miércoles, 2 de abril de 2014

Entrevista capotiana a Patricio Pron

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Patricio Pron.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Quizás la cocina de mi casa, si pudiera meter allí el ordenador, la impresora y una docena de libros.
¿Prefiere los animales a la gente?
Por supuesto.
¿Es usted cruel?
No más que la enfermedad, el hambre, la pobreza, la desesperación y todas esas cosas que todos conocemos desde que somos niños. En realidad, más que ser cruel, bueno o malo, lo que me interesa y aquello por lo que me esfuerzo es por ser medianamente justo, que es mucho más difícil que todo lo anterior y considerablemente menos popular.
¿Tiene muchos amigos?
¿Cuántos son muchos? ¿Dos? ¿Tres? En ese caso, tengo muchos amigos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Me gusta que sepan hacer truchas rellenas y cosas así.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Por supuesto, para eso es que uno los tiene en primer lugar. (Además, a la cuarta o quinta ingesta consecutiva, la trucha rellena resulta un plato poco apetecible.)
¿Es usted una persona sincera? 
No (lo que me recuerda a la paradoja de Epiménides, que no es necesario explicar aquí).
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No tengo tiempo libre.
¿Qué le da más miedo?
La muerte y la enfermedad de las personas que quiero.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
No mucho: la pedofilia, el nazismo, la prensa española, el catálogo de algunas editoriales, el nacionalismo y la aberración (desde el punto de vista de Karl Marx, que algo sabía de esto) de un nacionalismo de izquierda, el entusiasmo español ante cualquier actividad que incluya sudor y un objeto esférico, la imposibilidad de este país para concebir la memoria con justicia, el personal de Correos, las personas cuya existencia es prácticamente un spam.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Nunca lo consideré. Supongo que hubiera sido músico, que era lo que estudiaba realmente en primer lugar; pero, de haber podido elegir, hubiera sido pintor o escultor. Ahora prefiero no elegir.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
La paciencia.
¿Sabe cocinar?
Sí.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
¿A Funes, el memorioso?
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Esperanza.
¿Y la más peligrosa?
Peligro.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, no particularmente. A veces he querido que alguien confundiera la pasta de dientes con pegamento en tubo, sin embargo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
El libertarianismo de tipo neomalthusiano. (No es broma.)
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Otro, que es lo que ya soy.
¿Cuáles son sus vicios principales?
No hablo por teléfono, no como comida “fusión” (aún distingo entre lo dulce y lo salado), no voy al cine, tengo una memoria pésima, no me interesa mucho más que los libros.
¿Y sus virtudes?
La mayor parte de los días, todas las anteriores.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
No lo sé, supongo que me dejaría llevar por el sueño: todos los que leemos y escribimos caminamos en sueños, y esos sueños nos salvan dondequiera que estemos y en cualquier circunstancia.

T. M.