Traducida a docenas de
idiomas en todo el mundo, es la novelista más popular de la historia. Más si
cabe cuando el cine y la televisión han divulgado sus tramas detectivescas, sus
crímenes misteriosos y la habilidad de Hércules Poirot o la señorita Marple para
encontrar siempre al culpable. En 1980, la UNESCO anunció que había vendido
4.000 millones de libros. Lo han adivinado. Se trata de la «reina del crimen»,
Agatha Christie, la autora de la obra teatral que lleva representándose durante
sesenta y dos años en Londres y que hoy está en cartel en el Teatro Apolo de
Barcelona, «La ratonera», en la que ocho personajes están aislados en una
mansión y entre los que hay, por supuesto, un asesino. Tal es su clave
narrativa habitual.
Lo cual
contrasta con su reconocimiento oficial, académico, crítico, como suele suceder
con autores de gran calado popular. Y es que a la inglesa Aghata Christie el
lector jamás la encontrará en las historias de la literatura o en los estudios
culturales, pese a su imaginación desbordante, sus innovaciones narrativas, su
versatilidad en diferentes terrenos literarios y, sobre todo, su gancho para
saber contar una historia a un variado público, desde el que busca puro
entretenimiento hasta el erudito que quiere dejarse atrapar por una sucesión de
misterios perfectamente urdidos. Pues bien, una de sus admiradoras más
incondicionales, tuvo el permiso de la familia Christie para escribir una
secuela del detective belga más refinado y perspicaz: Hércules Poirot, del que
se hizo una serie en 1989, que aún emite alguna cadena televisiva, y que duró
nada menos que trece temporadas, con el actor David Suchet a la cabeza del
reparto (se harán célebres también en la gran pantalla los actores Albert
Finney y Peter Ustinov con este personaje).
La elegida es
Sophie Hannah (Manchester, 1971), que en febrero participó en el encuentro
BCNEgra, con motivo de su última novela, «La cuna vacía» (editorial Duomo), de
gran éxito internacional. Poirot murió hace treinta y nueve años de un infarto,
en la novela «Telón», así que Hannah, que ha titulado su libro «The Monogram Murders» y verá la luz en
septiembre, pensó que lo mejor era, en vez de resucitarlo, llevarlo al
año 1929. Esa licencia, más la invención de un policía de Scotland Yard que colaborará con el detective
que siempre alude a «la materia gris» para reflexionar sobre los crímenes que
tiene que resolver, ya sea en mitad de un trayecto en el Orient Express o entre
pirámides en Egipto, son las máximas novedades. Un Poirot, por cierto, que
ahora encarna el gran actor Robert Powell en la producción «Black Coffee», en
el Belgrade Theatre, en la localidad británica de Coventry.
La trayectoria
de Christie –sesenta y seis novelas, una autobiografía, seis libros con el
seudónimo «Mary Westmacott», una crónica de su expedición a Siria, dos libros
de poesía, otro de poemas y cuentos infantiles, más de una docena de obras de
misterio para el teatro y la radio, y alrededor de ciento cincuenta relatos–
empieza con Poirot tras sus primeros escarceos literarios, en concreto siete
cuentos que dejará inéditos o se publicarían en revistas y que se publicaron en
castellano en el volumen «Un dios solitario y otros relatos» (1998). Criada en
una familia de clase acomodada de Devon, al sur de Inglaterra, la infancia de
Agatha Mary Clarissa Miller es tranquila y solitaria hasta los once años
cuando, en 1901, muere su padre. El declive económico que acompaña la tragedia
tendrá una curiosa solución: ella y su madre alquilan la casa en invierno y
pasan ese tiempo en Egipto, con lo que pueden ahorrar dinero y retomar su vida
social a la vuelta.
Aparecerá
entonces el piloto de aviación Archibald Christie, con el que Aghata se casa en
1915, cuando él combate en la Primera Guerra Mundial y ella trabaja como
enfermera voluntaria en la farmacia de un hospital, experiencia que le será de
gran utilidad para sus relatos. Porque, precisamente, un día se pone a escribir
una novela cuya víctima muere envenenada, «El misterioso caso de Styles»,
protagonizada por Hércules Poirot. Pero el libro es rechazado y ella casi se
olvida de su vocación, pues ya ha acabado la guerra, debe cuidar de su madre y
ya ha nacido su hija Rosalind; al fin, en 1920 consigue publicar el libro en una
editorial que contrata las cuatro obras siguientes que escriba, y en seguida
obtiene fama con «El asesinato de Roger Ackroyd» (1926), con un Poirot ya
«retirado de la policía». Pero en su mansión ese año las cosas van mal: la
madre fallece y el marido la engaña con su secretaria. Ante la petición de
divorcio, Christie se niega, y hundida en la tristeza, el 4 de diciembre
desaparece tras abandonar su coche en la carretera. Ese oscuro percance,
recreado en la película «Aghata» (1979) que protagonizó Vanessa Redgrave, acaba
cuando se la encuentra diez días después en un balneario. El marido, esquivo,
afirma que su mujer padece amnesia. La separación definitiva llegará al cabo de
dos años. Sigue escribiendo, ahora bajo seudónimo obras de trasfondo
sentimental, al tiempo que realiza adaptaciones teatrales de sus relatos y
materializa su deseo de ir a Oriente. En el viaje, conoce a Max Mallowan, un
arqueólogo quince años menor que ella y con el que contrae matrimonio en 1930.
Pero la felicidad dura poco: como antaño, en una nueva casa la Segunda Guerra
la separa de su marido, y vuelve a otra farmacia militar sin dejar no obstante
de escribir. En 1971 es condecorada por el Imperio Británico y publica la
mencionada «Telón», novela en la que sigue muerto Poirot pese a tener, tras el
verano, una nueva vida.
Es lo mismo
que pasó con Geraldine McCaughrean y su «Peter Pan de rojo escarlata» (2006),
la segunda parte oficial del clásico de J. M. Barrie, que arranca en el punto en que acabó esta, cuando se insinúa qué
pasó con Wendy y los Niños Perdidos en torno alo con P. D.
James, que pretendió hacer una secuela de «Orgullo y prejuicio» de Jane Austen
titulada «La muerte llega a Pemberley» (2012), en la que retoma, en 1803, seis
años después de que Elizabeth y Darcy se casaran, el mundo de la campiña inglesa
con un enredo de situaciones en las que no falta uo con William Boyd, que recuperó al agente 007 de Ian Fleming en «Solo»
(2013), en el año 1969, cuando James Bond es enviado al África occidental con
el objetivo de detener una guerra civil; o con John Banville, que aceptó la
propuesta de los herederos de Raymond Chandler para realizar una obra
protagonizada por Philip Marlowe, «La rubia de ojos negros» (2014), ubicada en
la década de los cincuenta, en un momento en que el detective, en una etapa
decadente, recibe una nueva clienta, rubia y bella, una heredera de una empresa
de perfumes que le encarga que busque a un antiguo amante. En definitiva… el
tiempo dirá si la recreación está a la altura de la creación primera.
Publicado en La Razón, 9-V-2014