Ejemplar
del Quijote en la biblioteca de Lerín, Navarra
Hace seis años, Cristina Gatell y Gloria Soler dieron al público un
testimonio que ahora, cuando el gran filólogo ya no está entre nosotros, cobra
un especial valor: «Martín de Riquer. Vivir la literatura». Las biógrafas, a
partir de las propias declaraciones del protagonista, abordaron la vida
familiar en la infancia y juventud, la guerra civil, la universidad, su función
como académico, sus trabajos como medievalista, etc. Así, cada etapa era, en
efecto, una fusión pasional y efervescente, de vivir la literatura, siempre con
gran bonhomía y vocación pedagógica. Su lema: si se divertía enseñando, se
divertirían sus alumnos.
Ese fue el talante que definió al Riquer persona, profesor e historiador. No
se lamentó de haber perdido el brazo derecho en la guerra civil. Muy al
contrario, destacó por tener un gran sentido del humor, y ya como maestro, por
mostrar una preocupación por sus alumnos firme y entrañable. Refugiado en los
trovadores o en Cervantes, su objetivo fue aprender y divulgar lo aprendido,
sin prejuicios ni cortapisas. Siempre para que imperara, en tiempos tan
difíciles, el respeto al otro, en lo humano y en lo literario: “Riquer postuló
claramente la vigencia y la importancia del legado cultural catalán, defendiendo
su literatura medieval como un componente esencial de la cultura hispánica que
no podía ser ignorado ni mucho menos menospreciado”, dicen las autoras.
En la Universidad Autónoma, Riquer viviría en primera línea movimientos de
protestas, como el encierro de intelectuales catalanes en el convento de los
Capuchinos, y se solidarizaría con Salvador Clotas y Manuel Vázquez Montalbán
en el Consejo de Guerra que éstos sufrirían. Siempre dando la cara, ayudando al
vulnerable, Riquer mostró con paciencia cómo podía defender la lengua catalana
en un país que no la autorizaba. Hoy, qué ejemplo es de pundonor personal,
sabiduría social y capacidad de diálogo. Sin el menor rencor, sin cobardía
alguna; con la entrega de un trovador, con la audacia de un Quijote.
Publicado en La
Razón, 27-IV-2014