No hay deporte ni juego más extraordinariamente
sorprendente, divertido e intenso que el baloncesto. Los eficientes
responsables del marketing de la NBA lo saben, y encontraron un lema perfecto
para sus vídeos promocionales: “Where Amazing Happens”. Cómo definir sino con esta frase lo
que ocurrió hace dos días en la final de la Copa del Rey, cuando el Real Madrid
tenía el partido en la mano, pero perdió el balón de forma incomprensible,
cuando un impecable Oleson metió una bandeja de malabarista y
completó la jugada con el tiro libre adicional producto de la falta personal
que le acababan de hacer. El Barcelona, inferior al todopoderoso Madrid esta temporada sin duda alguna, había dado la vuelta al marcador de modo
increíble, y a falta de una décima de segundo era el ganador. Pero entonces lo
asombroso aconteció, y lo cambió todo. Durante ocho segundos la férrea defensa
barcelonista ahogó a Sergio Rodríguez, un base NBA pese a que en la NBA no tuvo
suerte, y fue Sergi Llull quien lanzó desde la esquina y metió la canasta
ganadora en el suspiro final. Imposible encontrar un juego, un deporte que dé tanto, y tan intensamente, en tan
poco tiempo.