Séptimo
libro que publica Pre-Textos de Améry, “Los náufragos” (traducción de Josep
Monter y Ester Quirós) es una novela iniciática, que ambienta cierta juventud
en cierto lugar: veinteañeros en 1933, en Viena, con el hitlerismo
expandiéndose, con el antisemitismo empapando la sociedad. Este ambiente
enrarecido se mezcla con la incomodidad de ser joven e intelectual, de hacerse
demasiadas preguntas. Es lo que le ocurre a Eugen Althager, que se apoya en su
novia Agathe y en su amigo Heinrich Hessl, unidos por “el filo hilo de una
existencia común” aunque luego esa conexión se vaya rompiendo. Obra
introspectiva, como todas las de Améry, en la que vivir es una lucha, sentirse
en el vacío es lo normal y cuestionar el mundo burgués, aunque de forma
sentimental, es lo deseable, mientras se anhela una vida bohemia.
El
protagonista ve cómo el sistema de valores de la Austria de entonces se está
agrietando y se avecinan cambios; abrumado por el maltrato a sus conciudadanos
judíos, él mismo está “solo en medio del tiempo”, considerándose “parte de una
época moribunda”, viendo que nada es como era. Esa transmisión de incertidumbre
y desamparo es lo mejor del libro, más allá de las acciones del joven en torno
a la opresión social, los celos, el desengaño amoroso, el nihilismo, la
añoranza por tiempos mejores, el dilema de la paternidad, el dinero, la
deslealtad o el mundo espiritual; todo ello enmarcado por “la guerra que se
anunciaba”.
Era
en suma el “amenazador hundimiento de un mundo” que Hans Mayer –su verdadero
nombre; adoptó su seudónimo cuando emigró a Bélgica, en 1938, tras la anexión
de Austria por Alemania– acabó viendo en su vertiente más despiadada, durante
su internamiento en Auschwitz de 1943 a 1945, donde conocería a Primo Levi.
Éste y aquél sobrevivirían al campo, pero sólo para detener la memoria mucho
después mediante el suicidio: el de Améry, a los sesenta y cinco años, en Salzburgo,
con una dosis de barbitúricos, dejando tras su acto «una interpretación
nebulosa», tal como lo definió su amigo italiano.
Publicado en La Razón, 30-I-2014