Uno de los epígrafes de este libro, de Juan Pedro Quiñonero –junto a otros
muy significativos de Andrés Trapiello y sobre todo Patrick Modiano– da la
clave de lo que el lector-paseante se va a encontrar con este libro de José
Muñoz Millanes: “La precisión topográfica de los relatos de Modiano, la
geografía urbana de Modiano, Baroja y Azorín, confundiéndose accidentalmente,
en París, habla de doloridas sombras y fantasmas”. Así se extiende “La ciudad
de los pasos lejanos”, a partir de dos periodos pasados en la capital francesa
por parte del autor que, decidido a estudiar, al modo de Walter Benjamin –autor
que él mismo ha traducido–, la relación entre el escritor y la ciudad, encontró
un tiempo y un espacio coincidentes en torno a muy distintas personalidades
literarias: fines de los años treinta; Azorín, Pío Baroja, Gonzalo Torrente
Ballester y José Gutiérrez Solana.
Con fabulosa meticulosidad Muñoz Millanes transita por aquel París que
pisó Azorín al estallar la Guerra Civil Española, tan igual y diferente que el
que conocería Julio Camba antes de la Gran Guerra y sobre el que se pueden leer
sus recientes “Crónicas de viaje” (editorial Fórcola); un París que también
había pisado Azorín antes y durante del conflcito, en 1905, “como cronista del
primer viaje de Alfonso XIII al extranjero”, y en 1918, como corresponsal de
guerra. José Martínez Ruiz, que nunca llegaría a hablar el francés, se quedaría
enamorado por siempre de la Ciudad de la Luz, a la que dedicó "París, bombardeado" (1919) y "Españoles en París" (1939).
Y ello a pesar de que durante los tres años que estuvo allí, su soledad
fue profunda, una sensación de desarraigo que le daría «tiempo abundante para
conocer la ciudad desde fuera, como observador ocioso o “flâneur”». Divagar por
plazas, cafés y bulevares sería la mejor forma para que él y el resto de
escritores a los que sigue Muñoz Millanes, rastreando sus pasos ahora cercanos
–el Torrente de la Cité Universitaire que recrea en su novela autobiográfica
“Javier Mariño”, lugar donde se vieron Baroja y Azorín, y el Gutiérrez Solana
del Colegio de España–, se empaparan de una ciudad que iba a nutrirles de
recuerdos hasta el fin de sus días.
Publicado en LaRazón, 13-II-2014