jueves, 5 de diciembre de 2013

George Orwell: El escritor politizado


Para George Orwell, la literatura fue política, la política fue literatura, y como todo polemista o denunciador de asuntos relevantes para la historia contemporánea, cosechó tantos detractores como admiradores, muy especialmente en torno a esta delicada relación entre lo político y lo artístico, sus fronteras y retroalimentaciones. Multitud de críticos y escritores cuestionaron sus ideas vehementes y cambios de perspectivas políticas, pero lo cierto es que su obra, la narrativa, perdura gracias a la novela donde apareció en su apogeo el concepto de Gran Hermano, “1984”, y sus ensayos y crónicas de viajes aún resultan atractivas por cuanto hablan sin tapujos de la literatura y las guerras de su tiempo. El lector podrá comprobarlo en unos “Ensayos” (editorial Debate) que reúne lo mejor de su pensamiento a lo largo de casi mil páginas.

El libro se ha organizado por años, de 1928 a 1949, y cuenta con un prólogo de Irene Lozano, titulado “Un hombre decente”, muy laudatorio: no en vano, habla de un autor que desarrolló “un esfuerzo infatigable por dotar a sus escritos políticos de validez universal”, de tal modo que “la vigencia de los textos de Orwell se halla en la infatigable decencia con que encara la realidad y la escritura. Y ese hombre decente muestra su grandeza, más que en ningún otro lugar, en sus ensayos y artículos”. En este sentido, la prologuista pone el acento en cómo el escritor inglés siempre se preocupó por desentrañar la verdad de los hechos, lo que le valió ser un intelectual molesto para políticos tanto de izquierdas como derechas. Él mismo, un nido de “incoherencias y contradicciones”, marcado por su espíritu antiimperialista, antifascista y antiestalinista, se definió a sí mismo como “de izquierdas por convicción, de derechas por temperamento”.

Pero en realidad este volumen no sólo recoge sus reflexiones de tinte político, como las tituladas “Notas sobre las milicias españolas”, “Por qué me uní al Partido Laborista Independiente”, del que se daría de baja más tarde, o “Reflexiones políticas sobre la crisis”, los tres de 1938 e inspirados en su interés y participación en la Guerra Civil Española. Hay otro Orwell, mucho más abundante, que tal vez es el que merece más la pena recuperar, dado que sus acciones de guerra han sido suficientemente divulgadas y editadas (piénsese en “Homenaje a Cataluña”, 1938). Por más que siempre hay un trasfondo político, cuando analiza por ejemplo de forma profunda y extensa la obra de Dickens o Swift, y aparezcan en estas páginas también Marx, Gandhi o Hitler, y artículos como “Hacia la unidad de Europa”, “Literatura y totalitarismo”, “¿Qué es el socialismo?” o “La prensa británica de izquierdas”, existe un Orwell poderosamente atractivo como observador de realidades ignotas o situaciones domésticas preñadas de ironía.

Es el caso del extraordinario “Un ahorcamiento” (1931), descarnado y corrosivo, donde cuenta cómo presenció la muerte pública de un pobre hombre en Birmania, país en que trabajaba para la Policía Imperial; o de “Matar a un elefante”, también ambientado en una localidad birmana y en el que aprovecha para denunciar el maltrato a los lugareños por parte de la colonia inglesa: “Comprendí entonces que, cuando el hombre blanco se vuelve un tirano, es su propia libertad lo que destruye”. Especialmente divertidos son los llamados “Recuerdos de un librero” y “En defensa de la novela”, donde desmonta mitos y se muestra con ese talante firme y sincero hasta la médula que tanto le caracterizó. Un talante que como creador literario se refleja muy bien en el texto “Por qué escribo” (1946), en el que expone cuatro principales razones para dedicarse a la escritura: el “absoluto egoísmo” (la vanidad), el “entusiasmo estético” (percepción de la belleza del mundo), el “impulso histórico” (indagación de la realidad) y la “intencionalidad política”.

Son cuatro premisas intachables para encarar una trayectoria literaria, se podría pensar, aunque el resultado de tal combinación en sus ensayos e incluso en novelas como “1984” o “Rebelión en la granja” fuera criticado por un intelectual tan distinguido como Edward Said, que llegó a decir que Orwell era un ignorante con respecto a la historia de las corrientes políticas; por el año 1935, “no tenía conocimiento ni de Marx ni de las ingentes tradiciones marxista y socialista”, llamaba a los radicales ingleses la izquierda mariquita, y “cuando no estaba insultando a la gente a la que consideraba oponente o competidora, estaba refugiándose como crítico de libros más o menos incontrovertibles”. Ahora el lector español tiene una excelente ocasión para decidir con qué Orwell, genio y figura siempre, quedarse: el literario o el político… a no ser que fueran el mismo.

Publicado en La Razón, 27-XI-2013