que se añadirían
otras, magníficas, no de Ors sino del prologuista, Manuel de la Fuente,
tituladas “Palabras que te dejan KO”, y que en verdad están a la altura del
relato por presentar tan descarnada y certeramente cómo el texto es un gancho
que nos suelta el boxeador Ors,
haciendo buena, yo diría, aquella máxima de Kafka que aseguraba que no merece
la pena leer un libro que no te dé una bofetada, que no te remueva por dentro.
Aquella
tarde en la librería Cervantes y Compañía, el autor se vio obligado a explicar
de dónde había sacado situaciones tan potentes y duras, y al respecto de otra
gran virtud que el lector podrá encontrar en el libro, su ubicación
espacio-temporal, reflexionaba: “El futuro es un lugar muy adecuado para pensar
el presente”, ya que Los años asesinos se desarrolla en ese Madrid decadente de
un futuro con tratamiento casi de ciencia ficción-realismo sucio; asimismo, cuatro
días antes, en una entrevista de David Carrón, desvelaba cómo concibió la
novela: recuperando el léxico de los suburbios más peligrosos de los años
ochenta y noventa, y hablando de esta actualidad sometida a recortes y pobreza,
de recursos y de espíritu, aportaba algo que me parece del todo sensato desear
en esta sociedad cada vez más informada pero con menos conocimientos y
habilidades culturales: “El lector debe poder pasar del best-seller a Joyce.
Eso sería un gran éxito para un sistema educativo.” Eso mismo: pasar de la más
exquisita poesía o la prosa más desenfadada y blanca a una historia donde se
escupe sangre, por decirlo con los términos del prologuista de esta novela impactante, cada vez que se pasa página.