El debut literario de Stanislaw Lem, con el relato
«El hombre de Marte» (1946), marcaría la trayectoria literaria de este escritor
de culto, maestro de la ciencia ficción, creador de mundos paralelos –mentales
y espaciales– que aún despierta fascinación. Es lo que viene del lejano espacio
lo que le va interesar: del cielo y la galaxia, y de la mente, la imaginación,
del hombre. Y una ocasión estupenda de comprobar lo dicho es este volumen,
traducido por Joanna Orzechowska, pues presenta trece relatos inéditos, y
además de etapas muy alejadas, tanto de los años cincuenta como de la década de
los noventa, de modo que podrá apreciarse la evolución y la coherencia en los
asuntos tratados, siempre en torno a vida inteligente y tecnológica en otros
planetas.
En el primer cuento, “La rata en el laberinto”, se
recrean las consecuencias físicas e ilusorias de la llegada de un meteorito en
una zona en la que están acampados dos amigos. Lo extraterrestre en Lem tiene
un aspecto de normalidad, de desmitificación; así, los supuestos alienígenas,
como dice un personaje, “son seres vivos tan falibles como nosotros; y
asimismo, igual que nosotros, destinados a morir”. También en el siguiente texto,
“Invasión”, otra cosa extraña cae del cielo hasta provocar un cráter descomunal
y generar un caos social. Son relatos de acción, de humanos enfrentados a lo
desconocido y en los que se asoman las ideas filosóficas y científicas más
frecuentes de su producción; de ahí que siempre haya profesores y matemáticos
que reflexionan con hondura intelectual sobre las amenazas del “espacio
exterior”.
Porque Lem –estudiante de medicina en tiempos de la
ocupación nazi– naturaliza la fantasía de seres invasores mediante términos de
física y química y plantea la angustia de la vulnerabilidad e ignorancia del
ser humano. Ya sea en el caso de un radioaficionado en “El amigo”, o en “La
invasión de Aldebarán”, una raza descubierta en el año 2685, todo siempre tiene
que ver con los átomos”, con las moléculas, con las bacterias, como se lee en
“Moho y oscuridad”. Pues no somos más que partículas que buscan armonizarse con
el infinito cosmos, y se preguntan quién está allí arriba.
Publicado en La Razón, 28-XI-2013