domingo, 13 de abril de 2014

Últimas palabras con Cioran


Por mucho que pueda resultar paradójico, Emil Cioran, el filósofo de la segunda mitad del siglo XX más heterodoxo y original y apasionado, más desgarrador y poético e independiente, rompió con eso que conocemos como filosofía muy pronto, cuando se dijo que ésta pregunta sin dar respuestas, abandonándote al fin con tus dudas. Lo que él ideó no fue, pues, un sistema filosófico, sino una mirada sobre la vida en palabras accesibles o inabordables, qué más da, pero siempre impactantes, sinceras, artísticas. Así lo explica el autor de este magnífico libro, Gabriel Liiceanu: «Él no partió de ningún principio abstracto, sino de un estado de espíritu, ni tampoco desarrolló ninguna idea, sino una obsesión». Cioran entendió que ningún filósofo le servía para resolver enigmas grandes como el destino humano y pequeños dramas personales como el insomnio. A éste le atribuyó la definitiva separación de los pensadores a los que había leído con una entrega desmesurada: «La filosofía la hacían hombres sin temperamento y sin historia. Y la abandoné por amor a la experiencia, a las cosas vividas, a la locura cotidiana».

Esa vigilia involuntaria y lacerante tiene el poder de cambiar por completo la interpretación de todo lo que le rodea, de todo lo interior; de plantearse para qué sigue vivo y si es mejor detener el tiempo. Una vez declaró: «Un insomne sólo puede salvarse del suicidio si no está obligado a trabajar. Yo me salvé del suicidio porque mis padres "financiaron" mi insomnio. Los que no han sufrido esa tragedia no lo pueden comprender». Aconsejaba a los demás entender el suicidio como un recurso aliviador, él, un hipocondríaco que sufriría la más cruel de las paradojas para una mente privilegiada, enfermar de Alzheimer, moriría en 1995 dejando en su famosa buhardilla parisina a su compañera de toda la vida, Simone Boué –«mon mie», como la presentaba a los demás–. De ella se reproduce una entrevista de 1994 detrás de una larga que concedió el autor a Liicea-nu titulada «El apocalipsis según Cioran (última entrevista filmada)», realizada cuatro años antes.

Liiceanu ofrece averiguar quién era este «Nietzsche contemporáneo pasado por la escuela de los moralistas franceses», aquel que «fue considerado alternativamente el nihilista del siglo, "the king of pessimists" y el escéptico de servicio de un mundo en declive». Le sigue los pasos desde su nacimiento en Rasinari, en Transilvania, un verdadero paraíso que contrastaría con sus posteriores cimas desesperadas, por decirlo evocando su primer libro, hasta el punto de verse como «un especialista en el problema de la muerte» con veinte años. La desdicha ya le había llegado al trasladarse la familia a la localidad de Sibiu, para luego, en 1928, entrar en la Facultad de Filosofía y Letras de Bucarest, donde alcanza el «magna cum laude» con su tesis. Todo lo cual es una estrategia para solicitar becas y poder comer casi gratis en los comedores universitarios: en Berlín y más tarde en París. Aquí decide pasar del rumano al francés, al principio inseguro, al final haciéndolo de tal modo que los más insignes escritores de su tiempo destacaron su genio lingüístico.

Compatriotas como el historiador de las religiones Mircea Eliade y el dramaturgo Eugène Ionesco, escritores que se pasaron también a la lengua francesa como su amigo Samuel Beckett, poetas importantes como Paul Celan y Henri Michaux –más Sartre y Camus, que salen muy mal parados– se asoman a este volumen maravillosamente ilustrado en el que cada página nos brinda una sorpresa, una anécdota brillante, una declaración de Cioran fabulosa, siempre de una coherencia intachable. Quiso vivir sin nada, libre, rechazando la vida social literaria y los premios, entregado al tedio, «la experiencia más frecuente de mi vida, mi lado morboso». Otra obsesión, al cabo. Como la de su fijación por los que consideraba sus iguales: los fracasados, los marginales. Podredumbre, amargura, lágrimas, aciago, caída, utopía son algunas de las palabras de esos «dichosos libros... Me han costado muchísimo. Cada uno de mis libros ha sido una prueba, un martirio».

Pero su desasosiego de ayer es nuestro éxtasis lector hoy. Más si cabe gracias a trabajos como éste de Liiceanu, con el que entendemos el espíritu de Cioran, que en ningún caso se nos aparece como un filósofo oscuro, ni siquiera negativo, simplemente de un realismo sencillo y honesto, siempre de un interés e intensidad máximos. ¿Hubiera cambiado algo su perspectiva de la vida si, en vez de encerrarse en un cuartito parisino –prefiriendo «llevar una vida de parásito antes de destruirme trabajando. Eso fue un dogma para mí»–, se hubiera establecido entre nosotros? «Voy a decirle algo: yo estaba hecho para España, para la lengua española», le dice a su entrevistador. Incluso solicitó una beca para venir acá. Pero no le contestaron desde la embajada: dos meses después estallaría la Guerra Civil.


Publicado en La Razón, 10-IV-2014