Qué tarde ha llegado pero qué gran novedad la de
tener la poesía y prosa completas de un escritor mayúsculo. Aun considerando
que lo verdaderamente nuevo fue la aparición de Hojas de Madrid con La galerna (1968-1977), un extraordinario
pentagrama literario en donde se escuchaba el latido de Blas de Otero con una
intensidad inolvidable. Allí, hombre y escritor se unían para desarrollar un
diario de experiencias y visiones en forma de poemas que ya se conocían (145 de
ellos) o directamente inéditos (161). Destaco ese libro publicado en 2010
porque, viéndolo ahora junto al resto de sus poemarios, todavía lo considero lo
más audaz de una trayectoria tan maltratada por la censura y por un cierto
olvido por parte de sus colegas.
El machadianamente bueno de Otero apartaba en él al Dios al que se dirigía antaño para
expresarle las crueldades del mundo, aunque seguía remitiéndose a sus
preocupaciones de siempre: España, la identidad del hombre, el dolor de las
guerras, y continuaba encariñado con los autores que tanto le influyeron: el
Romancero y el Cancionero, Fray Luis y Quevedo, Rosalía de Castro y Machado,
Whitman y Vallejo. El tándem habitual que se encarga de editar su obra, Mario
Hernández y Sabina de la Cruz, nos proporcionan por fin los libros oterianos en
su versión íntegra, caso de Poesía e
historia, o directamente inéditos, como las prosas de Historia (casi) de mi vida y de las Nuevas historias fingidas y verdaderas. Asimismo, se ha decidido
colocar, pese a resultar redundante de cara al lector pero respetuoso de cara
al autor bilbaíno, los libros Ángel
fieramente humano y Redoble de
conciencia pese a que Ancia
agrupaba la mayoría de los poemas incluidos en los dos anteriores. A todo ello
se añadirían otras secciones complementarias para redondear lo que en absoluto
conocíamos de aquel que se jactó de hablar claro, En castellano, como reza uno de sus títulos más representativos:
una con poemas que jamás pertenecieron a ningún libro y que no revisten mucho
interés, a mi juicio, otra con traducciones de siete poetas, entre las que
destaca la de un poema del turco que tanto admiraba, Nâzim Hikmet, y una última
muy buena con entrevistas con periodistas extranjeros y españoles.
Un tomo definitivo, de casi mil trescientas páginas,
al que no se le escapa nada y que mete a Otero en un presente que es calco de
su ayer, pues sus inquietudes políticas, sociales, humanas no han cambiado un
ápice desde su muerte, en 1979. De ahí que sea el más profundo y cercano a la
vez de todos cuantos han escrito poesía en las últimas décadas en esto Que trata de España. Pues no en vano,
como dijo en una entrevista, pretendió fundir dos aspectos: lo existencial y lo
sociohistórico, para dirigirse, dándole la vuelta al acerbo juanramoniano, “a
la inmensa mayoría”, dedicándose a los temas “que hacen sentir una vibración
colectiva”, aquellos que “interesan vivamente al hombre de carne y hueso de
hoy”. Y este hoy suyo cuando su voz estaba viva es el hoy de hoy: el legado
mayor al que puede aspirar cualquier poeta.
Publicado
en Estación Poesía (núm. 1, primavera
2014)