En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía
a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama,
1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas
preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres,
ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana»,
con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Rodrigo Fresán.
Si tuviera que vivir en un solo lugar,
sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Hasta no hace mucho pensaba en la
librería The Strand, en New York. De un tiempo a esta parte –¿soy más sabio o
me he resignado a fantasías más realizables?– lo cierto es que no saldría de
casa. Nunca. Vivo en un sitio muy agradable y me llevo muy bien con los míos.
Solo saldría para buscar libros. Ahora que lo pienso, puedo hacer que me
traigan los libros a casa, ¿no?
¿Prefiere los animales a la gente?
En absoluto. Lo que no quita que haya
personas que son verdaderos animales. Por lo contrario, no hay animales
humanistas salvo en las películas de Walt Disney. Y suelen ser animales
insoportables. No hay que mezclar a los animales con las personas salvo en
novelas como Moby Dick. Y siempre me dieron un poco de muchísimo miedo
las personas que conversan con sus mascotas... ¡¡¡HACIENDO LAS DOS VOCES!!!
¡¡¡LA SUYA Y LA DEL PERRO/GATO/CANARIO/TORTUGA/PIRAÑA/ETC.!!!
¿Es usted cruel?
Supongo que tengo mis momentos (muchos ya
están pensando, seguro, que fue muy cruel la manera en que acabo de referirme a
los dueños/ventrílocuos de animales más o menos domésticos). Incluso conmigo
mismo. ¿Quién no? De tanto en tanto somos crueles para así poder ser luego
temblorosa y plenamente conscientes de que la mayoría del tiempo no lo somos.
¿Rasgo de crueldad inequívocamente fresaniana? Seguramente el vivir convencido
de que el resto del mundo tiene los mismos tiempos y ritmos que yo. Sí: soy de
esos que prefieren llegar al aeropuerto unas cuatro horas de que salga el avión
(que, por supuesto saldrá con retraso).
¿Tiene muchos amigos?
Cada vez menos, cada vez mejores.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No las busco, las encuentro.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Muy de tanto en tanto, cada vez menos.
Pero no es problema porque –aunque duela– enseguida pasan a ser ex amigos. Y
nada es menos decepcionante que un ex amigo.
¿Es usted una persona sincera?
A veces me dicen que soy demasiado
sincero. Y me lo dicen como si fuese un defecto. "Te pasas de
sincero", me dicen.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
¿Qué es eso? ¿Dónde se consigue? ¿Es
legal?
¿Qué le da más miedo?
Que algo terrible le pase a quienes
quiero. Que algo terrible me pase a mí y no pueda evitar que le pase algo
terrible a quienes quiero. Toda enfermedad degenerativa –ya que estamos– me
parece prueba más que fehaciente de la inexistencia de Dios o de su ineptitud o
de su muy desagradable y oscurísimo sentido del humor.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo
que le escandalice?
Muchas cosas, demasiadas. Pero por
dejarlo dentro de los límites de mi oficio, me escandaliza el modo en que
escriben algunos demasiado. Y me escandaliza la manera en que se salen con la
suya escribiendo como escriben. En resumen: me escandalizan los escritores con
poco estilo.
Si no hubiera decidido ser escritor,
llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Heredero de un vasto imperio financiero
manejado por una cuadrilla de honestos y geniales hombres de negocios. Mirar
mucho al techo y un día, de golpe, pensar: "¿Y si me hago escritor?"
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí: soy muy bueno para el deporte de
pensar que debería practicar algún tipo de ejercicio físico. Es decir: soy un gran
teórico del asunto. ¿Vale si digo que camino bastante y respirando profundo y
sin ir por ahí mirando fijo una pequeña pantalla?
¿Sabe cocinar?
Como todo hijo de padres divorciados,
supe. Pero me olvidé. Aunque de tanto en tanto compruebo que mis instintos,
aunque adormecidos, siguen ahí, latentes. Y puedo preparar un buen platillo con
restos e ingredientes aparentemente irreconciliables en unos pocos minutos. De
tanto en tanto fantaseo con escribir El libro de recetas del niño
divorcista. Pero enseguida se me pasa.
Si el Reader’s Digest le
encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a
quién elegiría?
Bob Dylan. Siempre Bob Dylan. Para
cualquier revista. De ser posible para una revista que se llame Dyland. Aunque
ya he escrito demasiadas veces sobre Bob Dylan quien, sin dudas, es el ser vivo
más interesante y enigmático de nuestra era. Eso sí, no pierdo la esperanza:
escribir sobre Bob Dylan luego de haber conversado largamente con Bob Dylan.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra
más llena de esperanza?
(Continuará...), así, como en los comics.
¿Y la más peligrosa?
¡¡¡Cuidadoaaahhh!!!
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Pero no me molestaría demasiado que
personas a las que no conozco y mucho más audaces y eficientes que yo se
hicieran cargo del trabajo sucio. Y yo enterarme de todo en el noticiero de la
noche y decir con una sonrisa casi invisible eso de "¡Qué horror!"
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
El desconfiar de todo político.
Especialmente de los que no se han preocupado por aprender idiomas. Kurt
Vonnegut decía que a nadie inteligente y preparado se le pasaba por la cabeza
la idea de ser presidente. De ahí que quienes ocupasen esas posiciones de poder
fuesen, por lo general y por descarte, psicópatas o idiotas. No puedo estar más
de acuerdo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le
gustaría ser?
Lo que soy ahora; pero con un mejor pasar
(y falta cada vez menos para añadir eso de "con veinte años menos") y
con muchos menos artículos que escribir semana tras semana, hasta el infinito y
más allá.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La Coca-Cola (no bebo, no fumo, no me
drogo, no soy adicto al porno o voy por ahí lamiendo mi mando a distancia y
delirando eso de "Si Shakespeare viviera hoy estaría escribiendo para la
HBO").
¿Y sus virtudes?
Ni idea. No creo ser una mala persona;
pero las virtudes de uno las ven y las conocen los otros, ¿no?
Imagine que se está ahogando. ¿Qué
imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Alguna vez, de niño, estuve a punto de
ahogarme. Escribí acerca de eso, a lo largo de muchas páginas, al inicio de mi
nueva novela: La parte inventada. Como se verá y como se leerá
allí, uno piensa muchas cosas mientras se ahoga. O al menos piensa mucho al
ahogarse en el recuerdo de ese momento. La memoria siempre flota.
T.
M.