Choroní es un remoto pueblo
del norte de Venezuela, mojado por el mar Caribe y que aún tiene un aura de
magia y leyenda según sus visitantes. Un lugar perfectamente aislado, entre una
naturaleza exuberante, tan bueno como otro para emprender una nueva vida. Allí
falleció, en 1988, por segunda vez por así decirlo, pues había simulado una
muerte en África para no ser objeto de represalias políticas, el agente doble
más imaginativo e ingenioso que el mundo ha conocido, el catalán Joan Pujol. Al
cual el investigador norteamericano Stephan Talty le dedicó esta biografía
apasionante.
Nacido en 1912, en
el seno de una familia acomodada catalana, Pujol creció en la próspera
Barcelona que, sin embargo, vio cómo en el decenio de 1920 «el crimen político
parecía ser la principal industria de la ciudad». Motines y huelgas se sucedían, y la
violencia por parte de radicales y bandas de fascistas era tan continua que llenaban
la ciudad de secuestros y asesinatos. Un clima de agresividad latente en el que
los empresarios estaban amenazados, como el padre del joven Joan, un pacifista
convencido que cada día se despedía de su familia para ir al trabajo como si
fuera el último que le quedara de estar vivo.
En esas
circunstancias se desarrolló Juan, un niño tremendamente travieso, emprendedor
y risueño, que pronto probó el descenso desde su privilegiado estatus a la
miseria y a la soledad más siniestra. Ahí empieza una vida de película: en 1933 Pujol ingresa en
el servicio militar obligatorio y más tarde intenta en vano triunfar en el
mundo de los negocios. Pero entonces estalla la guerra, y él, que detesta tanto
un bando como otro, deserta y pone en peligro su vida al convertirse en un
prófugo. Cuando el conflicto acaba, Pujol busca desesperadamente sobrevivir, y
entonces entiende la ignominia, la ambigüedad de la guerra, y se plantea que un
hombre puede servir en dos frentes; que uno es capaz de ser un espía doble.
Es cuando conoce a
la que será su esposa, Araceli, mujer de «personalidad explosiva, ademanes
exagerados y entusiasmo», y encuentra un empleo en el Hotel Majestic de Madrid.
Pero en Europa se
masca la tragedia, y Pujol no quiere mirar hacia otro lado; atento a los avances
de Hitler gracias a la emisora de radio BBC, en sus propias palabras «un
maniaco, brutal e inhumano», resuelve que tiene que intervenir para frenar a
ese «psicópata». De modo que se ofrece voluntario a los Aliados, consigue un
pasaporte a cambio de conseguir unas botellas de whisky a unas mujeres nobles
de paso por el hotel, y pone en marcha su plan sin saber absolutamente nada del
mundo del espionaje; pero eso no impide que se ofrezca a la embajada británica
como agente doble, nada menos, aunque le rechazan, y luego a los alemanes, ante
los que actuó de manera formidable, inventándose una historia tras otra para
que lo ayudaran a ir a Inglaterra para, en principio, espiar a los ingleses a
favor de los hitlerianos.
Verdaderamente, se
trata de una vida de película. Por
ejemplo, según cuenta Talty, en el Casino de Estoril coincidieron en 1941 dos
personalidades del mundo de la ficción novelesca y Joan Pujol. Graham Greene,
que por entonces trabajaba para el Servicio de Inteligencia Secreto del Reino
Unido, «aprovechó su estancia en la ciudad para reunir material para sus
novelas de espionaje, entre ellas Nuestro hombre en La Habana, inspirada en la
vida de Pujol». El otro novelista que estaba allí era Ian Fleming, el creador
de James Bond, que «perdía sus escudos en el juego mientras ayudaba a
planificar la operación Golden Eye para la inteligencia naval británica»; de
aquello iba a surgir la primera novela de 007, Casino Royale. (No está de más
decir, asimismo, que la aventura de Pujol quedó recogida en dos trabajos
fílmicos del año 2009: Hitler, Garbo… y Araceli, y Garbo, el hombre que salvó
al mundo, que recibió el premio Goya a la mejor película documental.)
Así las cosas, y
derivas peliculeras al margen, «el espionaje prometía satisfacer algunos de los
deseos más profundos y más antiguos de Pujol. Le ofrecía la posibilidad de abrirse
camino en el mundo con su imaginación y de responder por fin a los ecos de las
exhortaciones de su padre: haz el bien, ten fe en los seres humanos», dice
Talty. Pujol consigue engañar a la Abwehr (una organización de inteligencia
militar alemana) y hacer creer que quiere prestar sus servicios como un nazi
más. Tanto será así que los nacionalsocialistas le condecorarán con la Cruz de
Hierro en 1944, a lo que se suma la Orden del Imperio Británico por su ayuda
inestimable en la Segunda Guerra Mundial. Pujol se encargaría de confundir a
los alemanes –con la ayuda de su mujer, tan valiente y despierta como él– al
respecto del sitio donde iban a entrar las tropas americanas en Europa, lo que
acabaría siendo el desembarco de Normandía.
Su nombre en clave,
para los británicos, sería Garbo, por sus gigantescas dotes actorales. Imposible resumir sus acciones
de espía autodidacta, que tan detalladamente apunta Talty. Tras la Segunda
Guerra, Pujol seguirá temeroso de que descubran su identidad, y marchará a
Venezuela. Allí se separará de Araceli, iniciará una nueva vida, frente al mar
de Choroní, y sólo en la vejez su nombre volverá a la palestra, en un tiempo en
que ya ningún nazi iba a querer vengarse de él.
Publicado
en la revista Clarín (núm. 110, marzo
abril 2014)