miércoles, 12 de febrero de 2014

Entrevista capotiana a Luis María Marina


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Luis María Marina.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La Avenida Ámsterdam, en la colonia Condesa de la ciudad de México;  construida sobre las pistas de un antiguo hipódromo, es un óbolo perfecto en el que uno puede estar dando vueltas toda la vida con la única finalidad de descubrirse siempre al comienzo de todo.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, los animales son demasiado virtuosos. Prefiero a la gente, sobre todo por sus defectos. Y por esta razón, que escribió en versos Jorge de Sena: “La muerte es natural en la naturaleza. Pero / nosotros somos lo que niega la naturaleza”.
¿Es usted cruel?
Creo que no. Bien es cierto que la mayoría de nosotros no hemos sido nunca forzados verdaderamente a demostrar nuestra catadura moral. Me aterra pensar que muchos de los que han perpetrado o participado en actos de barbarie bien pudieron haber contestado negativamente a esta pregunta antes de ser compelidos o voluntariamente decidir tomar parte en ellos.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo un concepto de la amistad lo suficientemente amplio como para considerar amigos a gente repartida por varios continentes a quienes me une antes una afinidad intelectual que un conjunto de experiencias de vida en común que en mi infancia y adolescencia me enseñaron a considerar imprescindibles para la amistad.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No creo que se deban buscar cualidades en los amigos ni amigos por sus cualidades. A los amigos (y a sus cualidades) nos los encontramos; como a los buenos libros.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No.
¿Es usted una persona sincera? 
Quizás la única sinceridad posible es aquella de decir una palabra que necesita ser dicha —es decir, la de la poesía.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Oyendo música y aprendiendo de mis cactus.
¿Qué le da más miedo?
Pensar que nunca habré iluminado ni en lo más mínimo mi más íntima oscuridad.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Como a todo hombre digno de llamarse tal, la indigencia (física o moral) del prójimo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No me considero escritor. Pero considero la lectura y la escritura partes centrales de mi existencia. De no haber sido lo que soy, quizás habría sido escritor.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
No a corto plazo. A largo plazo, sí: cambio de vida cada cuatro años. 
¿Sabe cocinar?
Sí. Lo que mejor me sale: el gazpacho y las fajitas. Algún día, cuando sea mayor, aprenderé a cocinar mole poblano.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Joaquim Novais Teixeira, periodista portugués que vivió y escribió en Madrid, trabajó con Azaña, se exilió en Francia, fue crítico de cine y jurado en Cannes y muchos otros festivales en los años sesenta y de quien hoy nadie se acuerda en ningún lado. Salvo aquellos que lo conocieron, por ejemplo, Arturo Ripstein, crítico feroz de los vicios humanos, y que guarda su memoria como la de un hombre bueno.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
“Borboleta”, mariposa en portugués.
¿Y la más peligrosa?
“Esperanza”, traducida a cualquier idioma.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No todos los días.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Las tendencias políticas son como las coteries literarias. Nada mejor que estar dentro de una para que nos entren unas ganas enormes de pasarnos a la contraria.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Farolero.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los padres del desierto, de quienes hemos heredado la enumeración teológica de los pecados, siempre consideraron a la soberbia el más difícil de combatir y el más peligroso desde el punto de vista de la ortodoxia. Me veo reflejado en quienes han incurrido en pecado de soberbia, en quienes han aspirado de alguna manera a tocar lo divino, pues no de otra fuente manan las mejores realizaciones de lo humano.
¿Y sus virtudes?
Las de la hormiga que porfía en elevarse sobre su humilde condición pese a saber que nunca ha de llegar muy alto.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
¿La de un clavo ardiendo?
T. M.