Para George Orwell, la literatura
fue política, la política fue literatura, y como todo polemista o denunciador
de asuntos relevantes para la historia contemporánea, cosechó tantos
detractores como admiradores, muy especialmente en torno a esta delicada relación
entre lo político y lo artístico, sus fronteras y retroalimentaciones. Multitud
de críticos y escritores cuestionaron sus ideas vehementes y cambios de
perspectivas políticas, pero lo cierto es que su obra, la narrativa, perdura
gracias a la novela donde apareció en su apogeo el concepto de Gran Hermano,
“1984”, y sus ensayos y crónicas de viajes aún resultan atractivas por cuanto
hablan sin tapujos de la literatura y las guerras de su tiempo. El lector podrá
comprobarlo en unos “Ensayos” (editorial Debate) que reúne lo mejor de su
pensamiento a lo largo de casi mil páginas.
El libro se ha organizado por
años, de 1928 a 1949, y cuenta con un prólogo de Irene Lozano, titulado “Un
hombre decente”, muy laudatorio: no en vano, habla de un autor que desarrolló
“un esfuerzo infatigable por dotar a sus escritos políticos de validez
universal”, de tal modo que “la vigencia de los textos de Orwell se halla en la
infatigable decencia con que encara la realidad y la escritura. Y ese hombre
decente muestra su grandeza, más que en ningún otro lugar, en sus ensayos y
artículos”. En este sentido, la prologuista pone el acento en cómo el escritor
inglés siempre se preocupó por desentrañar la verdad de los hechos, lo que le
valió ser un intelectual molesto para políticos tanto de izquierdas como
derechas. Él mismo, un nido de “incoherencias y contradicciones”, marcado por
su espíritu antiimperialista, antifascista y antiestalinista, se definió a sí
mismo como “de izquierdas por convicción, de derechas por temperamento”.
Pero en realidad este volumen no
sólo recoge sus reflexiones de tinte político, como las tituladas “Notas sobre
las milicias españolas”, “Por qué me uní al Partido Laborista Independiente”,
del que se daría de baja más tarde, o “Reflexiones políticas sobre la crisis”,
los tres de 1938 e inspirados en su interés y participación en la Guerra Civil
Española. Hay otro Orwell, mucho más abundante, que tal vez es el que merece
más la pena recuperar, dado que sus acciones de guerra han sido suficientemente
divulgadas y editadas (piénsese en “Homenaje a Cataluña”, 1938). Por más que
siempre hay un trasfondo político, cuando analiza por ejemplo de forma profunda
y extensa la obra de Dickens o Swift, y aparezcan en estas páginas también
Marx, Gandhi o Hitler, y artículos como “Hacia la unidad de Europa”,
“Literatura y totalitarismo”, “¿Qué es el socialismo?” o “La prensa británica
de izquierdas”, existe un Orwell poderosamente atractivo como observador de
realidades ignotas o situaciones domésticas preñadas de ironía.
Es el caso del extraordinario “Un
ahorcamiento” (1931), descarnado y corrosivo, donde cuenta cómo presenció la
muerte pública de un pobre hombre en Birmania, país en que trabajaba para la
Policía Imperial; o de “Matar a un elefante”, también ambientado en una
localidad birmana y en el que aprovecha para denunciar el maltrato a los
lugareños por parte de la colonia inglesa: “Comprendí entonces que, cuando el
hombre blanco se vuelve un tirano, es su propia libertad lo que destruye”.
Especialmente divertidos son los llamados “Recuerdos de un librero” y “En
defensa de la novela”, donde desmonta mitos y se muestra con ese talante firme
y sincero hasta la médula que tanto le caracterizó. Un talante que como creador
literario se refleja muy bien en el texto “Por qué escribo” (1946), en el que
expone cuatro principales razones para dedicarse a la escritura: el “absoluto
egoísmo” (la vanidad), el “entusiasmo estético” (percepción de la belleza del
mundo), el “impulso histórico” (indagación
de la realidad) y la “intencionalidad política”.
Son cuatro premisas intachables para encarar una
trayectoria literaria, se podría pensar, aunque el resultado de tal combinación
en sus ensayos e incluso en novelas como “1984” o “Rebelión en la granja” fuera
criticado por un intelectual tan distinguido como Edward Said, que llegó a
decir que Orwell era un ignorante con respecto a la historia
de las corrientes políticas; por el año 1935, “no tenía conocimiento ni de Marx
ni de las ingentes tradiciones marxista y socialista”, llamaba a los radicales ingleses “la izquierda
mariquita”, y “cuando no estaba insultando a
la gente a la que consideraba oponente o competidora, estaba refugiándose como
crítico de libros más o menos incontrovertibles”. Ahora el
lector español tiene una excelente ocasión para decidir con qué Orwell, genio y
figura siempre, quedarse: el literario o el político… a no ser que fueran el
mismo.
Publicado en La Razón, 27-XI-2013