En 1972,
Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que
nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran,
Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas
preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres,
ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana»,
con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Germán Gullón
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una ciudad europea, con
barrios acogedores, librerías, museos, un buen parque, y donde tenga amigos con
quien charlar, Madrid o Barcelona, pero también pudiera ser Santander. En
Madrid echaría de menos el mar.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero a la gente,
aunque mi perro, Chico, es el ser más fiel que he conocido. También aprecio el
silencio e impasibilidad de las vacas. Son animales que respetan la naturaleza.
¿Es usted cruel?
Nunca, aunque tras ver la
serie televisiva Breaking Bad, las
cinco temporadas completas, descubrí que el protagonista Walter White y un
servidor tenemos puntos en común. Puedo ser cruel si alguien se mete con los
míos.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo muchísimos friends, y además una enorme cantidad de
conocidos con los que por la distancia me es imposible cultivar una estrecha
amistad. Amigos íntimos, tres. Me trae siempre la juventud mental,
inteligencia, es decir, el saber ser flexible.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sean ellos mismos, y
que en nuestro trato reine la sinceridad. En España esto es esencial, porque la
gente casi nunca es sincera. Somos un pueblo de gente campechana, de buen
trato, lo que suele confundirse con la sinceridad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Nadie puede
decepcionarme, porque sé que el ser humano está hecho con un barro muy
especial, susceptible de cambiar de color como el camaleón. Acepto de un amigo
que haga cosas que no me gustan, que me traicione un poquito, pero no que
pretenda que todo sigue igual.
¿Es usted una persona sincera?
Siempre, y esto me ha
traído muchos problemas y las mayores alegrías.
¿Cómo prefiere pasar el tiempo libre?
El cine es uno de mis
entretenimientos favoritos. Mi mujer y yo solemos elegir un cine situado a una
hora de casa. Caminamos hasta la sala, vemos la película, y regresamos de la
misma manera. Por cierto, sólo vemos películas sin doblar.
¿Qué le da más miedo?
La pérdida del control
sobre mi persona. El alzhéimer me parece la higa que nos hace la evolución
biológica. Y los malditos políticos de derechas que se arrogan en nombre de la
ética el derecho a decidir por uno si tenemos hijos o si deseamos dejar este
mundo en paz, sin la degradación que suponen las enfermedades de la edad
avanzada.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Los políticos. Nunca
podré entender cómo se acostumbran a vivir en ese estado de infidelidad a sí
mismos, la bajeza de mentir a
diario.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué
habría hecho?
Algo relacionado con la
mecánica y el automóvil. La velocidad me parece un sucedáneo del éxtasis en que
vive el artista en sus mejores momentos, cuando está creando su obra.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Voy al gimnasio, donde
remo, levanto pesas, etcétera. Antes jugaba al tenis, y no mal.
¿Sabe cocinar?
Sí, y me gusta. Ya he
alcanzado la fase en que puedo experimentar cocinando cosas sanas. Mi
especialidad es sacar de la nevera lo que hay y montar una cena. El espagueti
putanesca, que me enseño el profesor Morelli de Bergamo, bueno, una de sus
discípulas, aunque la receta era suya, define perfectamente mi cocina. Se puede
mezclar todo, como hacen las prostitutas atareadas, que se apañan con lo que
tienen a mano, el único ingrediente necesario es poseer una cierta sensibilidad
para mezclar sabores.
Si el Reader’s Digest
le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable»,
¿a quién elegiría?
Lisbeth Salander, la
protagonista de Millenium. Un símbolo
perfecto de lo que está mal con el mundo burgués, que jamás ve a la persona por
culpa de las reglas, de la burocracia, tampoco entiende la diferencia. El mayor pecado del presente es que seguimos entendiendo
la sociedad con esquemas humanísticos periclitados, donde lo abstracto, como
las reglas, los axiomas históricos, dominan sobre la consideración del hombre
de carne y hueso.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Mañana, tomorrow, morgen.
¿Y la más peligrosa?
Los insultos étnicos,
pues pretenden discriminar, ofender, y, si es posible y en boca de cobardes,
incitar a la violencia, al crimen.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Me falta esa tecla,
un fallo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy un liberal
progresista. Creo que debemos evolucionar lentamente hacia una sociedad más
justa, protegiendo a los que no pueden ayudarse a sí mismos, víctimas de la droga,
de la pobreza. En este momento, cuando la socialdemocracia defensora de la
meritocracia, el que la sociedad se ajustaría según los méritos de esfuerzo,
del trabajo y del talento, ha perdido la batalla a los conservadores, que
siempre han defendido los derechos del privilegio, de la herencia, me parece
esencial explicar a la gente qué posibles alternativas nos quedan a los
progresistas. Yo modestamente lo he hecho en mi novela Moncloa.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Trabajar de voluntario de
una ONG en África. Cada día al levantarme en un entorno privilegiado, en una
ciudad de Occidente, me siento como un hombre que tiene demasiado, mientras
billones de personas en el mundo viven en la indigencia. Esa injusticia humana
resulta un desajuste radical en el mundo del presente.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La arrogancia
intelectual. Dado que he vivido la vida privilegiada de un profesor
universitario hasta hace muy pocos años pensé que las ideas, mis ideas, tenían
un valor superior a las de los demás mortales. Claro, los vanidosos sin causa y
los idiotas contribuyen a que te creas algo.
¿Y sus virtudes?
Ninguna. Soy simplemente
un hombre que intenta ser bueno y coherente, nada más ni nada menos.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema
clásico, le pasarían por la cabeza?
Virgencita del Perpetuo
Socorro, échame una mano. Nací con ocho meses y mi madre me encomendó a la
virgen, y me ha ido tan bien, que sería un descreído si pensara que ella no ha
protegido. Una cosa es la biología, y el aceptar la realidad del cuerpo humano,
y otra bien distinta el abandonar toda esperanza de que nuestro espíritu pervivirá
de otra manera.
T. M.